Usted está aquí: domingo 4 de febrero de 2007 Opinión La Casa de la Bola

Angeles González Gamio

La Casa de la Bola

En otras ocasiones hemos hablado acerca de Tacubaya, ese antiguo barrio capitalino que a pesar de la barbarie urbana conserva múltiples encantos, entre los que sobresalen algunas construcciones magníficas. Una de ellas es la conocida como Casa de la Bola.

Situada en la avenida Parque Lira, fue edificada a mediados del siglo XVI, en medio de un vasto terreno en donde se sembraron árboles frutales, magueyes y olivos que producían aceite; en las habitaciones de la planta baja quedan vestigios del molino y las tinajas para la elaboración y almacenamiento del aceite. A lo largo de los siglos cambió de propietario en diversas ocasiones y tuvo variados usos. Por sus dimensiones y características pertenecía a la categoría de casas de campo conocidas como "casas de placer".

Tuvo en su haber varios propietarios de prosapia, entre otros el doctor Francisco Bazán Albornoz, quién en 1616 desempeñó el cargo de Inquisitor Apostólico del Santo Oficio; entre los últimos dueños destaca el erudito y político José Gómez de la Cortina, quien le vendió la mayor parte del inmueble a José María Rincón Gallardo, marqués de Guadalupe. Entre los visitantes ilustres que se hospedaron en la mansión se recuerda a la Güera Rodríguez, al autor de Don Juan Tenorio, José Zorrilla, y a la marquesa Calderón de la Barca, quién dejó en sus memorables cartas interesantes comentarios acerca de Tacubaya.

A principios del siglo XX, el arquitecto Manuel Cortina remodeló la fachada en estilo "neocolonial" y al inicio de la década de los 40 la adquirió don Antonio Haghenbeck de la Lama, quien consolidó su estructura, le agregó algunos elementos, entre éstos una hermosa terraza, que procedía de materiales de demolición, de la residencia de sus padres en la avenida Juárez, que se convirtió en el cine Variedades. Una vez realizadas las modificaciones la convirtió en su hogar, amueblándola y decorándola con suntuosos muebles, tapices, cortinajes, enormes espejos, candiles, e innumerables obras de arte de procedencia europea y mexicana, convirtiéndola en una mansión al estilo ecléctico, gusto que privó a fines del siglo XIX entre la alta burguesía y la aristocracia de nuestro país.

El nombre de Casa de la Bola aparece ya en escrituras de esa centuria. Aunque se desconoce el origen preciso, hay dos versiones: una sostiene que en el exterior había algún elemento de esa forma, y la otra, que en ella se llevó a cabo alguna revuelta o tumulto, muy frecuentes en esa época; a los que la realizaban, el pueblo les solía nombrar "la bola"

Coleccionista apasionado, don Antonio adquirió también casonas en el hoy llamado Centro Histórico y tres haciendas virreinales; una de ellas la dió para asilo de ancianos. En 1984 donó tres de los inmuebles, con el fin de que se dedicaran a museos, a la Fundación Cultural que lleva su nombre, para que ésta cuidara su uso y respetara la voluntad del donador: de que la Casa de la Bola se conservara como él la dejó, al mismo tiempo de ofrecer servicios educativos y actividades culturales.

Tuvo el buen tino de nombrar al frente de la fundación a la historiadora Leonor Cortina, culta y sensible, quién a la muerte de don Antonio, en 1991, se dedicó a rehabilitar la casona y sus haberes que requerían limpieza, restauraciones y arreglos para poder abrirla al público. El problema era que el presupuesto para llevar a cabo todo ello era sumamente reducido, por lo que lo primero que se hizo fue habilitar el amplio y bello patio, con su piso de recinto original del virreinato, para alquilarlo para eventos culturales y conseguir fondos para concluir los arreglos y asegurar el mantenimiento, que incluye el vasto jardín medio selvático, con fuentes y esculturas.

Actualmente, se puede visitar los domingos y, desde luego, asistir a los actos culturales, cursos y talleres que se realizan frecuentemente. Es una visita que vale la pena, ya que se ingresa a la intimidad de un personaje muy especial y representativo de la mentalidad, gustos y valores de la clase alta mexicana del atardecer del porfiriato. Imaginarlo comiendo en el gran comedor, solitario como era, de ahí pasar a la biblioteca, con sus libros y fotos de familia que lo hacen cercano, asomarnos a su suntuosa recámara con la impresionante cama con dosel, que recuerda las de los palacios europeos, deambular por los distintos salones ­el rosa, el verde­, todos igual de lujosos y concluir en su baño, con su "moderno" aparato de ejercicio de fina madera.

De ahí, hay que ir a echarse un copetín para comentar la visita; un buen lugar en las cercanías es la añeja cantina El Mirador, frente a Chapultepec; con su decoración tradicional, buen servicio y rica comida tipo español. La chistorra y el pulpo a la gallega muy recomendables.

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