Usted está aquí: domingo 22 de abril de 2007 Sociedad y Justicia Eje Central

Eje Central

Cristina Pacheco

Inundaciones

Las casas se inundaron al amanecer. Conforme avanza la tarde, se vuelve más intenso el olor amargo que flota en las habitaciones. La misma escena se repite en todas las viviendas: entre muebles hundidos y trastos flotantes, hombres y mujeres, con los pantalones doblados por encima de las rodillas, se inclinan para rescatar sus propiedades y hacer el recuento de sus pérdidas: "La tele quedó inservible". "Ni poniéndolo a secar servirá este colchón". "No encuentro sus retratos". "Mira nomás cómo quedó mi silloncito". "El mantel está de dar asco". "Híjole, el vestido era blanco y quedó renegrido"...

En la calle la actividad también es muy intensa. Voluntarios procedentes de la colonia vecina transportan los pocos muebles útiles y los apilan en la parte más alta del terreno. Al rumor del trajín se mezclan órdenes y advertencias: "Cuidado con la mesa: recárgala bien contra la pared, porque se le puede venir encima a algún chamaco". "¡Buzo con el vidrio!" "Mejor quítale el espejo". Las mujeres improvisan tendederos para colgar al sol la ropa húmeda. Los niños sólo miran la escena.

II

Bajo la jacaranda, un grupo de mujeres rodea al enviado de Protección Civil. Entre todas hacen la crónica fragmentada del desastre: "Estaba llegando mi hijo Miguel, que es velador, así que deben de haber sido como las cinco de la mañana cuando empezó a salirse el agua. Al despertarme escuché un ruido muy fuerte y hasta pensé que otra vez temblaba". "Cuando vi que salían borbotones del piso, agarré a mi nieto y ¡vámonos! La corriente subió como 80 centímetros". "Más... porque alcanzó la repisa donde tengo a mi Virgen de San Juan de los Lagos". "Siempre bajo las jaulas, así que todos mis canarios murieron ahogados".

Al enviado de Protección Civil no le basta con esas referencias. Necesita informes más precisos:

-¿En qué época se construyó este fraccionamiento?

Desconcertadas, las mujeres se miran entre sí. En medio del desastre les resulta difícil precisar el día en que llegaron a Los Arrayanes. Una señora con la falda remetida entre las piernas da un paso adelante:

-Se me hace que ahorita eso es lo de menos. Lo importante es saber quién va a ayudarnos, cómo vamos a reponer todo lo que perdimos. Lo que más siento es la computadora de mi niña: mojada no va a servir y todavía no acabo de pagarla.

Su vecina intenta darle ánimos: -¿Sabe qué, Matilde?, llévesela a mi sobrino Jonathan. Ese lo arregla todo. El día en que se fregó el transformador mi tele se apagó. Creí que se había quemado, pero Alfonso me la arregló. Por cierto, todavía le debo la compostura.

Matilde es la única que no ríe. Con un movimiento enérgico señala hacia los escombros, que forman túmulos a lo largo de la calle:

-Y otra cosa, señor: ¿cuándo se llevan todo ese cochinero? Aquí casi no entran los camiones de la basura. Si nos dejan la porquería, al rato tendremos más moscos y brotarán las infecciones.

III

-Como la otra vez. Mati, Saula, ¿se acuerdan cómo se nos pusieron las criaturas? -Epifania se vuelve a la niña que, agarrada de su falda, lo mira todo con expresión de temor-. A ver, Noemí, enséñale al ingeniero tu bracito, para que vea cómo te quedó marcado.

-Póngale concha nácar y verá cómo se le borran las cicatrices -sugiere una anciana que se apoya en un bastón de Apizaco-. Yo una vez me quemé en una caldera...

-No, la clara de huevo es mucho mejor -rectifica Saula-. Batida con unas gotas de limón es buenísima.

El enviado de Protección Civil levanta los brazos para poner orden:

-A ver, un momento: por lo que dicen, ya en otras ocasiones se les habían roto las tuberías. ¿Lo reportaron?

