Usted está aquí: domingo 11 de marzo de 2007 Espectáculos El mejor de los peores

Leonardo García Tsao

El mejor de los peores

Ampliar la imagen Dolores Fuller y Ed Wood en una escena de Glen o Glenda

Sólo en la juventud fui partidario de esa pose que pretende disfrutar del cine malo. Desde los años 70 se ha vuelto una moda recurrente inventar cultos en torno a cineastas ineptos, en una especie de esnobismo a la inversa ("soy tan superior que me permito apreciar las cosas inferiores"). Sin embargo, pocos son los casos en que la torpeza cinematográfica se ha traducido en verdaderos valores de entretenimiento.

Nombres como Juan Orol, Jesús Franco o tantos otros ejemplos de irremediable incompetencia se quedan más bien en una tediosa mediocridad, apenas interrumpida por dos que tres detalles de chambonería chistosa. La excepción a la regla es nada menos que Edward D Wood Jr. -o Ed Wood, a secas-- considerado, tal vez sin exagerar, el peor director del mundo.

Los productos de Wood son tan francamente aberrantes que trascienden su registro de meros churros. Según sus biógrafos -y la atinada biopic debida a Tim Burton-- tenía la ventaja de creer sinceramente en su oficio. Sólo alguien sin noción de sus limitaciones pudo haber quedado tan satisfecho con cintas tan indescriptibles como Glen o Glenda (1953) o Plan 9 from outer space (1959). Eran de tan bajo nivel que nunca se exhibieron comercialmente en México.

Ahora, la marca Zima acaba de editar Glen o Glenda en su colección apropiadamente llamada Película de culto. Sin duda, se trata de la realización más personal de Wood porque se refiere a su condición de travestido. Desde que combatía en la Segunda Guerra, el hombre --no puedo llamarlo cineasta-- practicaba su preferencia por usar ropa interior femenina. Y ya en la vida civil, se sintió obligado a hacer esa apasionada defensa del derecho a vestirse de mujer.

El tema no es la única excentricidad de Glen o Glenda. Toda la cinta parece haber sido filmada bajo los efectos de una intoxicación alcohólica. Como tenía la exclusividad de Bela Lugosi en su final decadencia, aparece como una mezcla de dios psicótico/anfitrión/médico brujo que preside sobre la narrativa, espetando frases incoherentes ("¡Cuidado, con el dragón verde sentado a tu puerta!") que uno supone inspiradas por su adicción a la morfina.

No contento con ello, Wood utiliza a otro narrador, el doctor Alton (Timothy Farell) quien le explica a un inspector policíaco (Lyle Talbot) todo lo que quería saber sobre el travestismo y nunca se había molestado en preguntar. Explicación que abunda en reflexiones sociológicas o fisiológicas (como la hipótesis de que la calvicie se da entre los hombres y no las mujeres, porque los sombreros cortan la circulación). "Pero los travestíes no son homosexuales", subraya el psiquiatra.

Alton usa como ejemplo al personaje titular, interpretado por el propio Wood bajo el seudónimo Daniel Davis, quien no sabe cómo confesarle sus placeres ocultos a su prometida (Dolores Fuller), aunque se la pasa admirando su vestuario y acariciando su suéter de angora. Cuando el relato parece haberse agotado, aún tiene tiempo para añadir otro caso ilustrativo de un "seudo-hermafrodita" (cita textual) que se sometió a un cambio de sexo quirúrgico y encontró la felicidad como mujer.

Insisto, la descripción no le hace justicia al carácter alucinante de Glen o Glenda. Wood nos mantiene perplejos con imágenes inconexas, una noción primitiva del empleo del campo y contracampo, y hartos stock shots -una transitada calle citadina, una fábrica metalúrgica, búfalos en estampida-- bastante mejor filmados que el material original. Más que un nulo sentido cinematográfico, Wood evidencia un muy vago sentido de la realidad.

Ese delirio culmina en una secuencia onírica en la que el protagonista es literalmente asaltado por sus demonios internos. Sobre una alegre música de jazz, Wood alterna acercamientos de un Glen en estado de pánico, tomas de distintas mujeres con atuendos vaporosos en un trance orgásmico (algunas de ellas en situaciones sadomasoquistas), insertos de Lugosi con cara de mirón azorado y la aparición de un siniestro diablito naif. Ver para creer.

En una de esas, Wood no fue el peor director del mundo sino el más visionario. ¿No habrá sido su torpeza una manera intencional de deconstruir, al mismo tiempo, el cine convencional y el experimental? ¿Habrá sido en realidad un posmoderno adelantado?

(La versión editada por Zima es la más nítida que he visto de Glen o Glenda, con todo y rayas. El material extra sólo incluye breves filmografías y una galería de fotos).

Dolores Fuller y Ed Wood en una escena de Glen o Glenda

 
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