Usted está aquí: jueves 15 de marzo de 2007 Opinión Cinopsis

Cinopsis

Jaime Avilés

Políticamente correctas

Repliegue de superproducciones da paso a otro tipo de cine

CON EL OSCAR a Little Miss Sunshine, la Academia reconoció en forma implícita al cine políticamente correcto, de espíritu humanista, que empieza a ganar espacios en la cartelera, quizá porque la gran industria del embrutecimiento hollywoodense, golpeada por sus clamorosos fracasos económicos y la acción de la piratería, empieza a batirse en retirada.

ANTE EL REPLIEGUE de las superproducciones otro cine comienza a ser posible. He allí los casos, en esta naciente columna ya señalados, de Más extraño que la ficción (de Marc Forster) y Palindromas (de Todd Solondz), tras los cuales llegaron al menos seis cintas que si algo tienen en común es el hecho de ser políticamente correctas.

ME REFIERO A The oh in Ohio (Venirse en Ohio, aquí traducida cretinamente como Mi punto G, de Billy Kent, que si bien parece un reportaje de Animal Planet sobre la anorgasmia en Estados Unidos propone una reflexión honesta y libre), tras la cual recordé el viejo chiste que preguntaba y respondía: ¿quiénes dicen que hay mujeres frígidas? Obvio: las malas lenguas.

CASI INMEDIATAMENTE DESPUES compareció Easy (Fácil), de Jane Weinstock, que proyecta una mirada luminosa sobre la maduración emocional de una muchacha mayor, que si bien llegó con tres años de retraso y duró una semana en exhibición, dejó entre quienes la vimos las ganas de conservarla para siempre, tanto por lo que muestra (¡un insólito coito de tortugas, por ejemplo!) como por la belleza de su banda sonora y de su actriz (Marguerite Moreau).

AL PARECER -Y esto resulta ahora más interesante-, las grandes productoras también han decidido apostarle algunos millones de dólares a historias políticamente correctas, como Diamantes de sangre, de Edward Zwick, y El último rey de Escocia, de Kevin Macdonald -la primera denuncia la sobrexplotación humana en Africa central; la segunda, reconstruye la dictadura de Idi Amín Dadá en Nigeria-, así como Escándalo (Notes on a scandal), de Richard Eyre, un festín por las actuaciones de Judi Dench y Cate Blanchet, y Secretos íntimos, de Todd Field, que en realidad se llama Little children, pero ¿cómo traducirla así cuando en el cartel salen Patrick Wilson y Kate Winslet en pelotas y en realidad es una condena al puritanismo de un pueblo al que regresa un hombre que estuvo preso por pederastia (interpretado magistralmente por Jackie Earle Haley) y contra el cual se desatan todos los prejuicios que terminarán por suscitar una tragedia?

EN ESE CINE distinto por su enfoque de la vida se inscribe igualmente El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, que se llevó el Oscar a la mejor fotografía en justo reconocimiento a Guillermo Navarro y por extensión a la tribu a la que el ilustre camarógrafo pertenece, integrada, en primerísimo lugar, por sus propios padres, quienes siempre mantuvieron su casa abierta a los perseguidos de todo el mundo, así como por sus hermanas, Fernanda, la filósofa, y Berta, la productora de cine, ex esposa del maestrísimo Paul Leduc, con quien tuvo a Valentina Leduc, también cineasta y esposa del no menos galardonado Juan Carlos Rulfo. Pero el cuadro estaría incompleto sin Irene Mackissack, esposa de Guillermo y primogénita de otra Berta, la Chaneca Maldonado, la publicista legendaria que mandó construir la mesa sobre la que Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad, novela que le valdría el Nobel, ese premio que hoy día es casi casi como el Oscar de la literatura.

QUE ESTA VEZ la Academia haya designado un jurado progresista, enemigo de Bush y de la guerra en Irak y partidario incluso de una nueva candidatura presidencial de Al Gore, explica también por qué, pese a todas sus nominaciones, no obtuvo ningún premio importante la panfletaria Babel, de Alejandro González Iñárritu, para mayor decepción de sus calderónicos propagandistas. Así, en definitiva, el balance es alentador, pues ofrece signos de esperanza para los tiempos venideros, en los que habrá más oportunidades para el otro cine, como ése que tan apasionada y talentosamente cultiva Gerardo Naranjo, cuyo Drama/Mex, alabado el año pasado en Cannes, es digno de verse en pantalla grande y de conservarse en disquito. Pero apúrense, porque no va a durar.

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