Usted está aquí: jueves 22 de febrero de 2007 Opinión Desde el rincón

Soledad Loaeza

Desde el rincón

En 1947 el Partido Comunista Francés puso fin a la política de colaboración con "los partidos burgueses" que había sostenido durante dos años como residuo de la Gran Alianza que formaron Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética para combatir a la Alemania nazi. Inmersos hasta el cuello en la guerra fría, los comunistas franceses, muy dignos, adoptaron una estrategia de oposición obstruccionista que consistía en votar en contra de cualquier iniciativa del gobierno. También se rehusaron a cooperar con los otros partidos y a formar parte de los gobiernos de coalición que se integraron durante la accidentada vida parlamentaria de la Cuarta República. Esta estrategia aislacionista tuvo un costo electoral alto para el PCF. Arrinconado en el Parlamento por voluntad propia, se mantuvo durante décadas como el "partido del 20", que era el porcentaje de votos que alcanzaba una y otra vez hasta los años 60. Hoy en día los diputados comunistas representan el grupo parlamentario más pequeño (22) en la Asamblea Nacional. Así que, en lugar de impedir el buen funcionamiento de las instituciones de la democracia burguesa, que era la enunciada intención de esta estrategia, lo único que lograron fue convertirse en una fuerza política estéril.

Un destino similar podría esperarle al PRD si mantiene una línea de acción diseñada al margen de la realidad en la que vive. La corriente Nueva Izquierda del PRD anunció al término de su primer congreso que habría de "rechazar categóricamente invitaciones a giras o reuniones a Los Pinos con Felipe Calderón" (La Jornada, 20/02/2007), a quien tildan de "presidente ilegítimo". Pasan por alto que la inmensa mayoría de los mexicanos consideramos que Calderón es el Presidente de la República, y se empeñan en vivir en un mundo imaginario en el que el Congreso, donde representan la segunda fuerza, es un actor dominante que asume también las responsabilidades del Poder Ejecutivo que, según pretenden, está acéfalo. La estrategia enunciada resulta bastante pueril porque, o bien están jugando al parlamentarismo, como si la Constitución no existiera, o bien cierran los ojos fuerte, fuerte, para no ver el régimen presidencial del que forman parte.

La estrategia aislacionista del Partido Comunista Francés resultaba en una distancia en relación con su realidad inmediata que era casi una esquizofrenia, producto de la disciplina que le imponía la Unión Soviética. A los dirigentes del Kremlin poco les importaba la suerte de los partidos comunistas en el país en el que actuaban; la prioridad eran los intereses de la Unión Soviética. En el caso del PRD, el factor que tiende a imponerse otra vez sobre los intereses del partido es Andrés Manuel López Obrador, para quien la derrota en las elecciones de julio fue un agravio personal insuperable. El partido tendría que tener presentes los riesgos que le significaría convertirse en el instrumento de una vendetta personal. El principal de ellos es caer en la irrelevancia, pues nada les garantiza eficacia ni influencia en el proceso de gobierno desde el rincón en el que pretenden colocarse.

Nueva Izquierda es la corriente perredista que ha mostrado mayor conciencia del precio que el partido ha tenido que pagar por el liderazgo egoísta de López Obrador; pero el factor AMLO es muy poderoso. Tanto, que parece que Nueva Izquierda trata de compensar las críticas que también se expresaron contra decisiones de "un solo hombre" en el partido, como lo dijo el secretario general del PRD, Guadalupe Acosta Naranjo, con motivo de la fallida candidatura de Ana Rosa Payán. De ahí que el repudio al Presidente de la República parezca un acto simbólico, un gesto de solidaridad de Nueva Izquierda con el líder.

Aun cuando fuera simplemente un gesto, el valor simbólico del rechazo al Presidente -equivalente casi a sacarle la lengua- no es unívoco, y otros habrá que harán una lectura desfavorable para un partido que quiere darse el lujo de darle la espalda al jefe del Ejecutivo. Los perredistas sostienen hoy en día todos sus argumentos en los 15 millones de votos que obtuvo la coalición Por el Bien de Todos el pasado 2 de julio. Pierden de vista que de entonces a la fecha ha habido muchos movimientos de opinión y que no son pocas las encuestas que revelan que el PRD y AMLO han perdido un porcentaje importante del apoyo que conquistaron antes de la movilización poselectoral. El pasado mes de noviembre Consulta Mitofsky levantó una encuesta nacional acerca de partidos políticos en la que 32 por ciento de los entrevistados se autoidentificó como panista, mientras que sólo 21 por cientos se declaró perredista. Peor todavía, mientras que sólo 19 por ciento tenía una mala opinión del PAN, 37 por ciento declaraba tener mala opinión del PRD y sólo 21 por ciento decía tener una buena opinión de ese partido.

La reunión de Nueva Izquierda fue en buena medida un examen de conciencia honesto. No obstante, les faltó llevar hasta sus últimas consecuencias la reflexión dominante que puso al partido por encima del líder. No obstante, se frenaron antes de hacerlo y prefirieron adoptar una estrategia que es pueril pero no por eso menos riesgosa. Parecería que se hubieran enfrentado a un dilema de identidad: ¿ser lopezobradorista es lo mismo que ser perredista? La respuesta obvia es no. Bien lo sabe la izquierda que nunca pasó por el PRI.

 
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