Usted está aquí: viernes 9 de marzo de 2007 Opinión Bush: empecinamiento criminal

Editorial

Bush: empecinamiento criminal

Acorralados en el frente interno por una legislación controlada por los demócratas, y en el teatro de operaciones iraquí por la persistencia y hasta el incremento del poderío de la resistencia nacional, el presidente George W. Bush y sus colaboradores se niegan a aceptar una derrota ya evidente y se empeñan en mandar más tropas a la nación ocupada. Ayer, el secretario de Defensa, Robert Gates, anunció el envío de otros 2 mil 200 soldados, en lo que constituyó un desafío al Capitolio, una muestra de ceguera empeñosa ante la realidad y un nuevo e inútil sacrificio de jóvenes estadunidenses y de vidas iraquíes.

Por razones de política interna, los representantes demócratas, encabezados por Nancy Pelosi, anunciaron que impulsarán un proyecto de ley para establecer un calendario de retiro de las tropas, el que debería comenzar a mediados de este año. La tardanza obedece, dijeron, al propósito de poner un fin "ordenado y responsable" a la participación estadunidense en lo que denominaron "la guerra civil" de Irak. A juzgar por las fechas propuestas, la iniciativa no está motivada por el afán de detener el derramamiento de sangre sino por el deseo de que la ocupación termine junto con el gobierno de Bush y éste no consiga heredar el problema a una presidencia que podría quedar en manos demócratas.

A estas alturas, lo único medianamente responsable que Washington podría hacer en Irak sería dejar las posiciones que controla en territorio iraquí en manos de la ONU, sacar a sus tropas de inmediato y empezar a pagar compensaciones a la martirizada nación árabe por la destrucción incuantificable causada por la invasión. En el compás de espera propuesto por los legisladores de oposición, la presencia militar estadunidense en Irak provocará más muertes, más destrucción y más enconos, porque el factor primigenio y central de la violencia en ese país es, precisamente, la invasión y la ocupación ordenada por Bush y sus secuaces. Desde esa perspectiva, hablar de la "participación de Washington en la guerra civil" iraquí constituye una hipocresía monumental y una grave distorsión de los hechos.

El texano, por su parte, hizo anunciar que vetará cualquier iniciativa legal que apunte a poner un límite en el tiempo a la permanencia de las fuerzas militares de su país en Irak. Es posible que ya no quede, ni en la Casa Blanca ni en el Pentágono, alguien que considere posible ganar la guerra, y que la "vehemencia" con la que el gobierno actual se opone a la iniciativa responda más bien al deseo presidencial de heredar a su sucesor -que, cabe reiterarlo, podría ser un demócrata- este monumental problema político. Y mientras tanto, los civiles iraquíes y los soldados estadunidenses seguirán ofrendando sus vidas en aras de nada.

El que tiene la perspectiva más nítida, y la mayor disposición a hablar claro, es el nuevo jefe del contingente invasor, el general David Petraeus, quien ayer admitió lo que todo el mundo sabe: que no son necesarias tropas adicionales porque no existe una solución militar al conflicto iraquí, que la máxima potencia bélica del planeta no tiene ninguna posibilidad de derrotar a la insurgencia de Irak, y que a fin de cuentas será obligatorio dialogar con "algunos grupos armados que se oponen al actual gobierno" y reconciliarse con "algunos de los que sienten que no había un lugar para ellos en el nuevo Irak".

En suma, tarde o temprano la Casa Blanca tendrá que reconocer como interlocutoras a las organizaciones a las que Bush ha demonizado durante un lustro. La incógnita es si, después de todos estos años de sufrimiento, destrucción y barbarie impuestos por la Casa Blanca a países musulmanes enteros, los sectores radicales islámicos tendrán deseos de hablar con los verdugos. Sea como fuere, la única salida sensata por parte de Washington es sacar a sus ejércitos de Irak lo antes posible, es decir, ya.

 
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