Número 128 | Jueves 1 de marzo de 2007
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Director: Alejandro Brito Lemus

Opinión

Un logro ciudadano ganado al prejuicio


Por Daniel Cazés-Menache *

No obstante la pesada atmósfera de violencia, militarización e intolerancia que envuelve a México, algunos momentos políticos sintetizan la labor de una ciudadanía dispuesta a transformar las relaciones cotidianas que van integrando una auténtica reforma del Estado, no restringida a lo electoral ni a los intereses de quienes lucran en ese terreno y en sus áreas mediáticas aledañas (o de poder verdadero).
Uno de esos momentos (extendido casi durante un lustro) ha sido el que culmina 120 días naturales después del 16 de noviembre pasado, cuando la Gaceta Oficial del DF publicó la Ley local de Sociedad de Convivencia.

Lo fundamental del nuevo texto jurídico es que finalmente se vencieron las resistencias multipartidistas a reconocer el derecho de que cada quien viva con quien desee hacerlo y de que se reconozcan plenamente las responsabilidades y prerrogativas que las personas adquieren cuando toman la decisión.
Finalmente, según la Ley, conformar y registrar una sociedad de convivencia es equivalente a integrar y reconocer públicamente un concubinato. Tan sencillo como eso.

Pero los prejuicios y la hipocresía que despliega el conservadurismo opusieron todos los obstáculos que pudieron: la Ley había sido elaborada y aprobada en comisiones hace dos legislaturas, y se concertó su votación mayoritaria a favor. Incluso un diputado de la derecha, conocido por sus despliegues de publicidad sexista, llamó a sus colegas de partido a aprobarla. No tuvo éxito, ellos sostenían que lo que la ley proponía estaba, supuestamente, consignado en otras leyes, y por lo tanto era casi un crimen de lesa jurisprudencia sintetizarlo en un solo texto.

Un pretendido crimen equivalente se cometería contra el prestigio catolizante del jefe de gobierno del Distrito Federal, ya perfilado como cristiano candidato a la presidencia, así que izquierda y derecha coincidieron en la Asamblea para congelar el proyecto; encargado de hacer la propuesta fue un vocero del PRI, con lo que las tres fuerzas mayores coincidieron para impedir que las personas establecieran cualquier vínculo con compromiso, sin que la heterosexualidad sea para ello un imperativo insuperable.

La verdad es que al apoyar durante años, desde posiciones ciudadanas la aprobación de la Ley, fue sorprendente que los defensores de la institución familiar se horrorizaran ante la preocupación por garantizar la convivencia doméstica —es decir, conyugal y familiar— de personas mayores y libres. También fue sorprendente (o tal vez no mucho) que algunos legisladores “de avanzada” se plegaran a los designios de un caudillo.

Las sociedades cambian, aunque quienes aprueban las leyes no se den cuenta o quieran negarlo. La ciudadanía, por su parte, vive su vida diaria transformándola. A veces, las legislaturas —por razones y con misteriosos mecanismos dignos de estudio profundo— coinciden con las personas de a pie y las leyes cambian, aunque sea a destiempo.
En realidad, lo que sucede es que la vida es de quien la vive y no de quien establece las normas para vivirla. Con todas las vicisitudes que pasó, esta Ley forma parte del acervo ciudadano de construcción de nuevas relaciones entre las personas.

Habrá quien diga y proclame que la Ley podría ser mejor; habrá quien la denigre calificándola de innecesaria e imperfecta; habrá quien diga que a pesar de que no sirve es un pequeño paso más. Pero habrá muchas más personas que se amparen en ella, la practiquen y pongan en acción cotidiana lo que es precepto en papel oficial. Para ellas está hecha esta Ley; para ellas habrá que formular otras leyes y que perfeccionar las vigentes.

Cuando pienso en esta Ley y en la de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, publicada en el Diario Oficial el 2 de febrero, verifico que hay momentos y espacios en que las responsabilidades legislativas se dignifican merced a la acción de gente que piensa y construye por encima y más allá de los tradicionalismos, la intransigencia y el temor a perder privilegios.

 

* Antropólogo y lingüista (ENAH, UNAM, Sorbona). Director del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM. Autor de Trabajo entre hombres en América Latina, publicado en Argentina
y Bélgica y en la revista OMNIA (UNAM).