Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 15 de abril de 2007 Num: 632

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Para verte en silencio
FEDERICO DE LA VEGA

El ángel y el pegaso
FRANCISCO JOSÉ CRUZ GONZÁLEZ

Me acuesto con mi ego, bien a solas
DANTE MEDINA

Fuego a la carta
JESÚS VICENTE GARCÍA

Miniserie Scherezada
JAIRO ISRAEL MORENO

El acompañante
GUSTAVO OGARRIO

Vivir en silencio
SIHARA NUÑO

Inmundo virtual
ROBERTO GARZA ITURBIDE

El atentado
SAÚL TOLEDO RAMOS

Mercedes Iturbe
FERNANDO GONZÁLEZ GORTÁZAR

Numb
JORGE MOCH

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR


Directorio
Núm. anteriores
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Federico de la Vega

Para verte en silencio


Ilustraciones de Víctor H. Garrido

Anoche soñé cómo matarte. Desperté temprano, en silencio, par afinar detalles y anotar las cláusulas. Luego preparé café y encendí un cigarro, a manera de galardón premonitorio, porque había pasado los últimos años de mi vida esperando, en silencio, esta revelación. Te despertó mi cigarro y bajaste para preparar el desayuno, ¿alguna vez te he dicho que no me gustan tus desayunos?, apestan, como todo lo que tocas, pero así desayunamos siguiendo el protocolo al pie del cañón: silencio.

Pero esta mañana ni el silencio pudo borrarme la sonrisa; sonrisa que no advertiste, porque siempre has sido tosca para descubrir las sutilezas de la vida. Hoy no me importó. Puedo decir desde esta mañana que soy un hombre feliz. Y te lo digo de frente para asegurarme de que lo sepas. No, no hables. Ahora no me vengas con que quieres romper el silencio. Quédate así, te ves bien. Creo que ya me acostumbré a verte así. Cuando termine de hablar quizá te dé la palabra. Pero ahora es mi turno.

Cuando terminamos el desayuno te llevé al trabajo. Y adivina qué: en silencio, hasta que te bajaste en la puerta del banco. Entonces subí el volumen del radio, sentí ganas de bajarme del carro para sentarme en una banqueta y reír un par de horas, pero debía llegar a la oficina. Te juro que iba a la oficina decidido a trabajar como nunca, cuando saqué el teléfono, sin pensarlo, y le marqué a Claudia para que cancelara mi nombre de la agenda en curso. Pensé en un lugar elegante: la tienda departamental más cara de la ciudad. No tuerzas así los labios, yo sé que parece extraño, pero recuerda que estaba festejando el genio de mi sueño. Me tomé todo el tiempo del mundo para ver tonterías y buscar lo justo y necesario. Encontré unos guantes de piel, que en la etiqueta presumían el origen de su confección inglesa. Seguí caminando hasta los vinos. No abras los labios, a mi también me sorprende lo que digo. No era una botella cualquiera: un XO añejado veinte años bajo suelo francés. Eso fue como un capricho extra porque quería brindar conmigo. Para terminar escogí una chalina de seda hindú y una navaja de metal suizo. Cuando llegué a la caja vi en mi cartera tu tarjeta bancaria. Sonreí de gusto porque entonces pensé pagar la cuenta con ella, y recordé el día que te la quité por el despilfarro que hacías con ella; a fin de cuentas creí justo que tú cooperaras con algo, y después de todo la cuenta quedaría saldada gracias a esos seguros de vida. Pagué y me fui a casa para preparar lo acordado en mis cláusulas.

Ni se te ocurra romper el silencio. Todavía no termino. Entonces llegué a casa, preparé pepinillos ¿sabes que me encantan los pepinillos? No contestes. Puse el Réquiem, de Preissner, a todo volumen. Recorrí con la mirada toda la casa. No me gusta tu estilo, es lo más híbrido que he visto en mi vida. Imaginé las remodelaciones que haría luego de deshacerme de ti. Seguí esperando a que llegaras del trabajo, mientras me distraía con preocupaciones similares al decorado de la casa. Bueno, no todo era trivialidad, también hice planes para mi vida de soltero: una soprano iría bien conmigo. Disfruté la ausencia de tu silencio en la regadera, para relajarme, porque no podía dejar que los nervios me traicionaran en el clímax de mi independencia.

Estaba sentado en la sala cuando escuché que metías la llave en la cerradura. Quité la música con un solo botón y respiré profundo. Entraste con tu silencio, pasaste frente a mí con tu silencio y subiste hasta tu cuarto en silencio. No advertiste nada extraño en mí. Creo que ya no te importaba nada de mí. Si moría o no era cosa a la que no prestabas atención. Pero yo sí. Por eso me decidí a hacer esto de una vez. Subí a tu cuarto y ni el metal te obligó a romper el silencio, creo que ya estabas dormida cuando éste entró. Luego, cuando llevé tu cuerpo al basurero para aventarte, ¿mereces estar en otro lugar?, se me ocurrió que extrañaría tu silencio. Con la ternura de mi pulso corté tus labios siguiendo la línea del carmín y los envolví en la chalina. Y te puse aquí en la sala, para ver tu silencio todas las tardes de domingo. Pero no digas nada. Solo quiero verte en silencio, para no extrañare.