-Pero... a quién, licenciado, a quién -Micaela no disimula su impaciencia-. Cada vez que tenemos una emergencia, en la constructora nos dicen que ellos cumplieron con entregarnos las casas, que vayamos a reclamar al municipio. De allí nos retachan con la constructora. Y andamos da y da vueltas como pendejos, con perdón de usted.

-Si no habían tenido inundaciones, ¿a qué se debió el brote infeccioso?

Sobre el coro fragmentado, incomprensible, destaca la voz de Enedina:

-Al otro lado de la zanja hicieron una unidad habitacional grandísima. Toda la tierra y el cascajo nos lo vinieron a botar aquí. Llamamos al municipio para que limpiaran, pero como, según ellos, esta parte de la colonia le corresponde a la delegación, se limitaron a echarse la bolita unos a otros y al final nadie hizo nada.

-Nos quedamos meses con el desperdicio. No se imagina lo que fue esto en la época de lluvias -Estefanía se estremece-: daba no sé qué ver cómo quedaron las calles.

-Más feo que el aspecto era el olor. Aunque uno tuviera las ventanas cerradas, la peste entraba en las casas. Con decirle, ingeniero, que mi esposo ya no quiso venir a comer y a mí se me fue todo el apetito. Bajé como siete kilos. ¿A poco no, Rosa?

-¡No tanto! -responde la aludida.

-Ay, oigan: estamos hablando de puras tonterías en vez de aprovechar que el ingeniero está aquí para que nos diga cómo vamos a salir del problema -Micaela escucha la risa de Saula-. ¿Dije algo chistoso o qué?

-No, pero hay formas... Bueno, el señor no es Dios, no puede arreglarlo todo de la noche a la mañana.

-Le agradezco su comprensión -murmura el ingeniero, cuando escucha su celular. Los colonos lo observan mientras habla-. Rojas, a sus órdenes. Sí, ya hice una primera inspección. No es grave, pero se necesita revisar las tuberías, porque si no cuando lleguen las lluvias... Ah, no... Ya sé que nosotros no podemos asumir esa responsabilidad... No tenga cuidado, ellas mismas lo comprenden...

-¿Es su jefe -Micaela le hace un guiño al ingeniero-? ¡Pásemelo!

-Ya colgó -Rojas guarda de prisa el celular-. Pero no se preocupe. Voy a darle un informe pormenorizado de todo a ver qué me dice.

IV

-¿Cuánto tendremos que esperar? -pregunta Epifania con desánimo.

-No mucho. Una o dos semanas, mientras los expertos en hidráulica y en suelos se ponen de acuerdo.

La noticia exaspera a las mujeres. Hablan al mismo tiempo para enumerar las dificultades que enfrentan y que se agravarán al paso del tiempo: "No hay agua". "Desde ayer no tenemos luz". "Los cuartos están inundados". "¿Dónde vamos a dormir?" La letanía termina con la intervención de Rosa:

-Todos los muebles se echaron a perder.

-Eso será más fácil de solucionar -afirma el ingeniero-. Vayan juntando las facturas de sus muebles para que veamos en qué proporción podemos compensarlas.

-Yo no tengo ni una sola factura. El refrigerador se lo compre a mi cuñada, que se cambió a Toluca; la recámara me la vendió mi hermano cuando se divorció, y las monjitas de allá arriba me regalaron el sillón. De todo lo que tenía lo único que saqué de una tienda fue mi tele, pero como no he acabado de pagarla... Además, con todo este relajo no sé dónde habrán quedado los recibos de las mensualidades.

-Perdone que le diga, pero hizo mal -Rojas observa a los colonos-. Es necesario poner en un lugar seguro los documentos importantes: actas de nacimiento y matrimonio, credenciales de elector, facturas...

-Ay, ingeniero: no tenemos un sitio seguro para vivir y quiere que lo tengamos para guardar papeles que a la mera hora no sirven de nada. Tengo acta de matrimonio, pero ya no tengo esposo: se me fue cuando la otra inundación...

 
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