Usted está aquí: miércoles 28 de febrero de 2007 Opinión Economía: signos ominosos

Editorial

Economía: signos ominosos

La catastrófica caída de la Bolsa de Shanghai -de casi 9 por ciento-, así como los malos agüeros lanzados ayer sobre la economía estadunidense por el influyente ex titular de la Reserva Federal Alan Greenspan, quien advirtió sobre una posible recesión en su país para finales de este año, provocaron un impacto negativo en el mundo, en el continente y en nuestro país, donde la Bolsa Mexicana de Valores tuvo un desplome de 5.8 por ciento, el peor en los últimos seis años. El denominado "efecto mariposa" vuelve a poner en evidencia la irracionalidad y precariedad del vasto desorden económico planetario. Al mismo tiempo, las adversidades externas obligan a voltear hacia el punto más vulnerable de nuestro país ante un posible desarreglo económico y financiero internacional: la alarmante dependencia de las exportaciones petroleras y de las remesas de los trabajadores mexicanos desde Estados Unidos. Una recesión en el país vecino generaría de manera casi automática una reducción del consumo de energéticos y, por ende, una presión a la baja en las cotizaciones petroleras internacionales; asimismo, podría incidir en una menor demanda de mano de obra extranjera y disminuir, con ello, el flujo de dólares que constituye ya a estas alturas la principal fuente de divisas del país.

No obstante, los altos funcionarios del gabinete económico no encuentran motivo para moderar su optimismo. El secretario de Hacienda y Crédito Público, Agustín Carstens, consideró posible alcanzar una tasa de crecimiento de 4.5 por ciento anual con ayuda del sector financiero, dejando de lado que la parte bancaria de ese sector es, en las presentes circunstancias, una de las mayores rémoras para el desarrollo: en efecto, los bancos privados siguen medrando principalmente de los bonos del Fobaproa y sólo en forma marginal cumplen con lo que debiera ser su función básica, captar el ahorro y convertirlo en crédito. El subsecretario de la dependencia, Alejandro Werner, desestimó cualquier riesgo procedente de la inestabilidad bursátil, y en el mismo sentido se expresó el secretario de Economía, Eduardo Sojo.

Cabe hacer votos porque la tranquilidad del grupo en el poder esté justificada, que el optimismo no sea un remanente de las visiones idílicas del país que suele desarrollar el panismo cuando llega al gobierno y que el país no se vea atrapado en una crisis de origen externo que potencie y magnifique desajustes internos que no son únicamente de índole económica. En los ámbitos político y social, por ejemplo, la actual administración carece de márgenes para enfrentar con éxito una turbulencia financiera de gran magnitud. No tiene los aparatos de control corporativo de los que disponía la Presidencia en las crisis de 1976 y 1981-1988, ni del entusiasta respaldo exterior que permitió a Ernesto Zedillo sobrevivir a las consecuencias del "error de diciembre". Por otra parte, el gobierno calderonista debe agregar a su déficit de legitimidad inicial el repudio social provocado por tres meses de gestión económica inmisericorde hacia los sectores populares.

El margen de acción del actual Ejecutivo federal es tan escaso que ni siquiera ha podido poner sobre la mesa las "reformas estructurales" que le exigió ayer el presidente de la Cámara Americana de Comercio, Simón Díaz, pese a que tales reformas son una pretensión inocultable del programa neoliberal y oligárquico del grupo en el poder: abrir el sector energético a la inversión privada nacional y extranjera, imponer el IVA a alimentos y medicinas y reformar en beneficio de los patrones la Ley Federal del Trabajo, entre otras medidas cuya aplicación se busca desde tiempos de Carlos Salinas y que han debido ser postergadas una y otra vez ante el rechazo social que generan.

Es deseable, desde luego, que los mercados financieros internacionales se estabilicen, que en el país vecino del norte no haya recesión o que sea, en todo caso, pasajera y poco profunda. Pero los motivos para el optimismo no son precisamente abundantes.

 
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