Usted está aquí: jueves 25 de enero de 2007 Política Un hombre de partido

Soledad Loaeza

Un hombre de partido

La lealtad al partido de origen es uno de los rasgos que empiezan a definir el estilo presidencial de Felipe Calderón. De entre sus predecesores solamente Lázaro Cárdenas ­otro michoacano­ presenta rasgos similares: al igual que Calderón, antes de llegar a la jefatura del Poder Ejecutivo fue funcionario muy activo y presidente de su partido: el Partido Nacional Revolucionario (PNR), y la ideología y los objetivos del Partido de la Revolución Mexicana, la organización que fundó, fueron el sello de su acción y del perfil de los integrantes de su gobierno. El diploma más prestigioso de la época era la credencial del partido.

La principal queja de la oposición de entonces era que el poder había pasado a manos de un grupo de facciosos, como llamaban a los cardenistas, que eran considerados una colección de burros de quienes únicamente podían esperarse destrozos. No hay más que leer en las páginas de la revista del PAN, La Nación, los artículos al respecto firmados por Magorin, el seudónimo que utilizaba Gómez Morín. Muchas y muy sabrosas fueron las anécdotas de los perremistas en el gobierno que llegaron a la función pública sin más antecedente que una sólida carrera partidista, y que cometieron errores garrafales, producto simplemente de la ignorancia, cuando no de la arrogancia del poder. Recordemos solamente al secretario de Marina que mandó construir un barco de cemento que jamás pudo zarpar de Las Lomas. No obstante, a diferencia de Cárdenas ­que mantuvo un férreo control sobre su partido, lo reformó a modo y supo utilizarlo como un instrumento de gobierno­, Calderón tiene que lidiar con Acción Nacional ­o habría que decir con su presidente­ casi en los mismos términos en que le toca trabajar con el PRD o con el PRI: como si se tratara de una organización que le es ajena, con cuyo apoyo no cuenta necesariamente ­como lo dejó bien claro Manuel Espino cuando emitió una "opinión personal" en contra del impuesto a los refrescos.

Las mal disimuladas tensiones entre el presidente Calderón y una proporción no pequeña de la dirigencia de su partido son hasta cierto punto sorprendentes. Los panistas tendrían que estar más que agradecidos con él que no sólo les ganó la elección, sino que ha emprendido una decidida colonización de la administración pública con miembros de su partido, sin importarle demasiado su competencia ni su experiencia en las materias que les son encomendadas.

El secretario de Salud es la muestra más ostentosa de este partidarismo. Es cierto que es médico, bien nos lo hicieron notar los innumerables laboratorios que se congratularon de su nombramiento, pero sus declaraciones a Excélsior a propósito del uso del condón o de los métodos de planificación familiar son una prueba de que sus convicciones religiosas, asunto privado por excelencia, se imponen a los temas de salud pública. Este comportamiento es propio de una corriente panista que Adolfo Christlieb Ibarrola, uno de los más brillantes presidentes de Acción Nacional, entre burlón e irritado denominaba los piadosos.

La primacía de los panistas en la integración del gobierno ha dado pábulo a rumores de algunos nombramientos en la diplomacia mexicana o en el área cultural que han desatado en los medios respectivos el terror de que nuevamente se repitan las muy malas experiencias del sexenio anterior, cuando amigos de la pareja presidencial fueron designados a puestos en los que no tenían nada que hacer, y cuando lo hicieron, caro le costó a la patria y a su prestigio internacional. Así ocurrió en ciertas embajadas, en Sedesol y en el CNCA, por citar sólo algunos penosos ejemplos.

Cuando Vicente Fox llegó al poder, muy rápido olvidaron los panistas la crítica que siempre hicieron a los presidentes del PRI de que únicamente reclutaban a miembros de su partido en la administración pública, para reprocharle que no integrara a más panistas al gobierno. Esto es, la partidización de la función pública ­que los panistas siempre exageraron porque no hay duda de que en muchas áreas del gobierno había sólidas carreras profesionales de expertos en la materia­ sólo les parecía mala cuando favorecía a otros distintos de ellos.

Ahora el presidente Calderón parece decidido a la revancha, tanto contra el prejuicio de funcionarios masivamente priístas, como contra el foxismo que recurrió más a los amigos y a los compadres guanajuatenses que a los panistas. Acción Nacional debería estar satisfecho, pero, ¿y los demás? Los resultados de la elección presidencial obligaban al nuevo gobierno a ampliar sus miras y a cumplir plenamente con las repetidas ofertas del Presidente de que lo es de todos los mexicanos. A pesar del colapso de la figura de Andrés Manuel López Obrador y del PRD, México sigue siendo un país políticamente plural, y el Presidente de la República no puede darse el lujo de seguir apareciendo como un hombre de partido porque el primero de diciembre, cuando asumió la jefatura del Estado, dejó de serlo.

 
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