Ojarasca 119  marzo 2007

Santa Cruz, Bolivia

Otra devastación amazónica

Las diferentes colonizaciones de la selva, de la Lacandona en Chiapas a las profundas selvas amazónicas de Venezuela, Colombia, Bolivia, Perú, Ecuador, Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil han presumido de abrir las "ultimas fronteras".

Si antaño fueron los ingleses, los estadunidenses, los holandeses, los alemanes, los portugueses y los españoles, hoy la Amazonia se puebla de latinoamericanos y asiáticos "emprendedores" que quieren hacer "billetes ya", sin importarles un pito si a gran velocidad destruyen, dividen, desmantelan, corrompen, contaminan, envenenan, enferman y preparan el camino para un suicidio planetario.

En Ecuador son ahora los colombianos: floricultores, productores de cultivos de invernadero que agotan los mantos acuíferos de los que se alimenta el sistema amazónico. Son las petroleras y las mineras que avanzan arrasando las selvas sin miramientos para los diferentes pobladores originarios que mantuvieron durante siglos un equilibrio que hoy se hace más y más frágil.

En Paraguay, pero también en Argentina, son las vastísimas plantaciones de soya, prácticamente toda transgénica, que despojan de sus tierras a los campesinos tradicionales que se vuelven arrendatarios de tierras que antes fueron de ellos, si no quedan cautivos como esclavos en sus propios y ancestrales territorios. Muchas de estas plantaciones están en manos de brasileños y sus descendientes, conocidos como brasiguayos, pero también los japoneses poseen grandes extensiones que contaminan con agroquímicos además de cambiar el uso del suelo en aras de levantar su emperio soyero.

Según Joaquín Bonett, http://alainet.org/active/14267, "actualmente, los brasiguayos poseen 1.2 millones de hectáreas, que significan el 40 por ciento de la superficie total de los departamentos de Alto Paraná y Canindeyú. En los últimos años, la tensión fue creciendo cuando organizaciones campesinas empezaron a exigir al gobierno expropiar las tierras. La capitalización de brasiguayos, mediante el negocio de la soya en el Alto Paraná, obligó a muchos campesinos paraguayos a vender sus tierras. Esto provocó la desaparición de alrededor de diez colonias nacionales creadas por el Instituto de Bienestar Rural, hoy Instituto de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert)".

Para el padre José Fernández de la Pastoral Social de la Diócesis de Ciudad del Este, "de 1.5 millones de hectáreas de soya sembrada en la actual temporada, 1.2 millones corresponden a los agricultores brasiguayos. La mayoría de los 37 mil brasileños que viven en zonas rurales de ambos departamentos son hacendados medianos, con propiedades de 500 hectáreas. El caso es tan grave que el campo está quedando en manos de grandes propietarios. En las antiguas colonias paraguayas están entrando los soyeros, desplazando a miles de familias paraguayas. Empiezan alquilando la tierra por uno o dos años y después ya las venden y vienen aquí a la ciudad, en los barrios, sin trabajo, sin forma de vida. Es un problema acuciante".

Fernández sostiene que los empresarios de la tierra tienen de 300 a 3 mil hectáreas y los pequeños agricultores no poseen ni un metro cuadrado". A esto se suma que la maquinaria está desplazando a la gente. "Con un operador de máquinas es suficiente para manejar mil hectáreas, donde antes trabajaban 100 a 200 familias", sentencia.

Si en Paraguay este problema se agrava día a día, en Bolivia es justamente el departamento de Santa Cruz, la región que ha desafiado al gobierno de Evo Morales de hacerse "autónoma", el que sufre problemas semejantes o peores.

Y también ésa se considera otra frontera última donde la gente de otros lados llega a colonizar y apoderarse de los recursos creando "polos de desarrollo" que en los hechos es abrirle las venas a la Selva, envenenar con agrotóxicos, acabarse el agua, desmontar el arbolado y la flora secundaria, y crear boomtowns de gran corrupción, donde como muestra crece "un tráfico de autos y camionetas robadas en Argentina y Brasil que circulan sin problemas, o de miles de importados desde Estados Unidos, usados, chocados, que se venden como chatarra a un tercio de su precio".

