Usted está aquí: jueves 15 de marzo de 2007 Cultura De Otelo

Olga Harmony

De Otelo

Resulta curioso que la tragedia shakespereana haya despertado de modo simultáneo la atención de dos dramaturgos de diferente generación para revisarla e intentar actualizarla y cuyos montajes están en cartelera en dos espacios institucionales. Resulta interesante señalar que en ambos la grafía del nombre del moro de Venecia se conserve como en el original -de manera más acentuada en el texto de José Alfredo Gallardo- y no como la conocemos comúnmente, lo que muestra una acuciosa investigación de los autores. Es sabido que de todas las posibles interpretaciones de la tragedia -que incluye el desdén hacia el diferente- ha quedado como emblema de los celos, cuando el verdadero celoso, tanto los honores que se conceden al victorioso general, como de una supuesta relación de éste con Emilia, es el intrigante y vil Yago, que llega a exclamar ''Odio al moro; y se dice por ahí que ha hecho mi oficio entre mis sábanas. No sé si es cierto, pero yo, por una simple sospecha de esa especie, obraré como si fuera segura''. De cualquier modo, ambos dramaturgos mexicanos enfocan sus textos desde el punto de vista del celoso, aunque la tragedia original sea punto de partida o pretexto para otro tipo de elucubraciones.

Con NoOthello, José Alberto Gallardo trata de reflexionar acerca del oficio del actor, uniendo la representación del drama por patios y plazuelas con lo que ocurre en la vida real. Yago es un actor que ha perdido la memoria e instruye en la lides actorales a un hombre simple que lo auxilia, mientras Desdémona es la hija del Dux que representará su propio papel. Aunque el joven e incipiente dramaturgo no logra del todo su cometido, el lenguaje que emplea es pulcro y correcto, así los juicios acerca del arte de la actuación sean discutibles y la propuesta toda resulte bastante pretenciosa. El propio autor dirige y diseña el vestuario junto a Guillermo Arreola, en una escenografía de Mario Marín del Río, consistente en unos cuantos elementos, una estructura posterior y un pequeño estanque con dos barquitos, que recuerdan a Venecia. La estática dirección es interrumpida por una innecesaria batalla a espada y una buena solución para la muerte de Desdémona. Enrique Arreola es un Yago monocorde en su intensidad, Pedro Mira resulta más convincente como Othelo y Cinthia Patiño encarna a una desdibujada Desdémona. Paradójicamente, y a pesar de todo lo dicho, José Alberto Gallardo es un joven teatrista al que hay que prestar atención en sus posteriores propuestas.

El ya consolidado dramaturgo Jaime Chabaud hace, con Othelo sobre la mesa un ejercicio acerca de los celos, la pasión amorosa y la relación de pareja, en que incorpora textos -bastante misóginos algunos- del Marqués de Sade, Ernesto Sábato, Fernando Pessoa, Soren Kierkergaard y Daniel Veronese, haciendo de Otelo un ejecutivo de una agencia de publicidad y de Yago y Cassio sus subordinados. Por desgracia, el texto no logra su plena vigencia porque la dirección de Jaime Villarreal ubica la acción de la oficina en un gimnasio en donde los tres actores (Rodolfo Blanco como Cassio, Rubén Olivares como Otelo y Gabino Rodríguez como Yago) y la actriz (Maricela Peñalosa como Desdémona) realizan toda suerte de acrobacias mientras recitan sus textos con voz monótona y sin matices actorales, lo que impide la total apreciación de los diálogos.

A pesar de la audacia del montaje, éste tiene un persistente sabor a viejo, algo que ya se pensaba superado en las últimas décadas. La palabra disociada de la acción y de toda intención, los actos gimnásticos -bien realizados por el elenco que fue entrenado por Bruno Zamora López- hechos por algunos personajes mientras algún otro recita sus parlamentos o bien mientras se dicen los diálogos, son algo ya visto en varias ocasiones y propuestos por directores que ahora basan sus escenificaciones en el respeto al texto y la dirección de actores. Lo superfluo, como ese triciclo infantil en que se desplazan o se asientan algunos actores, también es algo rebasado con el tiempo, y si bien los jóvenes tienen todo el derecho del mundo a hacer sus propuestas diferentes, no estaría de más que conocieran algo de su pasado teatral inmediato -las fuentes están muy a la mano- y no nos dejaran a los mayores con esa incómoda sensación de dejá vu a que obliga la repetición de recursos que alguna vez sorprendieran por su originalidad.

 
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