Usted está aquí: jueves 5 de abril de 2007 Opinión Respiro en el Golfo Pérsico

Editorial

Respiro en el Golfo Pérsico

El anuncio de la liberación de 15 marinos ingleses capturados hace casi dos semanas en aguas territoriales iraníes pone fin de golpe a un factor de grave tensión adicional en el Golfo Pérsico, severamente desestabilizado por la persistencia de la ocupación angloestadunidense de Irak y por las presiones de Occidente para que Teherán abandone su programa de desarrollo de tecnología nuclear.

La detención de los efectivos, cuya liberación ha de producirse hoy, dio pie a un intenso estira y afloja de presiones diplomáticas en el que quedó al descubierto la mendacidad del gobierno de Tony Blair: en efecto, mientras Londres aseguraba, blandiendo supuestos datos de localizadores satelitales, que los marinos arrestados operaban en territorio de Irak, los propios cautivos admitieron, frente a un mapa, que habían incursionado en el país vecino. Más importante aún, el episodio dejó entrever la veracidad de recientes denuncias iraníes sobre las actividades desestabilizadoras emprendidas por el MI5 británico en regiones de mayoría árabe fronterizas con Irak.

El asunto es explicable desde la lógica colonial en la que opera el gobierno de Blair, cuyos estrategas probablemente decidieron conveniente aprovechar la presencia de contingentes militares suyos en tierras iraquíes para realizar algunas tareas preliminares a un eventual ataque angloestadunidense a la nación limítrofe, como las labores de inteligencia y reconocimiento y el establecimiento de contactos con núcleos opositores al régimen de la República Islámica.

Lo cierto es que, a la postre, el incidente fue bien capitalizado por el presidente Mahmud Ahmadinejad para introducir un elemento de distensión en el convulsionado panorama regional y, de paso, para propinar a la declinante potencia europea una severa derrota diplomática. El mandatario iraní afirmó, en la ceremonia en la que anunció la liberación de los militares británicos, que el gobierno de Blair se comprometió a no volver a violar la soberanía territorial de Irán y, para redondear la humillación, pidió al gobernante inglés que no castigue a los liberados por haberlo desmentido al reconocer públicamente que se habían internado más allá de la frontera entre Irán e Irak.

Por otra parte, el suceso muestra el alarmante grado de incomprensión de Washington y Londres a las realidades diplomáticas y políticas de la zona del mundo en la que se encuentran entrampados por el empecinamiento bélico de George W. Bush y por el servilismo de Downing Street a la Casa Blanca, así como el escaso margen de acción de ambos gobernantes en la región. Coincidiendo con el ridículo que hizo Blair ante Irán, la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, en abierto desafío a Bush, se reunía en Damasco con las autoridades sirias, demonizadas por el Departamento de Estado. A estas alturas, los gobiernos árabes ya habrán entendido que esta visitante les conviene más como interlocutora que Condoleezza Rice, quien representa a una presidencia declinante y acorralada en su propio país y hasta en su propio partido, el Republicano.

 
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