Usted está aquí: martes 13 de febrero de 2007 Opinión Educación, miseria y desigualdad

José Blanco

Educación, miseria y desigualdad

México ha tenido momentos brillantes de la actuación de masas y momentos lúcidos de los gobernantes en materia educativa, como el periodo que va de Vasconcelos a Jaime Torres Bodet. No obstante, esos episodios no han cambiado sustantivamente la desigual vida social mexicana en el rubro educativo. Si se ve la estadística educativa en sí misma, los avances pueden parecer formidables. Si se comparan con otras experiencias nacionales, o si se les ubica frente al avance del conocimiento, aparece descarnadamente la miseria educativa mexicana. Es bueno recordarlo ahora que se anuncia el inicio de la formulación del Plan Nacional de Desarrollo en su capítulo educativo.

México es, para ir directo al centro de nuestro mayor trance social, una de las patrias más cercanas al corazón de la desigualdad social profunda.

Los siguientes datos conforman una muestra, desde distintos ángulos, de lo que sucede con la relación entre desigualdad y educación. Repitamos en primer lugar lo que ocurre con la población económicamente activa (PEA) en la actualidad.

De acuerdo con datos del INEGI, se observa que en 2004 el 10 por ciento de las personas más pobres de la PEA (decil I) no pueden terminar la instrucción primaria. En el otro extremo, las personas ubicadas en el decil X, cuentan con algo más de 13 años de escolaridad promedio: 2.4 veces más que el decil I. La relación no pareciera tan impresionante. Sin embargo, es de anotarse que 70 por ciento de la PEA (hasta el decil VII) no cuenta con secundaria completa. México es una nación con alta desigualdad, también en la escolaridad, al tiempo que es un país de muy baja escolaridad promedio nacional (9.03 años promedio de la PEA).

Veamos la evolución de los tres niveles educativos en perspectiva histórica con datos de INEGI. Revisemos, en primer lugar, el rezago educativo. En este caso hablamos de una definición internacional, y comprende las siguientes categorías: sin instrucción, primaria incompleta, primaria completa, y secundaria incompleta. En 1960 la población en rezago ascendía a 94.8 por ciento de la población.

Vivíamos en ese año en las cavernas de la ignorancia en relación con un desarrollo del conocimiento que ya era imposible entonces enumerar en términos de descubrimientos científicos y desarrollos técnicos.

En 2005 ese rezago llegaba a 45.9 por ciento: ¿no tuvo usted un infarto? Ciertamente podemos hablar de un cambio sustantivo entre 1960 y 2005, pero ciertamente también el indicador no ha cambiado su definición, a pesar del gigantesco avance del conocimiento. Contar con sólo secundaria incompleta, podía ser visto como rezago en 1960; pero en 2005, ese 45.9 es cualitativamente distinto. Es decir, quienes están hoy en rezago están sensiblemente más lejos del conocimiento acumulado que quienes lo estaban en 1960 respecto al conocimiento acumulado en aquel año. Anotemos, complementariamente, que en 1960 sólo uno por ciento de la población poseía estudios superiores.

En 2005, el segmento de población con estudios superiores había aumentado notablemente, pero sólo había llegado a 13 por ciento de la población. En efecto, se trata de otro ángulo de la desigualdad. Es claro que vivimos una exclusión que no sólo depende del propio sistema educativo. ¿Puede la República sostenerse políticamente sobre esas resbaladizas bases?; o más allá, ¿podemos llamar República a estos mundos sociales tan distantes que habitan el mismo territorio? ¿Puede esta extraña República empujar y sostener un proceso de desarrollo? No, no puede. Todos los casos recientes de desarrollo exitoso de mediados del siglo pasado, a la fecha, son casos exitosos de alta educación, resuelta en una o dos generaciones.

¿Podemos llamar República a esta opereta de Liberté, Egalité y Fraternité, con tal desmedida desigualdad? La razón le sobraba a George Orwell, en tantos casos y situaciones: Todos son iguales, pero algunos... son más iguales que otros.

Traiga el lector, ahora, a su propia consideración, además, la baja calidad media de los estudios superiores del país, la profunda desigualdad interinstitucional y su total falta de coordinación nacional; la ruina escolar en que se encuentra la instrucción básica oficial; y el embudo constituido por el bachillerato, el nivel educativo con la menor tasa de absorción y la mayor tasa de abandono.

Aristóteles vio la monarquía aristocrática y la tiranía oligárquica, como términos antitéticos y se pronunció a favor de la primera. Esa era su "República" preferida. México ha probado ser las dos cosas simultáneamente: una República aristocrática sexenal tirano ­oligárquica, por muchos lustros. Así se explica esta desigualdad sin nombre. Luego llegó Fox. Y esa misma República apareció vestida de espesa niebla.

Los gobernantes actuales están frente a su oportunidad. Recordemos que en noviembre pasado Calderón dijo que iba a rebasar a López Obrador por la izquierda. En todo caso no debe ser muy difícil porque AMLO no está muy a la izquierda.

 
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