Usted está aquí: domingo 28 de enero de 2007 Opinión Crónicas gozosas

Angeles González Gamio

Crónicas gozosas

En abril de 1992 comencé a escribir estás crónicas en La Jornada; mi motivación principal fue dar a conocer las transformaciones que estaba teniendo el Centro Histórico, muchas de las cuales comenté la semana antepasada. En esa época era yo coordinadora de publicaciones sobre la ciudad, en el Consejo del Centro Histórico, que compartía con el Archivo Histórico, el hermoso palacio del conde Heras Soto, situado en la esquina de Chile y Donceles.

Esta joya barroca de la que ya hemos hablado, tiene en la esquina una de las tallas en cantera más bellas del mundo: en medio de tupido follaje se yergue un robusto niño tamaño natural, parado sobre la cabeza de un león, sosteniendo en la suya un canasto con frutas. La portada que enmarca el lujoso portón de madera, claveteado, no se queda atrás en hermosura.

En ese entonces la calle de Chile estaba invadida de vendedores ambulantes, al igual que las de los alrededores. Justo afuera del portón se ubicaba un personaje que cocinaba unas charamuscas en un enorme perol, con su tanque de gas adjunto; sobra decir la preocupación que me suscitaba el imaginar que un día pudiese explotar y a la tragedia de los daños que infligiría a las personas, se añadían los que le provocaría al histórico inmueble.

Un buen día, la calle comenzó a despejarse y se iniciaron las acciones que comenté en la crónica citada, por las que además de reubicar a los ambulantes, se arreglaron aceras y pavimento, mobiliario urbano y fachadas, dándose una prodigiosa transformación. Sin embargo la mayoría de los capitalinos lo desconocían y continuaban denostando el Centro Histórico, quejándose del comercio ambulante, la suciedad, la basura, la inseguridad. Ahí surgió mi idea de difundir lo que estaba sucediendo y que la gente volviera a visitarlo, lo revalorara y apreciara y que se sintiera orgullosa de tener un Centro Histórico tan bello e importante, espacio del origen y fuente de identidad.

En estos 15 años he escrito cerca de 800 crónicas, en las que he hablado de las monumentos, casonas, templos, museos, plazas, calles, personajes, comercios, restaurantes, fondas, cantinas y en general todo lo que atañe al pasado y la vida actual de este sitio fascinante, que a lo largo de los tres lustros ha tenido altas y bajas, transformaciones buenas y malas, organismo urbano pleno de vitalidad, al que hay que estar acelerado para seguirle el ritmo; lo que se estrena hoy, en unos cuantos meses ya es otra cosa.

A petición de varios asiduos lectores de estas líneas, a quienes mucho agradezco su interés, he seleccionado 120 crónicas publicadas en éstos 15 años, que creo que dan una visión de esa vitalidad cambiante, de ese maridaje del pasado inamovible con la modernización, que aparecen en un libro titulado: Corazón de Piedra: crónicas gozosas de la ciudad de México, con prólogo de Cristina Pacheco, que edita Miguel Ángel Porrua, quien va a ser moderador en la presentación, que se va a llevar a cabo el próximo martes 30, en Amargura 4, San Angel, sede de la librería del editor, con la participación de Eduardo Matos, Gonzalo Celorio y Hugo Gutiérrez Vega. Ojalá nos acompañen.

En el volumen aparecen también crónicas de otros sitios de gran tradición: Tacubaya, Tepito, Tlalpan, colonias de prosapia como la Santa Maria y la Roma, lugares que hemos conocido de la mano de sus cronistas, que se agrupan en la asociación de Cronistas de la Ciudad de México, en donde alrededor de 40 amantes de su delegación, barrio, pueblo y colonia, intercambian información, exponen sus trabajos y llevan a cabo la defensa del patrimonio de sus lugares. Trabajo honorífico, de amor, merece más reconocimiento y apoyo, que ojalá las nuevas autoridades de la ciudad les brinden.

Los trabajos de estos meritorios cronistas sacan a la luz tesoros patrimoniales que guardan todas las delegaciones de la ciudad, que la mayoría de los capitalinos ni nos imaginamos, solemos pensar que todo lo valioso se encuentra en el Centro Histórico, San Angel, Coyoacán, Xochimilco y resulta que cuando paseamos con los cronistas, descubrimos templos hermosísimos, construcciones antiguas de gran valor, calles, plazas, arte, fiestas tradicionales de gran contenido y belleza, gastronomía y decenas de maravillas que nos confirman que esta continua siendo una ciudad de ciudades, muchas de las cuales tienen su origen en tiempos prehispánicos.

Y vámonos al tradicional El Moro, en su sede de siempre, situada en San Juan de Letrán 42 (Eje Central), a merendar unos churros crujientes con su chocolate espumoso, según el gusto, a la mexicana, a la francesa o a la española; este último espeso y fragante, va bien si es afecto a "sopear"el azucarado manjar, que también ofrecen con su capita de canela.

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