Usted está aquí: sábado 7 de abril de 2007 Cultura El velo del templo

DISQUERO

El velo del templo

Pablo Espinosa

Una vez montados en la nube con el atracón celestial que otorga la música del estoniano Arvo Pärt, material del Disquero de la semana pasada, mantengamos el vuelo -además que son días dizque santos- con otro autor contemporáneo cuyas conexiones con la música pärtiana son certerísimas.

Se trata del compositor inglés John Tavener (28 de enero, 1944), homónimo del compositor inglés John Tavener (1495-1545), ambos autores de música religiosa. El Tavener de nuestros días (se pronuncia téivner) ha logrado una producción impresionante, una proyección creciente y un prestigio sólido como autor ''místico", y las comillas son necesarias porque ese término queda más como mote que como definición ante su música, que es un portento creativo cuya característica esencial en todo caso es que tiende un puente directo con la divinidad, como lo hacen a su manera Arvo Pärt (con quien identifican de inmediato a Tavener) y Olivier Messiaen (su primera influencia) y otros muchos autores, iniciando con Johann Sebastian Bach.

La discografía de John Tavener fluye por fortuna en cualquier tienda de discos. Por su monumentalidad, eficacia y poderes absolutos elegimos como el centro de este Disquero su obra titulada The veil of the Temple, vasto mural sinfónico-coral de siete horas de duración escrita por encargo del Temple Music Trust y estrenada la noche del 27 al 28 de junio de 2003, en el Temple Church, de donde proviene el material de la versión discográfica que aquí presentamos en un álbum de dos discos que apabulla, eleva, dignifica, comunica con lo divino.

Si hubiera duda de los puntos de contacto con Arvo Pärt, la cantante solista es la soprano hindú Patrizia Rosario, la misma que participa en el dvd con la música de Pärt que recomendamos la semana pasada. Estrenada en el templo que construyeron los templarios en Londres, esta obra es en realidad un cántico ecuménico porque, a diferencia de la religión cristiana, cimentada en la guerra (los templarios, los cruzados, los cristeros, Bush y Blair y compañía), plantea una armonía, un equilibrio.

Inicia con un canto sufi, rememora la música del Islam (contra la que se armaron los ejércitos templarios), evoca la música budista tibetana, el aroma zen. Es, en suma, un sistema -majestuoso, celestial- de vasos comunicantes con el alma. Es un auténtico prodigio.

 
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