Usted está aquí: miércoles 18 de abril de 2007 Opinión Nuestros gobernantes (a propósito del caso Ascensión)

Arnoldo Kraus

Nuestros gobernantes (a propósito del caso Ascensión)

Dentro de los atributos que deben tener los gobernantes, la credibilidad es valor primigenio. Mal inicia Felipe Calderón su mandato: sus allegados se han encargado de minar su voz y la de ellos mismos. La muerte, el asesinato, de Ernestina Ascensión, acaecida el 26 de febrero, víctima de una presunta violación, expone cuán endeble es la credibilidad de nuestros jerarcas y cuán raquítica es la comunicación entre ellos. Dos hipótesis: o no se comunican, porque entre ellos no se creen, o ya que no se creen no se comunican. En el lenguaje de la política y de la realidad de nuestro país, al igual que en el de las matemáticas, el orden de los factores no altera el producto: aquí estuvieron Fox y Sahagún y Sahagún y Fox.

Bien lo dijo el ombudsman José Luis Soberanes al referirse al trabajo de investigación de la procuraduría veracruzana: "es un cochinero". Aseveración correcta, pero limitada: "el cochinero" político se extiende por todo el país. La falta de comunicación entre nuestros dirigentes es deplorable. ¿Cómo creerles si entre ellos no se creen? Lo que es evidente es que el muy triste asunto de la indígena Ernestina ha servido para exponer la fragilidad del gobierno, su incapacidad para manejar el asunto y el enjuto valor que se da en nuestro país a los sectores más vulnerables.

"Mal empieza la semana para quien ahorcan el lunes", dice el refrán; mal empieza Felipe Calderón su mandato si su equipo no logra aclarar en pocos días lo sucedido con la vecina de Soledad Atzompa. El caso Ascensión muestra, porque tenemos como ciudadanos, la obligación de no creer la mayoría de las peroratas de nuestros funcionarios. Hace algunos años escribí en estas páginas que para quienes contamos con el derecho de usar la voz, cuestionar y no creer en la mayoría de nuestros jerarcas era una obligación ética. Lo reitero: el caso Asención es paradigma de esa idea.

Primero la muerte. La muerte de una indígena. La muerte que no parece ser por causas naturales, sino una muerte asociada a violación. La muerte, como escribí la semana pasada, de una persona desechable, del homo sacer del que habla Giorgio Agamben y que es el hombre o la mujer al que se le puede matar impunemente porque ante la ley su vida ya no cuenta. Después del fallecimiento, la primera autopsia de la cual descree el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). A renglón seguido una segunda autopsia, cuyos resultados no aclaran lo que no aclaró la primera. Después, los argumentos y las razones del mismo Soberanes y del presidente Calderón, cuyos diagnósticos contradecían lo aportado por las autopsias y por las versiones de los familiares de Ernestina Ascensión.

La falta de credibilidad se multiplica cuando aparece el subsecretario de Gobernación, Abraham Kunio González Uyeda, quien el 12 de abril acordó con las autoridades municipales de Soledad Atzompa solicitar al presidente de la CNDH que se abstenga de seguir haciendo declaraciones públicas sobre el caso. El mismo día, seguramente sin conocer las intenciones de González Uyeda, Soberanes aseguró que en el caso de Ernestina Ascensión "habrá verdad y justicia", a la vez que solicita que "... el presidente Felipe Calderón, la Secretaría de la Defensa Nacional y la procuraduría estatal (la de Veracruz) 'respondan por sus dichos y hechos. Yo no voy a pagar por los errores de otros'". Finalmente, y para añadir material al imaginario mexicano, el gobierno veracruzano comenta que "la CNDH no tiene facultades ni atribuciones para investigar la comisión de delitos", y que la segunda visitadora de la institución "se ha excedido en su actuación".

Armar el rompecabezas con los comentarios de nuestros jerarcas es imposible: ni el macho embona con la hembra ni hay pegamento suficiente ni están todas las piezas ni sirve la mesa ni alcanza la luz ni bastó febrero ni fue suficiente marzo ni lo será abril. El caso Asención demuestra la patética incomunicación y la falta de credibilidad que se ejerce entre los participantes de la política mexicana. ¡Qué fácil es no creer en ellos!

Descreer de lo que nos dicen nuestros gobernantes es una obligación moral. Descreer de ellos no menguará ni el dolor ni el coraje de los familiares de Asención, pero sirve como muestra de solidaridad, y es útil cuando se considera que debe procurarse la verdad. En el México contemporáneo descreer es sinónimo de razonar y de dignidad. Seguramente Ionesco, creador del teatro del absurdo, se asombrará, y envidiará, desde su tumba, la imaginación, la creatividad, las contradicciones, las sandeces y nuestra absurda, pero posible realidad.

 
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