Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 22 de abril de 2007 Num: 633

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

¿Para qué sirve hoy
la poesía?

RODOLFO ALONSO

El precio único: de libros, lectores y libreros
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Exaltación del asesino
GABRIEL GARCÍA HIGUERAS

Reflejos del espíritu
RICARDO VENEGAS entrevista
con JAVIER SICILIA

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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Reflejos del espíritu

Ricardo Venegas
entrevista con Javier Sicilia

El poeta Javier Sicilia nació en Ciudad de México en 1956 y radica en Cuernavaca desde hace varios años. En esta entrevista nos habla de una poética que, más allá de las estructuras formales en las que se conjugan la sensibilidad y el intelecto, se consagra al espíritu del hombre, que es su eje central. El autor de los libros de poesía Permanencia en los puertos (1982), La presencia desierta (1986), Oro (1990), Trinidad (1992), Vigilias (1994), de la novela El reflejo de lo oscuro (1997) y Poesía y espíritu (1998, ensayo) entre otros, revela la necesidad de ejercer una defensa de aquella poesía a la que no hemos regresado.

–Iniciemos con una pregunta fundamental, ¿qué lugar ocupa en México la poesía religiosa?


Ilustración de Gilmar Fraga

–Es una poesía que sólo hasta recientes fechas se ha empezado a valorar en su verdadera dimensión. México es un país que ha tenido grandes poetas religiosos. Curiosamente, como una ironía del espíritu, nuestro poeta nacional es un católico que escribió en muchos momentos una muy alta poesía religiosa que nació de su drama interior: la ascesis y el erotismo. Otros grandes poetas religiosos son Carlos Pellicer, el Gorostiza de Muerte sin fin y Gilberto Owen. Lamentablemente, nuestra crítica no ha analizado con profundidad estos aspectos, contentándose con ver sólo el lado sagrado que hay en toda poesía. El problema se ha complicado cuando los poetas manifiestan una expresión relacionada abiertamente con el catolicismo. Estos poetas han sido marginados y sólo hasta recientes fechas han comenzado a ser valorados. El caso más claro es el de Concha Urquiza que los Méndez Plancarte rescataron, pero que después pasó al olvido hasta que Ricardo Garibay, por un lado, y el poeta José Vicente Anaya, por otro, realizaron un trabajo minucioso al respecto. Éste último hizo aproximadamente hace diez años una reedición de El corazón preso y trabajó en una biografía de Concha. Garibay le dedicó hace algunos años varias ediciones de radio. El trabajo de Francisco Alday había permanecido casi inédito hasta que Alberto Paredes publicó en 1987 una antología de su poesía, con prólogo de Manuel Ponce, recientemente fallecido, y había tenido una suerte parecida, ya que publicó siempre de manera marginal, particularmente en la editorial jus, que en ese entonces tenía un prestigio reaccionario. El poeta Marco Antonio Campos tuvo el acierto de reunir su obra completa para la unam en 1988. Otro caso es el del padre Alfredo Plascencia, del que gracias al Cenca pudimos ver, creo que en 1989, una reedición de El libro de Dios; hay poetas religiosos que permanecen en el olvido y confío irán saliendo poco a poco a la luz.

–¿A qué se ha debido esta marginación?

–En primer lugar al terrible jacobinismo que ha imperado en nuestra nación y que sospecha de todo lo que huele a religión, particularmente si es católica. Ese jacobinismo prestigiado ha obligado a muchos católicos a tener una visión vergonzante de su catolicidad. En segundo lugar, a que la jerarquía de la Iglesia católica mexicana es muy inculta y ha visto siempre con desdén al arte. Ha olvidado que las mayores expresiones del misterio de Dios en su Iglesia, después de los santos, se encuentran en el arte. La liturgia es arte y ésta en nuestro país se ha relajado de forma penosa y alarmante. Escucha solamente los cantitos de las misas dominicales, que son una mezcla de la rondalla de Saltillo con el peor Enrique Guzmán y los jingles de Coca Cola o los santitos de yeso que pueblan el interior de los templos, por no hablar de la arquitectura religiosa. Eso puede dar una idea de la incultura que por desgracia hay en nuestra Iglesia. ¿Qué tiene que ver todo eso con la marea de fuego del espíritu que ha producido obras como las de Bach, Massacchio, del padre Ponce, cuyos poemas podrían ser adoptados por la liturgia mexicana? Lo kitch, por desgracia, se ha ido apoderando del misterio.

–¿A qué atribuyes que la mayor parte de la poesía religiosa católica, al menos en México, se apegue a la métrica?

–Es interesante esa pregunta y jamás me la había planteado. Intentaré responder a riesgo de equivocarme porque, como te digo, no es una pregunta que me haya hecho. Supongo que es una secuela arraigada en el inconsciente colectivo de los que hacemos poesía en una relación profunda con nuestra catolicidad, de los estatutos del Concilio de Trento sobre el arte. Trento fue muy brutal al respecto. Gabriel Zaid, en el prólogo que le dedica a la antología que hizo sobre Manuel Ponce y que publicó el Fondo de Cultura Económica, habla con un profundo sentido crítico de ese hecho. Trento creía que el poeta estaba imitando a Dios y por lo tanto su creación debería ser perfecta. Por desgracia, o por gracia, Trento definió los cánones de perfección. Por ejemplo, una de las prohibiciones fue el uso de la sinalefa; la veían como un uso espurio, imperfecto. Esa visión de las cosas llevó a Gonzalo de Berceo a no utilizar ninguna sinalefa en sus Cantigas a la Virgen. ¿Te imaginas el rigor con el que tuvo que crear Berceo? Eso de alguna forma ayudó no sólo a Berceo, sino a otros grandes artistas a producir una obra rigurosa y profunda. El hombre (esto ya no lo entiende el hombre de hoy que cree, en nombre de la equívoca y pueril visión de la libertad que ha creado el postmodernismo, que toda ley es una sujeción a su libertad) necesita de un canon que lo remita a su libertad interior. Toda ley, cuando es buena, es en realidad una expresión exterior de lo que es nuestra libertad interna. Lo que Trento olvidó, y esto ahora lo sabemos, es que la infinitud del espíritu tiene infinitud de leyes.

–Te referiste a la marginación de ciertos poetas, fundamentales en la literatura contemporánea de México a causa de su temática, ¿esto quiere decir que han dejado de interesarle a la crítica?

–A cierta crítica, de lo contrario no los conoceríamos. Hay que recordar que la crítica es también víctima de su tiempo y que muchos críticos sólo reseñan los libros que el mercado privilegia; una literatura anecdótica, ramplona o escandalosa. Pero hay una crítica superior y eso no ha dejado de estar presente en México. Hay, en el fondo de toda la estupidez postmoderna y neoliberal, una realidad que no abandona ni a la cultura ni al espíritu.