Usted está aquí: jueves 8 de febrero de 2007 Política "Eres como un espinito"

Soledad Loaeza

"Eres como un espinito"

El comportamiento del presidente de Acción Nacional en relación con el Presidente de la República evoca en forma inevitable las líneas de la canción de Nico Jiménez que en 1955 se coronó de éxito: "Eres como una espinita que se me ha clavado en el corazón..." Aunque sería demasiado afirmar que las declaraciones públicas y la estrategia de Manuel Espino estén desangrando a Felipe Calderón, es indiscutible que son, por lo menos, una piedra en el zapato del jefe del Ejecutivo. Deseoso de reivindicar una presencia pública innecesaria para el dirigente de un partido en el poder, Espino opina, interviene, se promueve y promueve ­convertido en una suerte de Martito­ al ex presidente Fox.

Para justificar su activismo Espino recurre a un argumento de plano insuficiente: "no queremos ser como el PRI", refiriéndose a la relación de subordinación que durante décadas sometió a ese partido a la voluntad del presidente en turno. La verdad es que en muchos aspectos Acción Nacional es comparable al antiguo partido oficial; por ejemplo, en varios de los estados que gobierna ha reconstruido la estrategia patrimonialista que le permite mantenerse en el poder, creciente es el número de denuncias de corrupción que ha aquejado a los panistas, o el uso de los recursos públicos para la elevación del Presidente de la República y de su partido. En cuanto a la relación entre el primer mandatario y su partido, Espino tendría que clarificar sus ideas tomando como punto de referencia los países democráticos y no el régimen autoritario del pasado.

En democracia el partido en el poder reconoce en el jefe del Ejecutivo a su líder, mientras que los dirigentes de la organización trabajan para construir los apoyos y los consensos que necesita el gobierno para sacar adelante sus iniciativas legislativas o para ampliar su potencial de apoyo electoral. Normalmente, los dirigentes partidistas asumen una posición discreta y, en lugar de presentarse ante la opinión como líderes nacionales, se concentran en las actividades partidistas que les corresponden, en coordinación con el jefe del gobierno, un acuerdo y una labor que por cierto en este momento buena falta le hacen a Acción Nacional. Los desacuerdos en la cúpula repercuten en la dinámica interna del partido, quiéralo o no Espino. Los problemas de los panistas en Aguascalientes, Baja California, y Yucatán no reproducen fielmente las diferencias de opinión muy reales que oponen al presidente Calderón y al presidente de su partido, pero sí portan los ecos de la inocultable disputa entre ellos.

No se requiere mucha ciencia para por lo menos adivinar que la función de la dirigencia partidista en un régimen democrático es fortalecer al partido antes que utilizarlo para construir un coto de poder personal. Cuando así ocurre normalmente el que sale perdiendo es el dirigente partidista, pero también el partido, cuyas broncas internas se filtran en forma inevitable a la opinión. Es bien sabido que la opinión rechaza casi instintivamente a los partidos divididos. Numerosos son los ejemplos del papel de apoyo a los jefes de gobierno por parte de las dirigencias de sus partidos de origen en los países democráticos, cuando no del férreo control que ejercen sobre su partido. Ultimamente el presidente Chirac ha tenido algunas dificultades en ese terreno, derivadas en buena medida de la campaña presidencial; pero ¿quién se acuerda del nombre del presidente del Partido Popular durante los gobiernos de Aznar, o de los presidentes del Partido Conservador durante los gobiernos de Thatcher? No obstante esta comparación con España y con la Gran Bretaña es muy complicada porque se trata de gobiernos parlamentarios en los que el líder del partido es el líder del gobierno, a menos de que Espino esté pensando en que su paso por la presidencia del PAN es una plataforma para las elecciones de 2012.

El engrandecimiento político que busca Manuel Espino encuentra un firme respaldo en la misma estructura de Acción Nacional que otorga al presidente una gran latitud de acción que no tiene comparación en los demás partidos. Los capítulos octavo y noveno de los Estatutos del PAN vigentes desde 2004 muestran la misma inspiración vertical y presidencialista de los orígenes en 1939. Por ejemplo, el artículo 67 establece que el presidente del partido lo es también del Comité Ejecutivo, de la Asamblea Nacional, de la Convención Nacional y del Consejo Nacional, y posee amplias atribuciones, además de ser miembro ex oficio de todas las comisiones que llegara a nombrar el Consejo Nacional o el Comité Ejecutivo Nacional. De sus muchas facultades ­que se amplían por efecto de las muchas que corresponden al Comité Ejecutivo Nacional­ llama la atención, por ejemplo, la que señala la fracción X del artículo citado que estipula que el presidente del partido podrá "... en casos urgentes y cuando no sea posible convocar al órgano respectivo..." y bajo su responsabilidad "... tomar las providencias que juzgue convenientes para el partido..." y deberá informar al comité al respecto "... en la primera oportunidad...", que puede ser... nunca. Manuel Espino parece determinado a ejercer este poder plenamente, y consolidarlo sin disimulo, poder que hasta ahora ha utilizado sobre todo para aguijonear al gobierno. Tendría que recordar que en 2005 la militancia mostró que su candidato era Felipe Calderón y no los foxistas, y que darle la espalda a estas preferencias equivale a fijar las bases del aislamiento de la dirigencia, y de la derrota del partido y del gobierno.

 
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