Usted está aquí: domingo 21 de enero de 2007 Sociedad y Justicia Eje Central

Eje Central

Cristina Pacheco

La última moneda

Pese a la insistencia de la autoridad, ninguno de los compañeros de Lorenzo Hernández pudo narrar completa su historia. Cada uno dijo lo poco que sabía: "Era de Tlapa, Guerrero". "No conoció a su padre". "Fue a la escuela nada más dos años". "Su mamá y sus hermanos pequeños trabajan en los campos de Sinaloa". "Vino a la ciudad en busca de chamba". "Anduvo cargando bultos en el mercado antes de que lo contrataran en esta obra". "Aquí vivía". "Sus únicas salidas eran al molino de la Chata, donde compraba sus tortillas y, a veces, al jardín que está junto al paradero de camiones".

Las pertenencias que Lorenzo dejó son tan escasas como sus datos personales: un radio de transistores, un catre de tijera, una cobija a cuadros verdes y grises, un pocillo de peltre y un huacal que le servía de mesa. Nadie se ha atrevido a quitar el refresco consumido a medias ni el papel de estraza que envolvía las cuatro tortillas compradas a la Chata.

II

La autoridad también interrogó a la molinera: "Desde que comenzaron a levantar el edificio en el Eje Central los albañiles que trabajan en la obra son mis clientes. Los conozco, así que enseguida me doy cuenta de cuándo llega uno nuevo. A Lorenzo me lo trajeron el 5 de septiembre. Mientras le envolvía su kilo de tortillas se quedó mirando la cubeta llena de margaritas y gladiolas.

"¿Te gustan? Ni siquiera me sonrió. Por hacerle plática le dije que iba a llevar las flores al panteón, porque era el día del santo de mi papacito, que se llamaba Lorenzo. Fernando le hizo una broma: Ya viste, güey, también es tu santo. El muchacho se puso colorado. No sé por qué, pero sentí mucha ternura hacia él y le pregunté cómo iba a celebrarlo. Levantó los hombros y se quedó muy serio. Agarré un ramito de gladiolas y se lo ofrecí, pero a él como que le dio más pena. Se apuró a pagarme con una moneda de 5 pesos y se fue sin recoger los 50 centavos de cambio.

"Al otro día se los entregué: ¿Eres tan rico que no te importa el dinero? Se guardó la moneda sin darme las gracias. Me di cuenta de que no era por grosería, sino por timidez. Así era él: todo le daba vergüenza, hasta comprarme cada vez menos. Desde que subió tanto el kilo de tortilla empezó a llevarse nada más tres cuartos y luego medio kilo. El martes que vino me pidió sólo un peso; alcanza para cuatro tortillas, cuando mucho para cinco. No sabe lo que sentí sólo de imaginarme que eso iba a ser el único alimento de Lorenzo después de que su trabajo es tan pesado.

"Entonces se me ocurrió decirle que iba a pintar mi local y le pregunté si le interesaba hacerme el trabajo. Podría echárselo en una tarde, después de las cinco, hora en que cerramos. Me contestó que se lo encargara a alguno de sus compañeros, porque él estaba comprometido con otro asunto. No hizo más aclaraciones y se fue, como siempre, sin despedirse. Ni en sueños se me ocurrió lo que iba a hacer: tirarse del sexto piso.

"Es todo lo que tengo que decirle acerca de Lorenzo. Pero Taide, la muchacha que me ayuda a repartir los pedidos de las taquerías, tal vez pueda contarle algo más. Ella estuvo conversando con él apenas este domingo. Si quiere hablar con Taide espérela, no dilata, fue aquí nada más a Los Compadres. Desde que subió el maíz es la única taquería donde siguen comprándome 8 kilos de tortillas; las demás bajaron sus pedidos a la mitad y algunas hasta a la tercera parte. Lo mismo sucede con el resto de mi clientela: amas de casa, barrenderos, albañiles. Que Dios me perdone, pero si la situación no mejora todos acabaremos haciendo lo mismo que Lorenzo, en paz descanse".

