Usted está aquí: jueves 25 de enero de 2007 Cultura Después de tí, señorita Julia

Olga Harmony

Después de tí, señorita Julia

El dramaturgo inglés Patrick Marber aprovechó los elementos de clase que subyacen en La señorita Julia para componer esta versión que ubica en la Inglaterra de 1945 al Partido Conservador de Winston Churchill y el triunfo de los laboristas que dio nuevas esperanzas a la clase trabajadora.

Así, la tragedia naturalista del misógino y resentido autor sueco que nunca pudo superar ser "el hijo de la criada", se convierte en parte en un drama político de expectativas frustradas porque la estratificación social no desaparece, como parece anunciar Juan, quien al volver a ponerse la librea se convierte de macho dominante, en el chofer lacayo sobre el que pesan siglos de servidumbre de la que no puede escapar. Marber conserva en su versión todos los elementos del original, las dudas y vacilaciones de la protagonista, su arrogancia inicial y sus momentos de subordinación al macho, no sin matizarla con destellos de rebeldía.

Queda también la historia de la protagonista y su madre culpable, así como el desprecio que le imbuyó hacia los hombres esa sufragista a la que Strindeberg detesta ­como a todas las que se oponen al dominio masculino­ y que, ya sin la misoginia del dramaturgo original por el tiempo transcurrido, resulta necesaria para entender, así sea un poco, la conducta de la joven condesa. El personaje que cambia es Cristina, que se apodera del dinero robado antes de partir a la Iglesia, como muestra de la doble moral de los seres que aparentan gran religiosidad.

En esta versión se suprime esa especie de coro que son los danzantes del Día de San Juan y que divide en dos partes el drama, que ahora se desarrolla en varias escenas cortadas por oscuros, con las mismas vacilaciones y reiteraciones de los personajes en el original y que aprovecha la directora Sandra Félix para dar cortes en la acción, congelando a los actores y permitiendo que sigan adelante en sucesivos momentos que me recuerdan los cuadros de las historietas o los que pueden aparecer en una cinta cinematográfica, pero que dan cuenta de la dimensión de los tiempos transcurridos y, sobre todo, las variaciones de los estados de ánimo de la protagonista y el antagonista y que a veces permite que, tras el oscuro, se agregue un nuevo detalle, como es la botella en manos de Juan y algunos otros.

Los largos momentos de espera muda de Cristina parecen basarse en una nota que Strindberg hizo de su texto publicado (yo tengo una edición de 1933, Teatro Escandinavo, M. Aguilar Editor, Madrid, en traducción de Cristóbal de Castro que conserva la anotación del autor) a una escena muda de Cristina, cuando los otros salen a bailar, en la que pide que "esta escena muda ha de representarse como si la actriz estuviera realmente sola; no se ha de apresurar como temiendo la impaciencia de los espectadores. Se volverá de espaldas cuando sea preciso y no mirará a las plateas", lo que muestra los usos teatrales de la época que el dramaturgo intenta romper con un realismo que la directora conserva en las pausas y actitudes de los actores, no en los cortes y en la escenografía.

Los elementos de la tradicional cocina de campo que se piden, me imagino que en la versión inglesa también son resueltos por el escenógrafo Philippe Amand, responsable asimismo de la iluminación, con un cuadrángulo de marco muy grueso, que se corre en los oscuros y que ya muestra una puerta, ya una ventana o una pared con cuadros, a veces dos paredes en ángulo.

La mesa, las dos sillas y los dos taburetes también cambian de lugar y posición en los oscuros en los que se escucha música de los años 40, puesto que la fiesta de San Juan es sustituida por las celebraciones del triunfo del Partido Laborista que hace bailar a los campesinos del condado a la espera de lo que el espectador sabe que no les llegará.

Momentos de gran violencia sexual se alternan con pausas y silencios que van develando sentimientos de los personajes en esta escenificación que se complementa con el vestuario de Tolita y María Figueroa, apegado tanto a la época como a la escencia de los personajes.

La excelente labor de Sandra Félix se muestra también en su dirección de actores, Marina de Tavira con todos los matices y cambios de la actitud de la señorita Julia, Antonio Rojas que oscila entre el servilismo y la prepotencia como Juan, y Milleth Gómez en su reconcentrada Cristina, con los difíciles momentos mudos de su espera.

 
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