Usted está aquí: domingo 22 de abril de 2007 Opinión De búsquedas interminables

Bárbara Jacobs

De búsquedas interminables

Me tomó una hora afinarme para saber qué quería escribir. O me tomó una hora afinarme para saber qué quería escribirse. O qué pugnaba adentro de mí por ser escrito. La primera palabra que se me presentó en la mente fue /peinar/ en su sentido de rastrear, aunque sin dejar de lado los de desenredar, alisar y arreglar, ni tampoco el de despejar, ni el de inspeccionar para detectar, ni los de depurar y enderezar. En lo que finalmente supe qué quería escribir, o qué luchaba en mi interior por ser escrito, todos estos significados de peinar venían al caso. Y los fui anotando, en un intento cada vez más desesperado por encontrar qué era exactamente lo que desde la profundidad de mi ser quería escribirse por medio de mi mano. Tomo la tarea muy en serio; el malestar que me causaría no armonizar lo que quiero escribir con lo que fuera que escribiera sería físicamente evidente y por fortuna me impediría seguir adelante con un escrito no armonizado. No puedo engañarme. Peinar, por lo tanto, fue un comienzo. Que su presencia persistiera en mi mente era la confirmación de que iba por buen camino. Peinar, sí; pero, ¿qué?

Entonces se me representaron las palabras /espía/ y /detective/ en las que en estos días he estado reflexionando. Las anoté. No encontré diferencias tajantes entre ellas. Tanto un espía como un detective son personas que observan o acechan con atención, continuidad y disimulo algo concreto, y que comunican a otro las informaciones secretas que recaban. Hay agentes secretos y detectives privados. La función de los espías y de los detectives puede servir tanto a un gobierno como a un individuo, o a un escritor, o a un artista; a la historia tanto como a la vida y al arte. En todos los casos espiar se trata de una función necesaria desde algún punto de vista, pero no siempre loable.

Es casi automático asociar el espionaje con la traición, con la delación. Y la idea de que se acepte la información pero se castigue al informante está recogida por ejemplo en los capítulos relacionados con "El cautivo" en Don Quijote, o en la figura bíblica de Judas. La historia de la humanidad está llena de casos en los que la autoridad que ordena un asesinato elimina al asesino que lo ejecuta. No sé qué emperador romano llora ante el enemigo muerto.

Como se ve, las palabras espía y detective, me llevaron a las de enemigo, traición y cautiverio; a las actitudes del acecho y del disimulo; al espíritu indagador. A la curiosidad y la observación. A la atemporalidad de la relación circular entre el ratón y el gato, entre el perseguido y el perseguidor. Pero, ¿hacia dónde apunta toda esta persecución? Decía que a saber qué era lo que desde lo más interno de mi mente quería escribirse mediante mi mano. ¿Y qué voy a encontrar, que yo soy perseguida o perseguidora? ¿Quién es mi perseguidor o quién o qué es mi presa?

Mientras los términos y sus rastreos se asientan, se me representó en la mente todavía otra palabra, /enigma/, que finalmente fue la que dio en el clavo. De inmediato me dirigió a lo que quería escribir, o a lo que quería escribirse por medio de mí.

Un enigma es una cosa que debe adivinarse a partir de una descripción o definición ambiguas. O es una persona o cosa que es difícil de definir o de conocer a fondo. O es una composición, generalmente en verso, que equivale al acertijo.

En toda historia hay enigmas, y corresponde al historiador por lo menos señalarlos. El enigma de toda vida es el desafío motor del biógrafo, y resolver el enigma de la vida propia es el estímulo principal que mantiene vivo al autobiógrafo.

Entre los enigmas inocentes de mi pequeña historia personal está el de mi abuelo paterno. Casi no sé nada sobre él. Pero en estos días me enteré de algunos datos que lo delinean un poco. Cuando emigró con mi abuela de Líbano a Estados Unidos a finales del siglo XIX, el negocio que puso en la planta baja de su casa en Nueva York fue una dulcería.

Tuvo un hermano emigrante como él que fue sastre, delgado y bajito de estatura. De mascota crió a un loro. Lo quiso más que a su país de adopción. Regresaba a su patria con frecuencia y por temporadas largas. Cuando lo hizo en forma definitiva, con la tienda dejó atrás a sus tres hijos pequeños, a su esposa y también al loro, por el que mi abuela tenía aversión. Curiosamente, la mañana en la que el loro amaneció muerto en Norteamérica fue el mismo día en el que en el Medio Oriente por la noche moría mi abuelo.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.