III

A Taide le costó mucho trabajo reproducir su breve conversación con el albañil: "Los domingos cerramos a las dos de la tarde. Entonces me pongo a escombrar. Estaba tallando el mostrador cuando pasó Lorenzo. Le pregunté adónde iba. Me contestó: Por ahí nomás, a ver si encuentro a mi papá. Le dije que no me imaginaba que su padre viviera por allí. Me respondió: yo tampoco, porque no lo conozco ni en fotografía, pero calculo que me he de parecer a él. Cuando me encuentre con uno fellucón como yo le diré: ¡soy tu hijo! Le pregunté si estaba guaseando. Eso como que lo molestó y se fue caminando rumbo al jardín. Quién sabe a qué horas haya vuelto. Yo me fui de aquí a las seis y él no había regresado".

La autoridad le pidió a Taide que reflexionara; tal vez Lorenzo le hubiese dicho algo en apariencia insignificante, pero que pudiese contribuir a aclarar el suicidio. La palabra suicidio horrorizó a la muchacha y se soltó llorando. Aún no podía concebir que Lorenzo se hubiera quitado la vida de un modo tan terrible; no lograba olvidar lo que había visto la tarde del martes, después de que Isauro, uno de los albañiles, llegó al molino a pedirles prestado el teléfono para llamar al número de emergencias. Así se enteraron de la tragedia:

"Señorita, un compañero se cayó del sexto piso... ¿Cómo que de dónde? Pues de la obra donde trabajamos, en el Eje Central. Le juro que no es broma. ¡Hágame caso!... No soy su pariente, sólo su compañero...

¿Quiere el nombre del finado o el mío? Pues acláremelo, yo no sé, nunca me había sucedido algo así... Bueno, de acuerdo, discúlpeme: él se llamaba Lorenzo Hernández. El otro apellido lo desconozco. ¿Importa?... Nunca vi que tuviera una credencial de elector. Puede que la haya guardado entre su cobija. No, la verdad, ahorita ni se me ocurrió buscarla. Por eso ¿qué más quiere saber?... Lorenzo estuvo toda la mañana en la obra. Al mediodía vino por sus tortillas al molino desde donde le estoy hablando. Aquí está la señora que lo atendió. ¿Se la paso?"

La Chata apenas tuvo fuerzas para sostener el teléfono y reprimir el llanto mientras respondía: "Sí, señorita. Calculo que el ahora finado, quiero decir Lorenzo, llegó poco después de la una de la tarde... No, no vi el reloj, pero lo sé porque ya estaban aquí las señoras que venían de recoger a sus hijos de la escuela. Me tardé en atender a Lorenzo porque mis clientes se pusieron a repelarme por el precio de las tortillas. Una, llorando, me dijo que iba a tener que reducirle las raciones a sus niños: son seis, ¿se imagina?... Bueno, sí, perdone... Les dije que el aumento no era mi responsabilidad, que si por mí fuese yo seguiría dándoles el kilo a 4.50, pero que era imposible, porque a mí me habían subido muchísimo el maíz, el gas, la electricidad. No puedo con esos gastos, ya no me sale... Sí, sí, perdóneme. Comprendo que tiene muchas llamadas que atender, pero como me preguntó... A ver, dígame. ¿Me repite la pregunta? No la escuché bien. No, Lorenzo no se veía nervioso. Muy tranquilo. Esperó su turno y me entregó un peso. Le di sus cuatro tortillas y se fue sin despedirse, como siempre. Ahora, por favor, dígame si van a mandarnos una ambulancia. Tal vez Lorenzo nada más esté herido".

La Chata se volvió hacia Isauro. Por su expresión adivinó que sus esperanzas eran inútiles y junto con Taide corrió hacia la obra. Entre bultos de cemento y alteros de varillas vieron el cuerpo de Lorenzo. Alguien se había encargado de poner cuatro veladoras alrededor del cadáver. Estaba cubierto con una sábana blanca de la que sobresalían los pies. Sólo uno estaba calzado con un tenis curtido por el cemento y la cal.

IV

Aunque saben que nadie vendrá a reclamarlas, los albañiles no se han atrevido a tocar las propiedades de Lorenzo: un catre de tijera, una cobija a cuadros verdes y grises, un radio de transistores, un pocillo de peltre, un huacal. Desde el día 16 todo sigue intacto, excepto las cuatro tortillas en que Lorenzo invirtió un peso, su última moneda.

 
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