Usted está aquí: jueves 5 de abril de 2007 Opinión El Presidente y su partido

Soledad Loaeza

El Presidente y su partido

El fuego cruzado entre los dirigentes del PAN ha puesto nuevamente a descubierto ante la opinión pública las tensiones en el interior de la organización. Nada hay peor para un partido que proyectar la imagen de pleitos internos y posibles defecciones y fracturas. En este caso la figura es todavía más lamentable porque involucra al Presidente de la República que aparece como el jefe de una facción del partido, enfrentado a una facción opositora que está encabezada nada menos que por el presidente de su partido.

Este conflicto puede verse como un asunto de la pequeña historia del PAN, un enfrentamiento de ambiciones, un episodio menor de la lucha por el poder. No obstante, lo que está en juego es mucho más que eso, porque se trata de las reglas que deben normar las relaciones entre el Presidente de la República y su partido; es decir, lo que presenciamos es un conflicto institucional en el que el partido en el poder intenta imponerse al jefe del Ejecutivo. No obstante la gravedad del asunto, en realidad se trata de un falso dilema: el partido en el poder debe apoyar a su presidente. Si no lo hace está minando las bases de apoyo de Felipe Calderón, así como sus posibilidades de mantenerse en el poder.

No es un secreto que Manuel Espino está empeñado en ser un protagonista independiente del Presidente de la República. Su objetivo es fijar las líneas de acción del partido de acuerdo con sus propios intereses y fines, y ejercer su autoridad personal sobre consejeros nacionales y legisladores para orientarlos hacia los objetivos que él se ha propuesto. Si acaso esos fines fueran los mismos que los del presidente Calderón será una feliz coincidencia; pero todo sugiere que para Espino la prioridad no es apoyar al Presidente o a su gobierno, sino promover un panismo que sigue su propio camino, el que él mismo ha trazado, y mantener una "saludable distancia" -Ernesto Zedillo, el último presidente priísta, dixit- en relación con el jefe del Ejecutivo. Según Espino así lo dicta la democracia.

Manuel Espino se equivoca. En los regímenes presidenciales democráticos el jefe del Ejecutivo es también el líder de su partido, aunque no ostente una posición formal en la organización. El partido del Presidente hace suyas las decisiones del jefe del Ejecutivo, y asume y comparte la responsabilidad de sus resultados, sabiendo que a ojos del electorado el Presidente y su partido son uno solo, y que esta percepción gobernará su decisión a la hora de votar, para bien o para mal. Esto significa que para la opinión pública las posturas críticas y desafiantes de Manuel Espino no representan propuestas alternativas a las políticas del gobierno, sino que son sólo posturas cuyo propósito es mantener su nombre en las páginas de los periódicos. No obstante, sus posiciones no son inofensivas porque tienen un impacto negativo sobre la imagen pública de la autoridad del Presidente.

El simple hecho de que Felipe Calderón aparezca como miembro y líder de una facción dentro del PAN incide en forma indirecta sobre la percepción de su capacidad para unificar voluntades, que es la función central de todo presidente de la república.

En todo régimen democrático -presidencial o parlamentario- el partido en el poder y su líder real, el jefe del Ejecutivo, se benefician o se perjudican mutuamente. Los votantes identificarán al partido con las políticas del presidente Calderón, y si Acción Nacional no contribuye a movilizar y a organizar a la opinión pública en apoyo de las políticas calderonistas estará cavando su propia tumba. Por ejemplo, en Inglaterra cuando el Partido Conservador observó que Margaret Thatcher había perdido popularidad en el electorado llevó a cabo una elección interna y la sustituyó con John Major como primer ministro. Ahora, el Partido Laborista probablemente hará lo propio con Toni Blair y Gordon Brown.

Recordemos que si bien el presidente Zedillo habló de una supuesta "sana distancia" en relación con el PRI, él mismo mantuvo un férreo control sobre un partido que se sentía desorientado y descontento con las políticas neoliberales de su gobierno. Zedillo palomeaba las candidaturas al Congreso o a las gubernaturas, en el más tradicional estilo priísta y si no hubiera tenido el apoyo, muchas veces a regañadientes, del PRI, habrían fracasado muchas de las políticas que negoció con las oposiciones de ese momento. La histórica derrota de 2000 puede explicarse por esta desafortunada ambigüedad de un presidente que no apoya a su partido, pero le exige lealtad a cambio de un respaldo tibio y tardío. Ahora podríamos invertir los términos de la ecuación: el PAN compromete su futuro en el Congreso si le regatea al presidente Calderón el compromiso con sus iniciativas y políticas de gobierno.

La ofensiva de Manuel Espino contra la Presidencia de la República responde a sus muy personales razones; pero también a una mala lectura del régimen autoritario y de la relación entre los sucesivos jefes del Ejecutivo y el Revolucionario Institucional. La existencia de oposiciones relevantes y muy activas ha transformado por completo el contexto de las relaciones entre la Presidencia y su partido, pues ambos están en la competencia y no hay que olvidar que ambos tienen los mismos adversarios.

 
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