Usted está aquí: jueves 15 de febrero de 2007 Opinión Amenaza y dudas

Editorial

Amenaza y dudas

La versión de que Al Qaeda exhortó a atacar objetivos petroleros en Canadá, México y Venezuela, tres de los principales abastecedores de hidrocarburos a Estados Unidos, causó un vasto revuelo mediático en el país que, lejos de informar con mesura, pareciera orientado a sembrar alarma en la sociedad. Sería imprudente, sin duda, omitir la especie o concluir sin más que la amenaza es inexistente, pero los datos disponibles llevan a dudar de que nuestro país se encuentre en la mira de organizaciones terroristas inspiradas en el integrismo islámico. Es pertinente poner en perspectiva lo que se sabe al respecto.

La referencia es un artículo aparecido el 8 de febrero en la revista electrónica Sawt al-Jihad, editada en forma de archivos para Acrobat y distribuida por correo electrónico. Se trata de una publicación vinculada a los ámbitos fundamentalistas saudiárabes que emitió una treintena de ediciones entre 2003 y 2004 y que reapareció en enero de este año. El autor del texto, que firma como Adeeb al-Basam, afirma que Estados Unidos no será capaz de reducir su dependencia del petróleo de Medio Oriente -como lo propuso el presidente George W. Bush en su reciente informe- y exhorta a los terroristas islámicos a continuar los ataques en esa región, especialmente en Arabia Saudita, pero también en los tres países americanos ya mencionados. Los objetivos: campos petroleros, ductos, plataformas y transportes. Y concluye: "Los principales afectados serán los países industrializados, y Estados Unidos en primer lugar; las naciones productoras no se verán muy lesionadas; en cambio, se beneficiarán con mayores precios petroleros".

Lo anterior debiera ser sopesado con base en diversas consideraciones. Para empezar, desde nuestro país es difícil comprobar la autenticidad de Sawt al-Jihad, una publicación abundantemente citada pero desconocida para el público en general. Luego, la principal referencia verificable de esa publicación es la que aparece en el sitio de Site Institute (Búsqueda de Entidades Terroristas Internacionales), dirigido por Rita Katz, una agente de inteligencia israelí nacida en Irak que asegura haber infiltrado a grupos radicales islámicos en Estados Unidos y que trabajó como consultora en dependencias de seguridad y espionaje del país vecino. Por lo demás, la presunta amenaza terrorista fue catapultada en los medios internacionales por el consorcio canadiense CanWest, el cual es señalado por diversos organismos civiles no sólo por su obsesión de uniformar las noticias y de censurar a los periodistas que trabajan en sus diarios y medios electrónicos sino también por su manifiesta parcialidad antiárabe en su cobertura del conflicto de Medio Oriente.

Más allá de los orígenes inciertos de la noticia, cabe preguntarse en qué medida los grupos terroristas islámicos, que enfrentan nada menos que a la mayor maquinaria de guerra en el mundo -es decir, a las fuerzas armadas estadunidenses-, podrían tener interés, por no hablar de capacidad, para abrir nuevos frentes.

Hasta ahora, tales organizaciones han lanzado sus ataques contra Estados Unidos y sus más estrechos aliados militares: Marruecos, Arabia Saudita, Egipto, Gran Bretaña y España, cuando ésta era gobernada por José María Aznar, cómplice de Bush en la invasión y ocupación de Irak. No puede descartarse, desde luego, una variación en los lineamientos estratégicos del terrorismo integrista, pero hasta ahora no hay motivos para imaginar a México y a Venezuela como objetivos prioritarios de Al Qaeda.

Desde otro punto de vista, la presunta amenaza emitida por medio de Sawt al-Jihad tiende a beneficiar en términos objetivos a la Casa Blanca, la cual ha buscado, desde el 11 de septiembre de 2001, uncir a sus socios de América del Norte a una política común -hegemonizada por Washington, desde luego- de seguridad, lo que representa un evidente riesgo para la soberanía e integridad territorial de Canadá y de México. En nuestro país, la difusión de la supuesta advertencia de Al Qaeda puede tener un efecto distractor ante la aguda crisis política y social por la que atraviesa el país y ante las inocultables dificultades que enfrenta en casi todos los ámbitos el gobierno que encabeza Felipe Calderón. En estas condiciones, la percepción de un riesgo de ataque terrorista no sólo da margen para un reforzamiento de la ya excesiva presencia militar en la vida nacional sino que ofrece al Ejecutivo federal un argumento para realizar concesiones adicionales en materia de soberanía nacional.

La posible advertencia no debe ser ignorada, y corresponde a las autoridades evaluar hasta qué punto es real y tomar las providencias necesarias, pero también hasta dónde puede ser una construcción más de las agencias del gobierno estadunidense o de emporios mediáticos cuyos intereses no necesariamente incluyen la difusión de la verdad. En todo caso, la seguridad nacional y la estabilidad en el país tienen ante sí amenazas mucho más concretas y evidentes que el incierto mensaje de Al Qaeda: los siempre presentes afanes intervencionistas de Washington, el embate de las organizaciones delictivas, la corrupción e ineficacia de los cuerpos de seguridad, el colapso del agro, con todas sus consecuencias, y las crecientes y exasperantes desigualdades sociales.

 
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