Usted está aquí: miércoles 31 de enero de 2007 Opinión Abate Pierre

Elena Poniatowska /I

Abate Pierre

Ampliar la imagen El pasado 22 de enero murió el abate Pierre, en Francia Foto: Afp

El abate Pierre murió en Val de Grace, Francia, la madrugada del lunes 22 de enero a la edad de 94 años. Era el francés más querido por su compromiso con los pobres.

El abate Pierre vino a México, procedente de Montreal, a pasar cinco o seis días con la rama mexicana de su familia: los Grouès. Su viaje fue largo porque antes de venir viajó a la India y a Líbano. En la India, el primer ministro Nehru lo recibió en dos ocasiones, y en Líbano, Chehab le confirió la Medalla de Oro del Mérito Libanés. En ese país, el abate Pierre señaló que el camino a seguir está en el servicio a los pobres.

En esa época se hablaba mucho de la carrera entre Estados Unidos y la URSS. Y contrariamente a lo que puede pensarse, el abate Pierre declaró que el destino de la humanidad no está a merced de un conflicto entre el Este y el Oeste, sino en el conflicto personal de cada individuo, o sea, aquel que opone la riqueza de unos cuantos a la pobreza de la mayoría. ''La miseria ­dijo el sacerdote francés­ es mucho más terrible que la bomba atómica".

Cómo empezó todo

Un día, el 4 de enero de 1954, un bebé de tres meses murió de frío en un automóvil abandonado, donde su madre se había refugiado. Indignado ante la miseria de los suburbios de París, el abate Pierre hizo un llamado por radio. Días después, hombres y mujeres que nunca dieron su nombre, enviaban sobres con dinero, joyas, muebles; vaciaban literalmente sus hogares. Descolgaban su abrigo del armario, quitaban la colcha de su cama y salían a la calle para entregárselos al cura.

En 1955 tuve el privilegio de entrevistar al abate Pierre en París. Estaba yo bien chavita y me recibió gracias a mi amistad (por medio de la colonia francesa) con los Groués, mis compañeros en los Scouts de France.

''Cuando lancé mi SOS presencié días después el espectáculo más inaudito. Un hombre llegó con un bulto de ropa, lo dejó, y ya de regreso a su casa, dio media vuelta, se quitó el abrigo y lo puso encima del montón que nos había dado. Le grité: '¡Se va usted a morir de frío!' Y contestó: 'Hay otros que sienten más frío que yo'. También recibí la carta de una anciana: 'Padre, no tengo recursos económicos. Lo escuché hablar en la radio. Busqué y rebusqué y me di cuenta que sólo tenía lo suficiente para vivir, pero seguí buscando y de pronto mis ojos se detuvieron en mi anillo. Ya estoy vieja. ¿De qué me sirve? Y si la venta de este anillo permite que una madre de familia alimente a sus hijos, no tengo derecho a quedarme con él'. Me dio el único objeto que para ella tenía valor: su anillo de matrimonio. También recibí cartas en las que había 10 timbres de 15 francos. Una tarde, un hombre me tendió un paquete envuelto en periódico. Parecía un libro. Le pregunté qué era y no me quiso responder. Cuando lo abrí ­y esto me ha sucedido dos veces­ encontré un millón en billetes de 10 mil francos. Recibimos tantas y tantas cartas, que contenían cheques y billetes, que en menos de dos semanas juntamos más de 300 mil cartas y no sé que tantos millones. El quinto día, el banco en el que abrimos una cuenta (para que todo fuera público y bajo control) me anunció por teléfono que habían llegado más de 150 millones de francos. El onceavo día, nuestra cuenta era de 200 millones de francos. En mes y medio, conseguimos más de 500 millones."

El trabajo con los vagabundos

El apóstol de la caridad ­como solía llamarse al sacerdote­ causó una revolución en Francia, no sólo por la respuesta que obtuvo al conmover a tantos hombres con su indignación, sino que recogió a todos aquellos ''desechos de la sociedad" y fundó con los borrachos, los vagabundos, los ''buenos para nada", una de las obras que más asombro han causado: Los compañeros de Emaús. De estos hombres, de los que ya nadie esperaba nada, ha surgido una ciudad. Construyeron casas, levantaron paredes, fabricaron muebles y ayudaron a sus semejantes. Otros ­menos miserables­ dieron lo mejor de su energía y de su generosidad. Estos ''buenos para nada" lograron edificar casas para familias enteras. El abate Pierre no los catequizó jamás. Sólo les demostró que los amaba y que por lo menos alguien en el mundo creía en ellos. Y eso bastó para devolverles su dignidad. Al abate Pierre lo que más le importa es el hombre, cualquiera que sea su religión, su raza, su condición social, y sabe que antes de hablarle a un hombre de Dios y los valores espirituales, hay que darle de comer.

