Usted está aquí: sábado 7 de abril de 2007 Cultura Arditti + Scelsi

Juan Arturo Brennan

Arditti + Scelsi

En las ocasiones anteriores en que el Cuarteto Arditti ha visitado México, ha dejado una huella musical doble y, por ello, doblemente importante. Por una parte, la de sus potentes ejecuciones de las obras más complejas del repertorio contemporáneo para cuarteto de cuerdas. Por la otra, la de sus talleres y clases magistrales, que han incluido de manera sistemática la interpretación, en el contexto de sus conciertos formales, de obras nuevas de jóvenes compositores mexicanos.

Hace unos días, el Cuarteto Arditti estuvo en esta ciudad para participar en el Festival de México en el Centro Histórico, y procedió de manera análoga a la de sus anteriores visitas, estrenando en su segundo concierto (Bellas Artes, marzo 31) una obra del joven compositor mexicano Rodrigo Valdez, titulada Clementine on the line.

Se trata de una pieza breve y compacta, realizada a partir de gestos y bloques sonoros poderosos y bien perfilados, y con una interesante componente de contrastes expresivos.

El resto del programa propuesto para esa ocasión por el Cuarteto Arditti tuvo como sustento la formidable música del compositor italiano Giacinto Scelsi, uno de los creadores sonoros más refinados del siglo XX.

Mediante impecables ejecuciones (como siempre) de los Cuartetos 3 y 4 de Scelsi, el ensamble permitió a los oyentes apreciar con claridad meridiana algunas de las cualidades básicas del pensamiento y de la estética del músico italiano. Sin ser estrictamente iguales, ni mucho menos, ambos cuartetos habitan un mundo conceptual y sonoro análogo, de una admirable homogeneidad, que refleja una línea de conducta estética coherente y orgánica.

Se trata, en lo fundamental, de música concebida como un continuum de aparente inmovilidad, construida sobre apretadas texturas cromáticas que, más que desarrollarse, dan la impresión de un constante flujo, de una ebullición interna en la que la aparente falta de contrastes externos tiene como contrapeso un complejo y profundo trabajo en el tejido de las voces instrumentales.

En la ejecución que hizo el Cuarteto Arditti de estos dos excelentes cuartetos de Scelsi destacaron (sobre todo en el número 3) aquellos luminosos instantes en que ese flujo cromático continuo pasa por fugaces momentos de armonía modal, después tonal, para volver a sumergirse en el vasto mar de sonoridades creado por el compositor. Música formidable, ejecutada a gran nivel.

Para el final de su programa, el Cuarteto Arditti propuso la obra Grido, del alemán Helmut Lachenmann, que se sitúa por completo en un polo conceptual y sonoro abiertamente opuesto al de la música de Scelsi.

Ahí donde los dos cuartetos del italiano giran alrededor de una aparente, hipnótica y seductora homeostasis, la obra del alemán es un efervescente (y en ocasiones voluntariamente áspero) discurso realizado a partir de la sucesión de numerosos y variados modos de producción sonora, que producen el efecto de una intención totalizadora en cuanto al uso de los recursos instrumentales. Sobre esta idea básica, Lachenmann ha construido un cuarteto de alto octanaje y altos decibeles, señalado por una energía que nunca decae.

Antes, a la mitad del programa, el Cuarteto Arditti interpretó Tetractis, para cuarteto y sonidos electrónicos, de Manuel Rocha, uno de los compositores mexicanos más hábiles y competentes en este rubro particular.

Más allá de los complejos conceptos abstractos que le dan origen, Tetractis es una obra de una asombrosa coherencia sonora. Los sonidos electrónicos, derivados principalmente de la transformación de sonidos originales de los instrumentos de cuerda, guardan en todo momento una relación de estrecho parentesco con lo que toca el cuarteto, de manera que la percepción general es de un ámbito tímbrico unitario y orgánico.

Sin hacer esfuerzo alguno por encontrar símiles o analogías específicas, de manera espontánea imaginé que algunos de los sonidos creados por Rocha tenían puntos de contacto con aquella legendaria y pionera partitura de Pierre Henry titulada Variaciones para una puerta y un suspiro. Muy bien lograda, también, la distribución espacial de la difusión de los sonidos electrónicos.

En esta ocasión, el Cuarteto Arditti se presentó con una formación distinta a la de su anterior visita a México, de la que sólo permanece el violinista Irvine Arditti. La calidad de las ejecuciones sigue siendo de altísimo nivel, pero en el ámbito de lo subjetivo, me parece que la formación anterior era más expresiva y más aguerrida en lo que se refiere a la gestualidad de la música interpretada.

 
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