Usted está aquí: miércoles 21 de marzo de 2007 Opinión La violencia nuestra de cada día

Javier Aranda Luna

La violencia nuestra de cada día

Es frecuente que no nos pongamos de acuerdo sobre las causas que originan la violencia. Y esa es la razón por la que no coincidimos en las formas para combatirla. Seguramente son muchos los motivos que la generan y muchas las formas para atacarla, pero nadie podrá cuestionar que uno de los mayores generadores de los actos violentos es la impunidad.

Hace dos años, Elena Poniatowska nos informaba que en Ciudad Juárez algunos hombres amenazaban a sus mujeres, si no los obedecían, con la frase ''te voy a echar al desierto", aludiendo, claro, a las mujeres asesinadas en esa ciudad, cuyos despojos terminan en esos terrenos áridos. También nos informaba que era fácil encontrar en los mercados de aquel lugar llaveros con forma de senos mutilados.

A estas alturas la impunidad se ha convertido, desde mi punto de vista, en el principal problema de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Se ha fomentado durante más de 10 años la cultura de la impunidad.

Pero si sobre los orígenes de la violencia no nos ponemos de acuerdo, de sus consecuencias no podemos dudar: la afectación del otro, su anulación, su negación, su exterminio es materia constante de la nota roja. En sentido estricto, el meollo de la violencia siempre es el maltrato al otro: aun los suicidas en ese acto tan individual, sacuden su entorno de manera considerable; sus estertores siempre estremecen a los demás.

El famoso progreso no ha modificado nuestra afición a la violencia. ¿No nos enteramos hace unas semanas de una astronauta que viajó por carretera cientos de kilómetros y usó pañales de adulto para no perder el tiempo acudiendo a un sanitario, con tal de vengarse de su rival de amores? ¿Y qué decir de nuestros obispos que en el nombre de Dios maldicen a las mujeres que abortan y a los legisladores que apoyan la despenalización de esa práctica?

La violencia nuestra de cada día, libro publicado por Plaza y Valdés, es una estupenda radiografía que nos permite tomar el pulso a nuestra sociedad de manera objetiva: conocer con datos duros y buenos razonamientos el estado actual de esta expresión de nuestra miseria.

Para que el diagnóstico fuera lo más completo posible, Blanca Aguilar y Martha Laura Tapia, coordinadoras de la obra que reúne 10 ensayos de muy buen nivel -como los de Blanche Petrich y de Antonio Delhumeau-, convocaron a especialistas en distintas áreas para documentar con minucia esa peste que nos fustiga: desde el análisis de las individualidades atravesadas por las pulsiones del deseo y las relaciones de pareja hasta balances de medios masivos, como el cine y la televisión, en relación con la violencia, medios que han contribuido a elevar nuestros niveles de tolerancia sobre esta peste contemporánea. Aclaro que no atribuyo a esos medios la violencia. Los mensajeros, los medios, no son los responsables: sería tanto como culpar a los clásicos de la novela negra y policiaca de fomentar el crimen.

En materia de televisión, Francisco Peredo Castro hace un interesante seguimiento de los usos y costumbres de los llamados talk shows, donde la dignidad, nos dice, es algo que pasó de moda, y la humillación es el pan cotidiano.

La violencia nuestra de cada día además de ser un interesante conjunto de ensayos bien armados, tiene la virtud de haberse sacudido en buena medida esa jerga destinada al consumo meramente académico. Es un esfuerzo interesante por compartir con la gente de a pie, como uno, los conocimientos de un grupo de especialistas preocupados por su entorno. Es un buen esfuerzo que nos muestra cómo la academia se puede vincular y se vincula a problemas específicos y urgentes de nuestra sociedad.

Ojalá esta experiencia se repita en otros ámbitos. En materia del agua y el sobrecalentamiento de la Tierra, la eutanasia, los crímenes de odio, los alimentos transgénicos y sus secuelas en la salud, la explosión demográfica que, según Giovanni Sartori, es el centro de todos nuestros males.

Pero además de diagnósticos puntuales que nos sirvan para descifrar nuestros problemas, nos hacen falta propuestas viables, desde los distintos ámbitos del saber, para combatir, de manera puntual, los males que nos aquejan.

Esfuerzos como el representado por este libro nos prueban que también el saber es una buena inversión, que la generación de conocimiento resulta indispensable para cualquier sociedad.

 
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