Nuestra cobardía es inmensa

Cuando vi al sacerdote francés le pregunté: ''Abate Pierre, ¿por qué ha predicado usted a través del mundo que nuestra cobardía humana es inmensa y que usted mismo es un cobarde?" Y me respondió: ''Porque un día el cura de una parroquia vecina me mandó llamar y me llevó a ver a una familia que moraba en una tienda de campaña ­ya ni eso era­, hace más de ocho meses. El marido trabajaba en una fábrica, y por las noches entraba a gatas bajo techo. Tenían un hijo y su esposa estaba nuevamente encinta. Cuando abrí el carnet de familia en la parroquia, observé que tres hijos debían integrar aquella familia, pero dos habían muerto y ahora el cuarto estaba por nacer. Vivían en el lodo, a merced de la lluvia, cobijados por ese pedazo de tela agujerada. Comprendí, entonces, cosas terribles''.

­¿Qué cosas?

­Que todos aquellos que pretenden ser apóstoles como yo, tienen que poder decirle a esta mujer: ''¡Levántate, toma tus cosas y a tu hijo, y ven conmigo. Esta noche dormirás en un cuarto decente y yo tomaré tu lugar en la tienda de campaña. Mañana resolveremos tu problema". Y si no pueden decírselo, los apóstoles son unos farsantes. Porque si voy a hablarle a esta madre ­que ha visto morir a dos de sus hijos, y que sin duda piensa que el niño que crece también morirá de hambre y de frío­, si voy a hablarle del cielo y del infierno, de la Santísima Virgen, de la ley de Dios y de la misericordia divina para después abandonarla a su miseria, es imposible que la mujer no piense: ''Todo lo que me dice el señor cura es muy bonito, pero en realidad es un tramposo porque me habla de la bondad de Dios, pero me deja aquí, mientras él regresa al calor de su cuarto..." La mujer tendrá razón. Mientras no seamos capaces de canjear la miseria por nuestra comodidad, sólo somos farsantes.

Como se ve, el abate Pierre no tiene pelos en la lengua. Y como él mismo informó: ''Soy un poco mexicano. Mi padre vivió en Saltillo durante 18 años. Y tengo un primo en la ciudad de México. Se llama Grouès, como yo".

Socorrer a los semejantes sin exigir absolutamente nada

­André Malraux escribió alguna vez que no podía imaginarse a Dios, pero que había comprendido lo que es Satán o el diablo o Satanás o como usted quiera llamarlo cuando vio los campos de concentración.

­Sí lo comprendo, pero Malraux debería mencionar también la tortura del hambre, porque dos terceras partes de la humanidad vive en una situación infrahumana. Lo que yo sí creo es que además de la presencia de Dios hay otra presencia muy terrible que podemos llamar diabólica, y esa es la de la tortura que el hombre le inflige a otros hombres al explotarlos y mantenerlos en condiciones de miseria, y esto sucede, Elena, en el mundo entero. No hay imagen más terrible que la de un niño desnutrido, y esto sí me parece intolerable.

­¿Más que los campos de concentración?

­Igual que los campos de concentración.

Cuando entrevisté al abate Pierre ya estaba muy enfermo. Nunca gozó de buena salud y apenas iniciada su obra, Los ropavejeros de Emaús, tuvo que guardar cama durante cinco largos meses. La gente creyó que se había muerto y que la obra no seguiría adelante, pero la semilla estaba germinando y todos los franceses respondieron al llamado.

El lema de Los Ropavejeros de Emaús reza: ''Ante todo, tengan ustedes los unos para los otros una caridad perseverante, porque el amor borra una multitud de fallas (...) Que cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido.

''Si alguno ha recibido el don de la palabra, que hable según lo que Dios le inspire'', Epístola de San Pedro, 1, 4.

''Conservemos viva en nosotros la entereza para hacer cosas excelentes. No es necesario esperar a transformarnos en hombres y mujeres excelentes. ¡Sin duda habría que esperar demasiado tiempo! Sólo basta comprender que al que hay que atender primero es a aquel que más sufre.''

Imposible exigir gratitud

La mala salud quizá sea una de las razones por las que el abate Pierre se dedicó a vivir y a trabajar tan de prisa. Sus teorías, su entrega a los pobres, su frase acerca de que es mejor construir viviendas para los que mueren de frío que edificar nuevas iglesias, revolucionaron a París y a Roma. El abate Pierre eliminó todos los prejuicios. Cuando un hombre está en la quinta chilla, lo primero que necesita es comer, recuperar su confianza en la vida, en sus hermanos hombres, y más tarde dirigirse a Dios y rezar. El abate Pierre socorrió a todos sin exigirles nada, ni siquiera gratitud.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.