Usted está aquí: martes 17 de abril de 2007 Opinión Revelaciones en San Ildefonso

Teresa del Conde/ I

Revelaciones en San Ildefonso

Doscientas cincuenta obras de los virreinatos novohispanos y de la colonia portuguesa de Brasil integran este magnífica exposición. Según el enunciado corre entre 1492 y 1820, pero en realidad el peso de la muestra abarca prioritariamente los siglos XVII y XVIII, si bien el discurso abre con una extraña y soberbia talla mexica que posiblemente date de tiempos de la conquista. Fue muy difundida (hasta donde sé) a partir de la exposición Aztecas, cuya sede inaugural tuvo lugar en Londres, en 2002.

Excepto los retratos y las pinturas de las castas, de las que hay un buen lote, las pinturas y esculturas están dentro del ámbito religioso y hay maravillas, ya sea por su belleza, por su rareza o por esa especial animación que les confiere su ser ''diferente" y a la vez tributario de fuentes europeas: especialmente flamencas, ibéricas e italianas. El mestizaje es el denominador común que anima al grueso de estas obras, la gran mayoría de primer nivel.

El visitante encuentra no sólo pinturas, tallas, estofados, marfiles, sino magnificentes objetos, la mayoría de culto, aunque también hay escribanías, cerámicas y piezas de uso ornamental doméstico, varios de los cuales acusan además aquel influjo de Oriente que empieza a darse en fecha temprana.

La coordinación corrió a cargo del Museo de Bellas Artes de Filadelfia, en colaboración con Los Angeles County Museum, con el propio Colegio de San Ildefonso, y uno de los alcances principales consiste en que pudieron obtenerse obras que proceden de, por lo menos, 13 países de nuestro continente, provenientes no sólo de esas naciones hermanas, sino también de colecciones europeas que fueron integrando obras de las colonias. Entre otras están las que proceden del Palazzo Pitti de Florencia (la sección conocida como Museo degli Argenti) que salvaguardó las colecciones medi-ceas. De allí procede el famosísimo ''retrato" de Moctezuma II (finales del siglo XVII), la representación del emperador azteca revela admiración por parte de quien lo realizó y estado de hibridez con un gladiador romano de tez oscura y porte gallardo; en cambio el atuendo, que pareciera inspirado en códices, tal vez es congruente con lo que el monarca lucía, pues endosa una banda anudada en las caderas (maxcatl), capa o tilma recamada y un tocado en forma de mitra; empuña en su mano derecha una jabalina y la izquierda queda oculta por un escudo plumario que parece sol.

El emperador azteca es joven y triunfador, muy distinto de otra efigie de colección mexicana que está adjunta. En ésta el soberano envejecido no denota aire triunfal alguno, como si conociera ya su fatal destino. Su atuendo difiere bastante del anterior, además de que la corona enorme, representada a su lado, es igual a la de cualquier monarca europeo.

Llaman la atención dos pinturas (siglo XVIII) del pintor brasileño Joao Muzzi, en las cuales el modo de concebir el paisaje urbano es extrañamente cercano a los paisajes metafísicos del siglo XX. Tales obras están referidas a un acontecimiento histórico: el incendio de la casa de Nuestra Señora del Parto, tanto en el momento en el que tuvo lugar, como en la etapa posterior en la que se efectuó su reconstrucción.

Dos cuadros de San Miguel Arcángel, vecinos en cuanto a museografía, permiten detectar la fortísima influencia manierista italiana entre pintores nuestros. El que proviene de México es de Juan Correa, con su indumentaria guerrera, inspirada en efigies romanas. Este arcángel: joven (como siempre lo son los arcángeles) y guapo, tiene los ojos pasmados probablemente indicando que el mayor guerrero celeste ha recibido en ese momento una visión sorpresiva.

 
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