Usted está aquí: domingo 22 de abril de 2007 Capital Arte y salud

Angeles González Gamio

Arte y salud

En diversas ocasiones hemos hablado de la arquitectura como expresión de la mentalidad y valores de una época. En nuestro país esta lectura resulta particularmente fascinante, ya que conserva muestras notables que datan de miles de años atrás y llegan a nuestros días, en que se continúan creando obras trascendentes. Esto lo podemos conocer en un excelente trabajo del arquitecto y doctor en historia del arte, Enrique X. De Anda Alanís, titulado Historia de la arquitectura mexicana, de la editorial Gustavo Gil, en el cual nos hace un interesante recorrido que comienza hace dos mil años y termina en la década de los 90 del siglo XX.

Esta obra fundamental nos ayudó a disfrutar y comprender mejor uno de los edificios emblemáticos de una época en que se forjó el México moderno: el edificio de la Secretaría de Salubridad, que hoy se denomina de Salud, ubicado en la avenida Paseo de la Reforma y Lieja. El monumental edificio diseñado y construído por el arquitecto Carlos Obregón Santacilia, entre los años 1927-1929, es un buen ejemplo de la búsqueda de nuevos valores expresivos en la arquitectura y de un mejor aprovechamiento de los recursos que ofrecían los nuevos materiales.

El diseño conserva elementos art deco que caracterizaron buena parte de la arquitectura de ese período, pero muestra un lenguaje más abstracto, originado en el cubismo, que caracterizaría el lenguaje arquitectónico del movimiento moderno, nos explica el arquitecto Víctor Jiménez, coautor con el arquitecto De Anda en un bello e interesante libro que lleva por título Cuerpo y espíritu-Cinco siglos de arquitectura médica en México, publicado por la Secretaría de Salud, con los Laboratorios Bayer, en tiempos del doctor Julio Frenk, que tan buen memoria dejó de su paso por la dependencia.

Precisamente en ese tiempo, el arquitecto Jiménez dirigió la restauración de la magna construcción, de forma trapezoide, misma que tenía el enorme predio en que se edificó; entre otras innovaciones destacan unos puentes recubiertos de láminas de cobre martillado, que comunican las masas arquitectónicas, lo que rompe con la separación entre espacio urbano y espacio arquitectónico y se convierte, en palabras de Jimenez, "en una propuesta revolucionaria para la época". Lo compara con el famoso edificio de Walter Gropius, llamado Bauhaus, en Dessau, Alemania, que fue la vanguardia de la arquitectura moderna.

Pocos elementos decorativos, ubicados en sitios estratégicos, aligeran los grandes volúmenes de la construcción de piedra gris y cantera negra: las esculturas y relieves de Manuel Centurión y Hans Pillig, los elementos metálicos de William Spratling y los vitrales y pinturas murales de Diego Rivera.

Los primeros, ubicados en los cubos de las escaleras y que tienen como motivo los cuatro elementos -fuego, tierra, agua y aire-, fueron diseñados por Diego, en su estilo característicos de esos años, y elaborados por Villaseñor, con coloridos vidrios mate, con textura algunos y translúcidos los más; son de una gran belleza.

Los murales más importantes los pintó Rivera en la Sala de Consejo, hoy llamada doctor Bernardo Sepúlveda, que tras la magnífica restauración, recuperó su decoración original: mobiliario, lambrines, lámparas e inclusive sus ventanas, con vista al Paseo de la Reforma, y un amplio tragaluz, ahora luce esplendoroso las grandes pinturas que representan alegorías relativas a la salud y los elementos de la naturaleza, con figuras femeninas como medio de expresión de los mismos.

El exterior del edificio, con imponentes fachadas de piedra, sólo interrumpidas por los deslumbrantes puentes de metal, no permite imaginar el gran espacio abierto del interior, con jardines sombreados por robustas jacarandas que ahora, en plena floración, brindan una alfombra lilacea y un gran espejo de agua, rectangular, con tres fuentes, que remata en un grupo escultórico de Manuel Centurión.

Tanta belleza merece un brindis y qué mejor lugar que el recién inaugurado Cicero Bazar, situado dentro de la Plaza del Angel, que se encuentra en la calle de Londres 161, con su variedad de tiendas de antigüedades, en donde este "restaurante y botica bar" se puede considerar una más, por la cantidad y calidad de piezas antiguas que decoran el amplio espacio, en el que sobresale la inmensa colección de botámenes, esos frascos de botica bellamente decorados y los candiles franceses en ¡la cocina! Como todos sus lugares, éste refleja la personalidad de su dueña, Estela Moctezuma, gran coleccionista y amante de lo nuestro, y ofrece un maridaje de la cocina mexicana tradicional y platillos estilo Nueva Inglaterra, como clam chowder y pots de mejillones. Igual que en los otros Ciceros ofrece para botanear la simpleza más deliciosa: dobladitas de fideo. La visita es toda una experiencia estética y gastronómica.

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