Usted está aquí: viernes 9 de marzo de 2007 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez

GDF: acciones que siembran dudas

Viejos reclamos de la derecha satisfechos

Un lema con modificaciones sustanciales

El gobierno de Marcelo Ebrard ha ido dibujando poco a poco, con acciones que parecen aisladas, un perfil que será celebrado por muchos, pero que, sin duda, empieza a crear inquietudes, a sembrar dudas.

Hay cuando menos tres acciones bien definidas por el GDF que no se ajustan, que no son bien percibidas como senderos por donde transite la izquierda, es más, juntas responden a viejos reclamos de la derecha, que si no habían sido atendidos antes era por que se consideraron visiblemente injustos.

La política social del gobierno local es el pilar sobre el que descansa la razón del voto por la izquierda y, desde luego, el factor que inspira el quehacer de quien ha sido electo, cuando menos eso se supone. Y al principio de este sexenio el peso de las decisiones de Marcelo Ebrard frustraron la intención del gobierno federal por empobrecer, aún más, a los habitantes de la ciudad y cambiaron esos rumbos torcidos.

Es verdad, no hubo gran ruido mediático, pero entre la gente no quedó lugar a dudas. El subsidio al precio de la leche y la oposición al aumento injusto a la tortilla quedaron como marcas bien claras de la diferencia entre un gobierno neoliberal que acude en apoyo de las finanzas sanas del especulador, y el rumbo de la izquierda, que con verdadera mano firme decide ayudar a quienes sufren de mayores carencias económicas.

Hasta ahí, con el agradecimiento profundo de los más necesitados, y el silencio de los locutores, los vientos parecían no haber variado y la barca seguía su rumbo. En muy amplios sectores de la población se reconocía que ese contrapeso traería beneficios a todos, pero sin querer entender la razón de los silencios, en el Gobierno del DF la ausencia de ruido en los medios sacó sarpullido de preocupación.

Vinieron entonces otras acciones que no necesariamente son producto de la falta de aplausos interesados o de la presión constante por hacer que Ebrard torciera, cuando menos en el dicho, el camino que diseñó el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pero que a final de cuentas marcan la diferencia.

Primero el anuncio de un plan para quitar de las calles a los niños que sobreviven en ellas; después la irrupción en Tepito, que a todas luces justifica su fin, pero que deja intactos, por ejemplo, los grandes centros de distribución de droga en la Zona Rosa, y hace unos días la declaración de guerra en contra de los comerciantes ambulantes.

Como por arte de magia, las marquesinas se encendieron con el nombre del jefe de Gobierno y el aplausómetro llegó a sus niveles más altos. Marcelo tocaba ya los dinteles de la gloria. La comezón cedía en su ardor y la calma regresaba a los corredores, antes nerviosos, del edificio del gobierno central de la ciudad.

Limpiar de pobres el Distrito Federal -sin darles mayores alternativas de mejorar eso que parece su destino-, cuando menos en el Centro Histórico, es una ambición largamente acariciada por la derecha. Encerrar a los niños en centros de detención -para que no se vean-, destruir los nidos de copia y distribución de artículos pirata en Tepito -para que no mermen las ganancias groseras de la industria productora de música grabada, por ejemplo-, y sacar, "a como dé lugar", a los ambulantes del corazón de la ciudad -para que no se lastime con pobreza la vista de los paseantes-, son acciones que prometen un cambio radical.

Es posible que el lema "primero los pobres" sufra entonces una pequeña modificación de fondo, para transformarse y añadir, sin titubeos: "primero contra los pobres", porque hasta ahora, después de las acciones señaladas, ninguna parece llevar consigo la fuerza y la dedicación con que se han tomado las últimas. Y eso que en conjunto nos habla de una operación de limpieza, cuando menos en el centro de la ciudad, no resuelve ningún problema de fondo como la desocupación y la pobreza, aunque rompa las marcas del aplausómetro.

Así pues, más que hablar de rompimientos entre el sexenio que pasó y el actual, bien podríamos estar en presencia de un cambio de perfil, que sería igual, pero peor. Ojalá y nos equivoquemos.

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