Usted está aquí: viernes 30 de marzo de 2007 Capital Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

Por la conservación de la hegemonía religiosa

Antipopulistas piden ¡consulta popular!

La campaña del chapulín arrugado

Ya hemos platicado en este espacio del fracaso de la Iglesia católica para tratar de evitar que las mujeres que comparten el mismo signo religioso aborten, y de cómo el tema se ha convertido en un asunto político, porque parece que es la arena donde mejor se mueven los ministros de esa religión.

Pero el tema, este último, ha tomado giros político-partidistas que merecen nuestra atención.

Contrario a lo que ellos han llamado un sin fin de veces populismo, los agentes de la derecha claman ahora -se le nombre como se le nombre-, por una consulta popular, con la que, dicen, se podrá medir cuál es la voluntad de la gente respecto de la iniciativa de ley que habrá de discutirse, y en su caso aprobarse, en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.

La idea, como ellos saben, es tratar, una vez más, de defraudar, mediante un método supuestamente democrático, la voluntad popular. El camino lo conocen, se los enseñó el autoritarismo que ellos mismos condenan, y lo aprendieron al pie de la letra para imponer lo que mejor les convenga.

A los jerarcas religiosos, como a los políticos que les apoyan, les importa un bledo qué sucede con las mujeres, con los niños, o con la población en general. Se trata de mantener un dogma para conservar la hegemonía, y para que ello se cumpla no importan las formas, por aberrantes que parezcan.

Entonces la fórmula es lanzar campañas mediáticas, armar renovadas complicidades con sus voceros de siempre, crear ambientes de peligro que infundan miedo entre la gente, y por fin el fraude. ¿Le recuerda a usted algo este método? Sí, acertó.

No tardaron mucho en echar a andar la maquinaria. Esta vez escogieron al chapulín arrugado para iniciar el bombardeo. Tienen como cierto que los representantes de la Iglesia no gozan de la credibilidad suficiente como para ser escuchados por la población, y recurren al grotesco cómico, el más alto en las encuestas de aceptación que realizaron, para iniciar las campañas.

Seguramente ya tienen escogidos a los que habrán de contar los votos y, sobretodo, a quienes van a financiar su cruzada, por eso esta vez quieren que se vaya a la consulta popular, y que, de lo que de ella resulte -que están confiados será a su favor-, se convierta, esta vez sí, en un mandato para los legisladores de la capital del país.

Buena finta, don chapulín arrugado, lo malo es que los diputados locales, y el gobierno central del Distrito Federal, por obligación y por vocación, deben atender un problema de salud pública que cada vez es más grave, pese a los rezos de unos y las amenazas de otros.

Deberá ser en abril cuando se vote la ley. No deberá concederse ni un plazo más, menos aún si existe la peregrina idea en algunos grupos políticos, del signo que sean, de prolongar la discusión. Los argumentos ya están dados, la discusión lleva tantos o más años que la nueva ley del ISSSTE, que fue aprobada con toda rapidez en las cámaras del Congreso, así que no vale, de ninguna manera, aplazar su aprobación.

Desde luego, ninguna elección en manos de truhanes podrá respetar la voluntad popular. Por eso, el deber de los legisladores, con el respaldo valiente, debemos decirlo, de Marcelo Ebrard, será promulgar una ley que proteja la salud y la decisión de las mujeres en la ciudad, en cuanto su embarazo, pese a las campañas de manipulación y odio que ya están circulando.

Grave pecado sería, entendida la trasgresión, como la falta a los deberes del legislador, que dadas las circunstancias se quisiera aprovechar el escándalo que ha producido el asunto, para ganar voluntades, prolongando, como se dijo, inútilmente la discusión. Así que, ¡aguas!

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