Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 11 de febrero de 2007 Num: 623


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
La entonación exacta
EMILIANO MONGE
John Berger: el golpe poético de la mirada
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
Poemas
JOHN BERGER
Tambuco: golpe a golpe
ALONSO ARREOLA
Acerca de la supuesta hibridez del ensayo
EVODIO ESCALANTE
Alejandra Pizarnik y sus personajes
ELIZABETH DELGADO

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

Minicuento
JESÚS VICENTE GARCÍA


Directorio
Núm. anteriores
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Verónica Murguía

DESPACIO, POR FAVOR

Desde hace años, cuando alguien me dice que una película no le gustó "por lenta", me voy como bólido a verla. Algunas veces me llevo chascos espectaculares y me aburro como una ostra, pero también he disfrutado de esa misma parsimonia que para otro fue un defecto insalvable. Ha de ser porque estoy harta de la prisa y me da por pensar que la velocidad, por sí misma, no parece una cualidad tan maravillosa.

Quizás porque soy una persona lenta. Para entender, para trabajar, para producir. Y manejo despacio. Se contradice con mi aspecto, que sugiere nerviosismo –los flacos dan esa impresión– y la celeridad con la que hablo. Pero en todo lo demás soy morosa. Por eso, a veces siento que me quedo sola, pues quienes me rodean me rebasan y se alejan a una velocidad que jamás podré alcanzar.

La rapidez de un analgésico para aliviar el dolor, en las comunicaciones con quienes nos interesan o para ir de un lado a otro, está muy bien. La rapidez para comer, para leer –las idioteces que pregonan quienes anuncian cursos de "lectura rápida" son lo opuesto al disfrute, a la sabrosa fruición con la que el lector verdadero se acerca a un libro– o para reponerse del cansancio, me parece un incordio inexplicablemente valorado. De la comida rápida se han hecho muchas denuncias, y no abundaré aquí sobre la incómoda costumbre de comer a la manera de las focas, pues a veces la velocidad a la que vivimos determina no sólo cómo, sino qué comemos. Lo malo es que ese ritmo contagia todas nuestras comidas, y si me apuran, nuestras conversaciones. Una sobremesa, a las almas productivas, les parece una soberana pérdida de tiempo.

La lectura rápida como objetivo sólo me parece justificada cuando los estudiantes se acercan a los exámenes. Me inquieta pensar en las horas que el escritor sufrió para redactar tal o cual página, en los poemas, donde "la forma es el corazón", como reza la máxima budista, en el verso trabajado con la minuciosidad del orfebre… todo mirado de prisa, buscando algo "que sirva". El arte no "sirve", ya lo sabemos todos.

Que en las novelas el lector se impaciente porque la trama no quede planteada en las primeras páginas, me parece escandaloso, un prejuicio derivado del mucho cine gringo que vemos, de la tele frente a la que languidecemos, y que nos convierte en lectores miopes que apenas vislumbran una cuestión cuando ya se aburrieron.

Mirada que se repite en el museo, prodigada no sólo por el estudiante de secundaria que murmura a su grabadora la ficha museográfica, también por la señora impaciente, el japonés parapetado detrás de la cámara, el señor que le susurra al teléfono, el niño distraído, todos aquejados por la prisa, convencidos en el fondo de que están perdiendo el tiempo. Nos hemos convertido en los "hombres de ojo extraviado y oídos zumbantes" descritos por Parménides, ese lúcido estudioso del tiempo y del ser que no concebía la actividad intelectual separada de la mirada atenta.

Acerca del sueño y el descanso, ya lo sabemos, hay que elogiar al que duerme poco y tildar de holgazán a quien duerme mucho. El dormir, dizque tan poco productivo, es, ahora, una actividad despreciada. Generalmente, quien no duerme lo cuenta con aire ufano, presumiendo de su capacidad para trabajar. Pero tal vez sea ésta una vanidad necia, pues hasta en países obsesionados con la productividad y el reloj como Japón y Corea, ya se están revalorando las virtudes del sueño. A los trabajadores de empresas exitosas y vanguardistas se les da la oportunidad de dormir siestas o tomar descansos de más de diez minutos, pues se ha comprobado que cuando el trabajador está cansado tiende a cometer errores y no es creativo. Lo mismo pasa en las empresas de Silicon Valley.

En todo esto hay un juicio: creemos en la acción rápida como la señal más fidedigna de la vida. Yo no estoy de acuerdo, aunque soy igualmente esclava del ritmo que llevamos: la contemplación –una actividad intensa e invisible– exige ciertas pausas. Para apreciar las huellas de la experiencia en el pensamiento, para ejercer los poderes de la memoria, para aprender e imaginar, se necesitan quietud y silencio.

Me quedo con esta etimología que leo en el diccionario: escuela viene del latín schola, griego, skolé, ocio, tiempo libre, estudio, escuela. Y con la imagen de Newton tirado debajo del manzano. Seguro que alguien dijo: "¿Isaac? Allá, echado, perdiendo el tiempo…"