En el caso de Santa Cruz, es también la soya, hoy además ambicionada como fuente potencial de los llamados biocombustibles, la que mueve a brasileños, mexicanos, colombianos, peruanos, y "miles de argentinos que se lanzaron a la aventura de trabajar en la última frontera agropecuaria sudamericana", como caracterizó el proceso Sergio Carreras en La voz del interior, diario cordobés, el 7 de enero de 2007. Y recoge la voz de uno de esos emigrados: "Me voy de Santa Cruz y a los pocos días extraño, quiero volver", dice el cordobés Gerardo Pizzi, tal vez uno de los argentinos con más exitoso desempeño en la zona. "Éste es un lugar muy pujante, colonizado por brasileños y argentinos que traen tecnología, técnicas de manejo del campo y que dan empleo y hacen crecer el país". Parecería que todo es una gran vacación extreme. Sin embargo, el texto de Carreras deja traslucir varios de los graves problemas que conlleva esta invasión.

"Llegué en invierno y me encontré con grandes sembrados de soya. Me pareció increíble. Claro, acá no hay heladas, no se conoce el granizo y en algunos campos se hacen tres cosechas por año, dos de soya. Vi lo que era esto y me vine" cuenta Adrián Barbero, un cordobés que se quedó definitivamente, seducido por la alta productividad, el bajo precio de la tierra y la casi nula carga impositiva.

Dice Carreras: "Los atractivos son muchos. En la franja que se extiende entre los ríos Piraí y Grande al norte de la ciudad, los campos producen tres cosechas al año, dos de ellas de soya. Allí una hectárea lista para producir se consigue a 1 500 dólares, y el precio baja a 500 dólares en la zona este, donde una hectárea con selva virgen se consigue a 100 dólares. Los números tientan y no sólo a medianos inversionistas: el empresario cordobés Roberto Urquía, dueño de la Aceitera General Deheza, es uno de los que sigue con atención el desempeño de la zona".

Al norte de Santa Cruz los trascavos tumban la muralla vegetal: "quebrachos colorados, ochoós, lapachos, lianas y palos borrachos, refugio de tucanes y enormes papagayos azules... Es verdad que en más de un caso no existen caminos y la única manera de llegar a las propiedades es en avión. Y cuando los caminos existen, suele tratarse de vías sin consolidar que se convierten en trampas pegajosas hasta para los grandes camiones durante los días de lluvia, que aquí son muchos porque, por ejemplo, al norte de Santa Cruz se precipitan 1 600 milímetros por año. En varias ocasiones son los mismos productores los que construyen sus caminos e improvisan puentes para moverse dentro de sus propiedades. Otras veces, maquinaria valuada en cientos de miles de dólares tiene que ser cruzada en balsa por los ríos".

Las dificultades entre Evo Morales y la pujante clase empresarial cruceña lo llevaron a aprobar una nueva ley que posibilita la expropiación a quienes no las hagan producir apropiadamente, en un contexto en el que sólo el 17 por ciento de las propiedades está saneado y el resto se maneja con la compraventa de derechos de posesión y donde los pueblos indígenas y los grupos campesinos reclaman o suelen ocupar propiedades. "Quienes vivimos acá sabemos que no hay motivo de preocupación seria por ese tema", dice Adrián Barbero. "Haciendo bien las cosas uno compra, le comunica al Gobierno los planes para el campo y el Estado protege el derecho a la propiedad."

En pocas palabras, Santa Cruz se vuelve una zona de devastación sin miramientos, que se suma a las otras heridas de la Amazonia y que tarde o temprano generará un conflicto social, por la resistencia de las comunidades originarias que siguen defendiendo la viabilidad de su territorio y de toda la región.

(RVH)

-familiamujeres



Comunidad de Viloco. Foto: Jean-Claude Wicky
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