Usted está aquí: sábado 3 de febrero de 2007 Opinión Brodsky entre nosotros

Javier Aranda Luna

Brodsky entre nosotros

Si usted descree del sicoanálisis porque nunca sueña símbolos sino cosas reales como pechos, caderas, ropa interior, labios y cree, por lo contrario, que los poetas rehúyen los versos clásicos porque revelan su debilidad, o está convencido de que el arte no imita la vida como tanto se ha dicho, aunque sólo sea por miedo a los lugares comunes, o no le parece un despropósito suponer que 90 por ciento de la mejor poesía lírica está escrita postcoitum, o imagina que el único instrumento que un ser humano posee para afrontar al tiempo es la memoria pese a ser porosa y selectiva como el arte, y sabe que en ciertos periodos de la historia sólo la poesía es capaz de enfrentar la realidad para condensarla en algo comprensible, algo que, de lo contrario, no podría retener la inteligencia, porque el elemento principal de la historia es la vulgaridad, entonces cree, piensa, sabe, sueña, imagina, ve al mundo como Joseph Brodsky, ese poeta de lucidez extrema que pudo ver en el minuto el germen del milenio.

Hace unos días empezó a circular en México bajo el sello editorial Siruela, Menos que uno, libro de ensayos escogidos de Brodsky publicados originalmente en inglés en 1986 con el título Less Than One. Select Essays.

Este libro refrenda lo dicho por ese otro gran escritor que es José Emilio Pacheco: que el poeta es, para decirlo pronto, la voz de la tribu. De esa tribu no limitada por geografía alguna o por determinada época: la que es capaz de oír, de oírse en cualquier momento, como a veces escuchamos, sin darnos cuenta, nuestra respiración o el rumor de los días.

Menos que uno es una muestra estupenda de que Brodsky no sólo fue un gran poeta sino, también, un magnífico prosista. Creo, como él, que toda traducción merma a las obras literarias, pero también estoy convencido, y tengo muchas pruebas al respecto, que a los libros fundamentales las malas traducciones les hacen lo que el viento a Juárez. Existen prosas perfectas o arquitecturas poéticas de amable sonoridad que son, aunque bellas, como un castillo de naipes: se derrumban con un artículo fuera de lugar o con un acento mal puesto; no sobreviven. Dios está en el detalle, es verdad, pero no en la pequeñez.

Joseph Brodsky nos muestra en este libro que es de aquellos escritores a quienes sus fantasías no le molestaban demasiado. Tienen demasiada realidad para ocuparse. Tenía razón: no olvidemos que fue un judío en la Rusia de Stalin donde Siberia, más que un nombre o un símbolo del exterminio, fue una realidad brutal que lo acechaba todos los días.

Brodsky creyó que el verso final de un poema era el más importante, su verdadera clave. Tal vez porque allí comienza, por completo, la imaginación del lector. El rumor de las sílabas nos va transformando, en el sentido fuerte del término, a medida que escuchamos, aunque sea en silencio, un poema. Después de leer el último verso de un poema sólo nos queda el sordo rumor de nuestra propia sangre, las imágenes que los sonidos nos invitaron a construir. El caso de los ensayos no es así. La primera línea, el primer párrafo, es el más importante. Es el arco tensado por las palabras que deberá disparar la curiosidad del lector.

Menos que uno, uno de los mejores libros de ensayos de la literatura contemporánea, fue publicado por primera vez hace 20 años. Los ensayos de Brodsky sobre literatura, arte, política, el minucioso exterminio stalinista están permeados por la autobiografía. A pesar de ello logró en estos textos esa voz impersonal que al escucharla cualquier lector puede asumirla como propia. En los poemas, dice el escritor, el sonido es la sede del tiempo. En estos ensayos la sede donde transcurre el tiempo es la vida menuda: el lugar del amor y la miseria, del poder político y la literatura. También es un homenaje a muchos escritores: a Montale, Cavafis, Derek Walcott, Mandelstam y a esa poeta que fue y sigue siendo muchos poetas: Ana Ajmátova.

Menos que uno es una forma provechosa para acercarnos de nuevo a Brodsky con el pretexto del décimo aniversario de su fallecimiento, que se cumplió el pasado 28 de enero.

 
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