Usted está aquí: miércoles 7 de febrero de 2007 Opinión Kapuscinski: el clima y la desmesura del poder

Javier Aranda Luna

Kapuscinski: el clima y la desmesura del poder

Son dos los temas centrales en la obra de Ryszard Kapuscinski: la desmesura del poder y el clima. El poder en el sentido más amplio: el del monarca etíope y su corte de loros cuyos ecos escuchamos en Washington, México, Moscú, Italia, o el de las gigantescas corporaciones del entretenimiento que, ojalá, por lo menos nos dieran gato por liebre.

Respecto del clima poco hay que añadir salvo, quizá, que en sus crónicas y reportajes son constantes las alusiones al medio ambiente, a los fríos que impiden que se disipe la neblina a pesar del paso de los trenes en Siberia o a ese calor africano que nubla la vista y hace sudar a torrentes aun tirado a la sombra.

Pero no fueron los grandes temas del poder o sus alusiones al clima los que dieron notoriedad a Kapuscinski, sino la calidad de su escritura. No me extraña. Su escritura es la de un poeta. De un poeta de verdad, claro, no de aquellos que confunden el valor de las palabras con la repostería literaria.

Kapuscinski creía, seguramente, que la poesía era de circunstancias. Por lo menos eso revelan algunos de sus poemas. Sus crónicas y reportajes no son ajenos a esa sensibilidad, incluso corren en igual sentido: son constancia de vida, testimonio de lo vivido.

Aunque Ebano y El imperio son sus libros más importantes, imposible ignorar a otros como El emperador o El sha, meticulosas radiografías del poder y sus secuelas en la sociedad. La caída del sha, por ejemplo, no tiene desperdicio. Muestra el enorme engranaje de la maquinaria del monarca y cómo la controla hasta que un don nadie le arroja una llave de tuercas y la detiene, y luego otro y otro más hasta que de aquel imperio sólo queda un montón de chatarra y calaveras.

El reportaje sobre el sha, además de ser un estupendo testimonio literario sobre los excesos del poder es, también, una reflexión de ciencia política con más luces que las de no escasos teóricos de la academia. El poder, nos dice, por ejemplo, es lo que provoca las revoluciones. Su estilo de vida y su forma de gobernar acaban convirtiéndose en una provocación: y esto sucede cuando en la élite se consolida la sensación de impunidad. El pueblo entonces soporta todos los escándalos y abusos hasta que empieza a contabilizarlos, y determinado día hace la suma y se levanta. El poder absoluto sobrepasó su límite y así inició el principio estruendoso de su decadencia.

Sólo las grandes crónicas, las grandes novelas, los grandes reportajes nos dejan algo en el oído y la sensación de haber vivido algunos días que no teníamos previstos. Algo de nosotros surge con ellos. Algo que conocemos y que no habíamos podido expresar con suficiente claridad se entreteje entre sus líneas.

Es probable que la gracia de Kapuscinski haya sido lograr que en sus libros las palabras fueran invisibles, se convirtieran sólo, en una herramienta para contar. Para contarnos el cuento de la vida. De esa otra vida tan diferente a la nuestra y a la vez tan idéntica que nos dan ganas de seguir leyéndola, no de un tirón sino despacio, como pasan las horas y los días.

 
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