Usted está aquí: domingo 15 de abril de 2007 Opinión Catrina y sepulcro

Angeles González Gamio

Catrina y sepulcro

Cultura y espacios funerarios en México es el título de un libro que, mediante textos de distintos autores, explora la diversidad de terrenos conformados por tradiciones e historias presentes en la memoria de los pueblos que aún viven arraigados en la tierra, en la resonancia de la vida mediante la continuidad en la muerte, según explica en la presentación el arquitecto Carlos Mercado Linares, quien junto con su colega Lourdes Serna, ambos miembros de la División de Ciencias y Artes para el Diseño de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, compilaron los interesantes trabajos, varios de los cuales se presentaron en el primer Congreso Internacional y VI Encuentro Iberoamericano de Valoración y Gestión de Cementerios y Arte Funerario, que se celebró en noviembre de 2005, en el estado de Michoacán, con el apoyo del gobierno local.

La lectura del libro nos ilustra maravillosamente acerca de la importancia que la muerte y sus rituales continúan teniendo en la sociedad actual y la sorprendente sobrevivencia de innumerables expresiones, que en nuestro país guardan tal riqueza e importancia cultural e histórica, como la festividad indígena del Día de Muertos, la cual ha sido incluida por la UNESCO en el listado del Patrimonio Cultural de la Humanidad como "Obra maestra del patrimonio oral e intangible de la humanidad".

La obra está dividida en dos partes. En Catrina se plantean posiciones teóricas alrededor del patrimonio inmaterial de la muerte, los sepulcros y las expresiones culturales, y en Sepulcro se presentan casos concretos, con el fin de documentar el estado que guardan algunos cementerios que conservan relevantes valores artísticos, históricos, sociales, simbólicos y arquitectónicos, para contribuir a su conservación.

El primer ensayo, de autoría de los compiladores, nos habla de la relación entre los hechos de vida y muerte y las expresiones culturales que caracterizan a México en la cosmogonía de la dualidad de la civilización mesoamericana; explica el significado que dan a los ritos, y el cambio de las dos únicas estaciones anuales que se registran en el territorio mexicano.

Nos demuestran que, pese al transcurso de los siglos, continúan vigentes como tradiciones festivas y simbólicas, presentes no sólo en los llamados grupos indígenas, sino en todos los estratos sociales, dado el reconocimiento del mestizaje cultural que define a la sociedad mexicana, ya que la cosmovisión mesoamericana, por la riqueza y trascendencia que ha tenido, es un componente inherente de las manifestaciones culturales del México actual.

En la parte titulada Sepulcros, destaca el texto de la arquitecta y cronista del arte funerario Margarita Martínez Domínguez, quien escribe acerca del Panteón de San Fernando, esa preciosura que sobrevive en la colonia Guerrero, recientemente restaurado por el talentoso ingeniero Jácome. La crónica es muy completa y habla tanto de la historia de los frailes predicadores de propaganda fide, que establecieron el templo y convento del que formó parte el panteón, como de su arquitectura, y nos da la explicación del significado de los elementos que adornan los monumentos funerarios, por ejemplo, las guirnaldas y flores representan la dicha que el alma experimenta en el jardín paradisiaco, pero también la brevedad y vanidad de la vida.

De gran interés resulta conocer los personajes que ahí están o estuvieron sepultados, además del ilustre don Benito Juárez, cuyo lujoso mausoleo es el plato fuerte del panteón y merece una crónica especial.

Aquí nos enteramos que, paradójicamente, cerca de don Benito está sepultado su enemigo Tomás Mejía, general del imperio, fusilado en Querétaro junto con Maximiliano y Miramón, quien también se enterró en ese lugar; nos cuenta la cronista que a este último, al enterarse la esposa al regreso de un largo viaje por Europa que su cuerpo yacía cerca del señor Juárez, lo mandó exhumar y depositó sus restos en la catedral de Puebla.

Esta es una probadita del contenido del libro, pues todo es de gran interés y vale la pena mencionar que está muy bien ilustrado y tiene un bello diseño. Lo presentamos hace unos días en la Casa de Cultura Jesús Reyes Heroles, en Coyoacán, y al concluir el evento, para festejar a los autores, decidimos cenar en el restaurante La Posta, que ocupa una bella casona decimonónica situada en avenida Pacífico 292, en el encantador barrio coyoacanense de La Conchita. Todo es riquísimo y la atención es de primera. Mis platillos favoritos: el portobello al forno para acompañar el aperitivo, después una fresca ensalada de pera y lechugas y, como era en la noche, un ligero pescado Verona, acompañado de un poco de rissoto. De postre, para no pecar en exceso, compartimos un tirmizu, preparado con queso mascarpone.

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