Usted está aquí: jueves 12 de abril de 2007 Gastronomía Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba

Apunte y carta abierta

4AM Los hombres del alba conocen los lugares secretos, aquellos donde se puede comer bien y es fácil encontrar a otros de su especie: los acodados en las últimas barras de la ciudad, los que escuchan la conjura de los pájaros como una señal para regresarse a casa y ocultarse del sol detrás de pesadas cortinas. Van, por ejemplo, a La Popular (5 de Mayo 52, mero Centro Histórico). Lo tienen abierto a todas horas, desde 1948, y sirven café con leche de los viejitos, en pesadísimo vaso de vidrio; tienen el mejor pan de dulce del Centro; es escandaloso casi a todas horas (los domingos, al iniciar la noche, es imposible conseguir lugar y no hacer cola en cualquiera otra es una quimera), y potentísimas luces de neón disimulan que aún no ha terminado el día. A nosotros nos gustaba la carne asada, delgadísima, como una tortilla deforme. A las cuatro también está abierto Los Coyuyos, un huequito en una pared de Los Portales (que ya han aparecido en esta página -Bolívar, casi esquina con Uruguay- están cerrados desde las 1:45: "no devolvemos monedas de la rocola"): tacos de un suadero precioso: un estrato de grasa deliciosamente dorada, otro de carne sápida; salsa verde cocida intensa pero no hiriente; rebanadas de rábano; una ramita de pápalo les da un último zing, que despierta la lengua después del adormecimiento salsero. (También hay tacos de cabeza pero no alcanzan esas alturas.) Parados frente a la gran olla/comal están casi únicamente muertos vivientes. Y lejos, en la tercera calle de Coruña, un paisa loquísimo: su pastor gigante no se hace al fuego vivo, sino como braseado a los pies del trompo, como un guisado. Las colas para alcanzar un taco son largas, como largo es su recuerdo en el retrogusto (un par de días después de la ingesta, aún sientes que puedes probarlos). Hay que regresarse al Centro a pie: bajo el cielo tricolor del principio del alba, y aplazar el regreso odioso de la vida diurna y su invariable sermón de oficinas, teléfonos y tránsito.

QUERIDA F: ¡Qué extraña tu aparición! ¡Cuántos meses y con esa noticia! ¿Qué puedo decirte? No hay casi oportunidad de elegir, pero si la hubiera, entre la vida y la muerte siempre hay que inclinarse por la muerte. De cualquier modo, estamos condenados a ser fantasmas, robots que repiten los días sin sentido; de cualquier modo la vida verdadera nos pasa por el culo, y nosotros ni enterados: alrededor nace el mundo, se alza en una conflagración y nos quedamos dormidos. A veces -poquitas- tenemos los güevos de escoger la muerte. Lo hacemos, por ejemplo, cuando optamos por venirnos afuera: desesperado, sacas el pene, y sobre el cuerpo o en la cara o en la almohada depositas el semen: en un acto simbólico como un machetazo le dices adiós al porvenir. También, cuando nos masturbamos la elegimos. Woody Allen dice por ahí que masturbarse es coger con quien más amamos. Qué mamada, la verdad. Tal vez no hay una secuencia erótica más inquietante en la historia del cine que esa en que la bella Naomi Watts se masturba en Mulholland Drive: por su mente cruza desaforadamente Laura Harring, su ex amante, para lastimarla, para abandonarla otra vez. La mano se pone frenética, hiere la vagina, los dientes crujen, los ojos lloran. La imaginación, limitada por el amor y atraída por la muerte, es más terrible que la realidad. Paralelas e igualmente terribles son las palabras de Catulo que imagina -acaso mientras se masturba- a su amada Lesbia, aquella que hoy por las calles "se la jala a los hijos del gran Remo": dolor que va y viene como en un espejo. ¿De veras alguien puede creer que masturbarse es nomás coger con uno mismo? ¡Ja! Paz habla de "los cuerpos de mi cuerpo" en un recuento onanista de Pasado en claro, y de la eyaculación de esa gran chaqueta, dice: "me arrojó a la orilla más sola", esa en que nos sentimos entre los dedos de la muerte. Cualquiera que se masturba está a un centímetro de la muerte: en A Small Killing, de Alan Moore, la chaqueta es uno más de los pequeños asesinatos de su atribulado protagonista, en ocasión de un recuerdo tormentoso que antes quiso espantar con estas palabras: "I'm scared. It's dark, I'm out late, I want to go home. I want to sleep and wake up and everything be all right".

A QUE NEGARLO: yo me masturbaba furiosamente, y tu recuerdo, tus tetas, tu vagina y su sabor (¿a qué sabe tu vagina? ya casi no me acuerdo), tu cuerpo, laguna enamorada de su transparencia, empezaba a colarse a mi cerebro, a lastimarme el pecho. Todo me dolía pero no podía dejar de hacerlo, hasta que el blanco advenimiento me lanzaba a mí también a la orilla más sola de este mundo. Hay dos tipos de gente: unos piensan en tener hijos; quieren la supervivencia de la especie y llegar a ancianos (si se puede, con la misma pareja). Para ellos, el erotismo es un trámite y la masturbación una pastilla para dormir. Se resignan. A otros nos vale madres morir jóvenes, consumimos drogas y alcohol, el cerebro se nos está haciendo un trozo de mierda balbuciente, y tener un hijo sería un castigo y, sobre todo, una culerez. Entendemos que la masturbación es una forma de decirle a la puta vida: vete para siempre al diablo. Y no olvidamos aquella verdad: para salvar a esta tierra que está en las últimas, sólo hace falta que seis personas opten por la muerte: yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos.

Tu amigo que te quiere, Alonso.

http://antrobiotics.blogspot.com y [email protected]

 
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