Usted está aquí: miércoles 21 de febrero de 2007 Economía Lecciones desde China

Alejandro Nadal

Lecciones desde China

La evolución de la economía china en el último cuarto de siglo ha sido sorprendente. El salto de una economía cerrada con una incipiente industrialización, a una economía abierta y diversificada, es uno de los ejemplos más dramáticos de cambio estructural en la historia económica.

China mantuvo altas tasas de crecimiento durante los últimos 25 años, lapso en el cual el conjunto de países en vías de desarrollo se estancó en un desempeño económico mediocre. Datos del Banco Mundial revelan que de 1980 a 1990 el producto interno bruto por habitante en China creció 8.8 por ciento cada año. Durante la década 1990-2004, esa tasa de crecimiento anual fue de 8.8 por ciento. En esos periodos, el conjunto de economías de bajos ingresos apenas pudo alcanzar 2.2 por ciento y 2.4 por ciento, respectivamente. El contraste con América Latina no puede ser más chocante: el crecimiento del PIB per cápita para esos dos periodos fue de -0.3, 1.2 por ciento.

Por esa razón, China se ha convertido en una especie de paradigma del crecimiento económico. Desde luego, para el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, las causas del crecimiento económico chino se encuentran en la apertura comercial, la liberalización financiera y la eliminación de las barreras a la inversión extranjera directa. Un análisis más cuidadoso revela que las causas de ese crecimiento son mucho más complejas y hasta contradictorias con el recetario estándar de dichas organizaciones y sus voceros. Pero lo más importante es que la evolución reciente de la economía china también está marcada por problemas estructurales muy importantes que la discusión sobre las causas del "éxito" chino normalmente no toma en cuenta.

Una de las características más importantes de la trayectoria seguida por la economía china en los pasados 30 años es el aumento del coeficiente de intensidad de capital por unidad de producto (pasó de 2 a 3.5 entre 1982 y 2003). Ese comportamiento revela que en la primera fase de las reformas económicas se aprovecharon las oportunidades existentes para la utilización eficiente del capital. Pero para el caso de China, eso contradice la teoría de las ventajas comparativas como fuente de expansión económica. Las recetas de la teoría neoclásica sobre crecimiento salen muy mal paradas con este tipo de datos. A su vez, estas transformaciones están ligadas a otros problemas que constituyen una amenaza para la viabilidad de la economía china a mediano plazo.

El primero se relaciona con la creación de empleo. Entre 1985 y 2005 la fuerza de trabajo ocupada en el sector agrícola se redujo en 17 puntos porcentuales (aunque aumentó en términos absolutos, pasando de 311 a 340 millones de personas en esos años). En ese periodo, el sector industrial apenas pudo expandir su participación en el empleo total en tres puntos porcentuales (en números absolutos, el empleo en el sector industrial creció de 104 a 181 millones).

Estos números nos dicen que la industria ha sido el motor del crecimiento de productividad, pero claramente ha sido incapaz de absorber el excedente de mano de obra que fue desplazado de la agricultura, el cual ha tenido que colocarse en el sector servicios, cuya participación en el empleo total pasó de 17 por ciento a 31 por ciento en el periodo 1985-2005.

Para que el sector servicios mantuviera esta tendencia en la generación de empleo es necesario que parte importante del extraordinario aumento de productividad en el sector industrial se transfiera al de servicios. Pero precisamente uno de los problemas más graves que enfrenta la economía de China es la disparidad en la distribución (regional y sectorial) del ingreso. Está por verse si la elite china, sumergida en un esquema político de decisiones centralizadas, será capaz de realizar la redistribución que se requiere para garantizar la viabilidad a largo plazo de su economía.

Otra dificultad se relaciona con el alto nivel de consumo de materiales y energía. Todos los días se leen las noticias sobre su impacto en los mercados mundiales de productos básicos. China es ya el segundo consumidor mundial de petróleo, detrás de Estados Unidos, pero al igual que el gigante estadunidense, depende cada vez más de las importaciones de crudo. En 2005 importó 44 por ciento del petróleo que consumió, mientras en 1990 era un exportador neto. La elasticidad del consumo de energía (que compara las tasas de crecimiento del consumo energético y del PIB) aumentó de 0.48 en 1990 a 0.97 en 2005. Esa misma tendencia se puede observar en el uso de la mayoría de las materias primas.

Para asegurar la viabilidad de la economía china no se necesita aplicar más reformas de corte neoliberal, como claman todos los días los voceros del FMI y del Banco Mundial. Lo que se requiere es alcanzar un modelo de producción y consumo que no siga los patrones de países como Estados Unidos, con su extraordinario nivel de derroche energético y deterioro ambiental.

 
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