Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de marzo de 2007 Num: 627

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El extraño canto de la dulce Filomena de San Juan de la Cruz
LUCE LÓPEZ-BARALT

La noche oscura
Canciones

SAN JUAN DE LA CRUZ

El género incómodo
NATALIA NÚÑEZ entrevista con PATRICIO GUZMÁN

Cervantes en Italia
SERGIO FERNÁNDEZ

Poesía testimonial de Oaxaca
BERTHA MUÑOZ

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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Rogelio Guedea

Fábula del buen hombre y su hijo

Recuerdo que hace muchos años leí una fábula que trataba de un campesino que iba acompañado de su hijo y de su burro al pueblo. O que trataba de un niño que iba con su padre campesino y el burro de su padre al pueblo. O que trataba de un burro que iba con su amo campesino y con el hijo de su amo campesino al pueblo. O que incluso, pudiera se posible, que trataba de una multitud de gente que criticaba al campesino que iba con su burro y su hijo al pueblo. Recuerdo que cuando leí por primera vez esta fábula, que seguramente ya todos los lectores conocen, me sentí agradecido de saber que lo correcto era hacer, al final de todo, lo que uno quiere. Y que si uno quiere tal o cual cosa, uno debe luchar por esa cosa y tal. Y que si uno no la quiere, uno debe negarse con todas sus fuerzas. Todo esto aun contando con la desaprobación de la gente, que siempre es mucha y ociosa. Hace unos días intenté leerle esta fábula a mi hijo y me di cuenta de lo bien que va en estos tiempos su enseñanza, sobre todo porque mi hijo, que jugaba con un cochecito de carreras, se negó rotundamente a que le leyera yo cualquier cosa. Dije tienes que escucharla, es breve. Y él dijo nada y no. Volví a la carga mostrándole los dibujines de la cubierta y él ni siquiera se molestó en mirarlos. Al final, mi hijo se fue con su cochecito arrastrándolo por la alfombra y yo, como si me hubieran dado una pastilla para dormir, tuve la certeza de que con esos pantaloncitos cualquiera de estas fábulas vale un... Mejor me callo.