Usted está aquí: lunes 19 de marzo de 2007 Opinión Aprender a morir

Aprender a morir

Hernán González G.

Otros golpeadores

La sociedad mexicana empieza a resentir, cada vez con más intensidad, los graves efectos de un mal cálculo: el maridaje grotesco entre gobierno y televisión comercial. Y como en toda relación falsificada, lo que se pretendía respeto mutuo devino alcahuetería recíproca. Si te haces de la vista gorda, te otorgo más concesiones; si finges que no ves, yo no veo que privilegias la diversión idiota sobre la reflexión; seguiré gastando en educación pero más en analfabetismo televisado. Y así.

Sólo que en medio, a manera de hijos alelados o rebeldes, una sociedad civil, sin mayor capacidad de rechazo como en toda familia autoritaria que se respete, empieza a acusar síntomas severos de degradación en su manera de pensar, sentir, decir y actuar, incluidos políticos y legisladores, también televidentes ellos.

Un lector pregunta: la televisión qué tiene que ver en todo esto, es decir, en el ámbito de la tanatología o toma de conciencia y libre adopción de conductas a partir de nuestra condición de mortales, y le contesto que todo o casi todo, ya que la televisión reproduce, no refleja, aquellos valores y esquemas que convienen a un sistema inequitativo y enajenante por naturaleza, en el que demagógicamente se sacraliza la vida y se prohíbe la muerte, sobre todo si no es redituable sino asistida.

¿Que objeto tiene, además del económico, que la medicina prolongue la vida de las personas hasta los 80 años o más si los recientes 20 o 30 Estado y sociedad carecen de opciones dignas y productivas para los ancianos y cuando pensiones y jubilaciones se han vuelto botín de burócratas? Parafraseando al clásico podría decirse que al volverse los locutores analistas políticos, la reflexión seria se desvaneció del televisor.

En los golpes a la pareja, a los hijos, padres o abuelos, ¿cuántos individuos y factores están detrás? Si hace décadas el Estado confiere a la televisión tareas de antieducación disfrazadas de esparcimiento descerebrado, la formación que padres y maestros intentan dar a niños y jóvenes, ¿de dónde proviene? ¿De los púlpitos y de la tele?, ¿de los padres o las madres?, ¿el golpeador como único culpable?

Aporrear la inteligencia o la emocionalidad de quien observa la pantalla, ¿quién lo penaliza? Multiplicar ad nauseam escenas de violencia física y verbal, ¿es menos intimidante que discutir sobre testamento de voluntades anticipadas, eutanasia, aborto y suicidio asistido? Así como se medio habla de control de la natalidad, ¿se podría hablar de control de la mortalidad o eso ya es fascismo?

Haber confundido el desarrollo social de las mayorías con el afán de poder de los listillos es lo que nos tiene sumidos, a hombres y mujeres por igual, en una considerable falta de conciencia y de posesión de nosotros mismos. Y esta pérdida de individualidad y de autoestima personal es lo que primero desemboca en actos de violencia cotidiana. Hacernos responsables es, también, habilidad para responder. Si no expreso mi desacuerdo, la violencia la ejerzo sobre mí mismo.

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