Usted está aquí: miércoles 17 de enero de 2007 Opinión El linchamiento de Saddam Hussein

José Steinsleger

El linchamiento de Saddam Hussein

En su primer día como secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU, sic), al ser interrogado sobre la "ejecución" de Saddam Hussein, el sudcoreano Ban Ki-Moon manifestó un par de opiniones impropias de su investidura. El nuevo muñeco ventrílocuo de Washington en la ONU dijo que "la aplicación de la pena capital es una decisión de cada Estado", y que "(Saddam)... fue responsable de crímenes atroces contra el pueblo iraquí... no deberíamos olvidarnos nunca de las víctimas de estos crímenes".

Dando por hecho la "soberanía" de un país invadido por ejércitos extranjeros y "gobernado" por un equipo de títeres designados por Washington, Ban Ki Moon olvidó nombrar a Phillips Petroleum, Unilever, Alcolac, Allied Signal, American Type Culture Collection y Teledyne y otras compañías estadunidenses y europeas que vendieron a Irak productos químicos y muestras biológicas de doble uso para su programa de armas.

La corporación Teledyne, por ejemplo, se declaró culpable de conspiración criminal, declaraciones falsas y violaciones de la Ley de Administración de Exportaciones de armas al exportar 130 toneladas de zirconio a Irak, a través del fabricante chileno de armamento Carlos Cardoen. Asimismo, Baltimore Alcolac fue declarada culpable de vender ilegalmente tiodiglicol, producto intermedio para la producción de gas mostaza utilizado en el programa de guerra química de Irak.

De ahí que la mayor parte de los comentarios que se han confesado incómodos frente al linchamiento de Saddam (George W. Bush declaró que la ejecución no fue "digna" y dos días después, tras mucho pensar, el premier Tony Blair dijo que fue "incorrecta") omitan el lado más cínico de esta historia: el rasgado de vestiduras.

¿Ejecución no "digna"? ¿"Incorrecta"? Antiguamente, el hombre finito podía rasgar su propio corazón mostrando un espíritu contrito y humilde. En cambio, el sumo sacerdote que se atrevía a comparecer en santo oficio y participar en el ministerio del santuario con ropas rotas era considerado como separado de Dios.

Este, y no otro entonces, ha sido el tenor de la investidura de los sumos sacerdotes y ejércitos de cagatintas que ahora se rasgan las vestiduras ante el crimen por antonomasia: el de Saddam, juzgado como criminal condenado, y entregado para ser ultrajado por los George W. Bush, Tony Blair, Condoleezza Rice, Ehud Olmert y un largo etcétera de personajes que se hallan entre los más bajos y viles representantes de la especie humana.

Para cientos de millones de islámicos, el hipócrita rasgado de vestiduras de la "comunidad internacional" la priva (como en el caso del sacerdote antiguo) no sólo de su carácter representativo. También la priva de ser aceptada por Dios como sacerdote oficiante.

Traducido a lenguaje "laico occidental" eso quiere decir que desde el momento en que el chasquido seco de la soga anunció la fractura del cuello de Saddam, la "comunidad internacional" pronunciaba su propia sentencia de muerte, quedando totalmente descalificada para seguir hablando de tolerancia, ética, modernidad y democracia. Si ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón... ¿cuántos merecía Saddam frente a quienes han reducido a escombros el pueblo que inventó las ruedas de la ley?

Téngase en cuenta lo siguiente: tras la muerte por envenenamiento de Yasser Arafat y el linchamiento de Saddam Hussein (últimos discípulos de la causa panárabe soñada por Gamal Abdel Nasser, 1918-70)... ¿con qué dirigentes laicos del Islam podrán dialogar Estados Unidos e Israel? En víspera de Navidad, el palestino Mahmoud Abbas fue recibido por el premier israelí Olmert, quien lo trato de "presidente" a más de darle un beso en la mejilla. Gesto que, inevitablemente, remite a tenebrosos simbolismos.

¿Nuri Al-Maliki, premier títere de Irak? No llega a mediados de año. ¿Hosni Mubarak, presidente de Egipto? No quisiera acabar como su antecesor, asesinado por los Hermanos Musulmanes (1981). ¿Bashar Assad, presidente de Siria? Sólo desea que Israel devuelva las colinas del Golán. ¿Los saudíes y reyezuelos de las petromonarquías? Nada confiables. ¿El rey Abdullah II de Jordania? Vale un cacahuate. ¿Muhammad Ghadaffi, de Libia? Tampoco, porque se pasó al campo del bien.

Para millones y millones de árabes, Sadam Hussein subió al patíbulo con la dignidad que le faltó en el ejercicio del poder y la majestuosidad del soberano legítimo, derrocado por un ejército invasor.

El aplomo y la actitud desafiante de Saddam ante el juicio fariseo que se le montó, y su serenidad a la hora del linchamiento, dejó una imperecedera lección entre los pueblos oprimidos del mundo: haya o no dirigentes más probos y capaces que Saddam, el imperialismo seguirá exportando la "ética" de sus "valores occidentales".

El día en que el cuello de Saddam se quebró, la compañía Herobuilders de Connecticut lanzó al mercado un muñequito vendido como pan caliente. El muñequito se llama Saddam en la horca y los enemigos del "islamismo radical" se divierten como locos.

 
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