Usted está aquí: miércoles 14 de febrero de 2007 Opinión El desgano está de moda en el festival de Berlín

Leonardo García Tsao

El desgano está de moda en el festival de Berlín

Ampliar la imagen Willem Dafoe y su esposa Giada Colagrande, durante la proyeccción de The Walker Foto: Reuters

Berlín, 13 de febrero. Es necesario reconocer que, si bien el comité de programación de la Berlinale no ha seleccionado grandes películas para su competencia, sí las exhibe en coherentes paquetes diarios según su tema. El de hoy podría llamarse el del desánimo existencial, según lo aportaron la argentina El otro y la anglo-estadunidense The Walker.

La primera es el segundo largometraje de Ariel Rotter y se inscribe en la tendencia desdramatizada a la que el nuevo argentino se ha aferrado casi como manía en los últimos años. Un porteño cuarentón (Julio Chávez, que ha acaparado este tipo de papeles) descubre que va a ser padre y, en un viaje de negocios a la provincia, decide perderse en un deambular sin propósito y fingir ser otras personas. Obviamente, el título guarda sus implicaciones metafísicas. El otro no es sólo el bebé en ciernes, sino también ese concepto de las vidas ajenas que el protagonista conoce de manera superficial pero que, de alguna manera, lo revierten a sus propias preocupaciones.

Aunque la película tiene sus aciertos visuales ­en un momento, el personaje se pierde en una carretera apenas iluminada por los camiones que pasan­ ya se siente reiterativa dentro del cine argentino, después de tantos productos similares. Lo peor de todo es que no es un asunto particularmente novedoso. Hay un cineasta llamado Michelangelo Antonioni que hizo ese mismo número de forma bastante superior, hace ya varias décadas.

En cambio, el estadunidense Paul Schrader es un cineasta mucho más experimentado cuya carrera se ha mantenido desde los años 80 en los márgenes de la industria hollywoodense (la prueba de ello es que la mayoría de sus películas no se ha estrenado comercialmente en México). Siempre fiel a sus intereses morales y espirituales, Schrader ha continuado con The Walker (que podría traducirse como El acompañante) un concepto que comenzó con su trascendente guión de Taxi Driver, hasta llegar a una trilogía de realizaciones suyas completada por Gigoló americano (1979) y Light Sleeper (1991). En todas ellas ha explorado la sique de un hombre solitario cuya marginalidad amoral le permite influir en ciertas acciones ajenas y tomar decisiones primordiales.

Sin embargo, The Walker ­exhibida fuera de competencia­ es la versión más tibia de esa propuesta. Ahora el protagonista es Carter Page III (el insufrible Woody Harrelson), un gay frívolo y chismoso que vive de acompañar a las esposas de políticos importantes en Washington; por azar, se inmiscuye en un asesinato y su consecuente investigación, en la que decide hacer lo correcto. El actual ambiente de corrupción en el gobierno gringo permite a Schrader hacer referencias laterales a la guerra de Irak y a una especie de deshonestidad endémica. Pero el cineasta ha escrito y dirigido con el desgano de cumplir una chamba, tal vez por puro agotamiento. Sólo una secuencia ­una persecución en la noche, iluminada por los flashes de un fotógrafo­ recuerda el vigor de sus obras más memorables.

Según reportan algunos especialistas, el desgano en el festival ha sido contagioso a otros sectores. La revista especializada Variety ha señalado que en el Mercado Europeo del Filme, la compraventa se ha mantenido en un nivel de escaso entusiasmo. Algunos se quejan de que los cambios en el calendario cinematográfico han afectado a la Berlinale. Por lo pronto, algunos insatisfechos con la situación han tomado medidas extremas. En señal de protesta, la distribuidora francesa Wild Bunch le ha hecho honor a su nombre: se han instalado en un trailer afuera del majestuoso edificio del Martin-Gropius-Bau, con una campaña de juntar donativos para comprarle un teléfono celular a Dieter Kosslick, el director del festival, y así no tenga excusas para no devolver las llamadas.

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