Usted está aquí: domingo 14 de enero de 2007 Opinión La rebelión del número

Paolo Zellini
Notas

La rebelión del número

Ampliar la imagen Ilustración de la portada del libro, Sin título, de Javier Arévalo

I Orden y rebelión

Para quien aprecie los recursos del lenguaje simbólico y las fulmíneas incursiones de la metáfora puede parecer muy seductor que en la construcción de Gödel se haya visto algo del arte lulliano. Fue Hermann Weyl quien sugirió que la paradoja de la diagonal (descubierta por Cantor y utilizada por Gödel) se asentaba en el viejo tentativo de recomponer el conocimiento en la unidad de un sistema cerrado y exhaustivo de signos, y que los resultados de Gödel eran quizá la más aguerrida respuesta a la imaginación combinatoria de Ramón Llull, o de Bacon, Leibniz o Swift. Pero se puede entonces despertar la sospecha de que la incompletitud de la aritmética restituye vigor a una asechanza ya combatida cuatro siglos antes: la que nacía de la "constatación del carácter pluralista y 'caótico' del orbe intelectual, de la pobreza de las cogniciones humanas, de la necesidad de un singulare ac mirabile artificium mediante el cual fuera posible darse cuenta del orden del cosmos más allá de un caos aparente".1

Bacon había visto en el universo una complejidad laberíntica, y en el método lógico o en el ars memorativa, la solución a la asechanza latente de un desbordamiento.1 En el Medioevo y en el Renacimiento el orden que defendía de las fuerzas del caos se recogía en el simbolismo triádico, con base en la fundamental constatación de que todo par de contrarios siempre encuentra una conexión o una conciliación en la perenne confrontación entre Pan (el unificador) y Proteo;2 y el arte lulliano era, por cuanto nos demuestra F. A. Yates,3 un reflejo de la trinidad. En la segunda de las figuras basilares del Ars Magna (designada por la letra T), Lull define los tres principales triángulos de conexión entre los principios opuestos y su término medio: el igual es el nexo entre mayor y menor; la concordantia reúne la pluralidad generada por la diferencia y concede una pausa antes de la disolución de la contrarietas; el medio por antonomasia es el pasaje entre el principio y el término, el instrumento de conjunción de los entes distintos en la unidad o en el género mixto. "El medio es tan venerable como el principio", escribe Llull:4 en concomitancia al principio es "principiante", en concomitancia al medio es "mediante". Y el tres era también el número de la lógica: Bernard de Lavinheta vinculaba el medium (el vértice de uno de los triángulos basilares de la figura T del Ars Magna) con el sigolismo (el medium coniunctionis, escribía, es llamado así en tanto que "coniungit predicatum cum subiecto, ut patet in quod libet syllogismo").5

Pero la asechanza contenida por el orden triádico podía obtener una considerable ventaja justamente del intento de dominarla. En su larga refutación de las ciencias astrológicas Pico alude a una posible influencia de demonios en abierta insubordinación a la intervención artificial de la magia.1 En la Jerusalén liberada Tasso hace desencadenar toda suerte de fuerzas demoniacas contra quien quiere derrotarlas y reducirles su propio poder. ¿Qué otros ejemplos se podrían poner? Vale la pena recordar otros dos episodios, ambos centrados en el tema de la rebelión de los elementos: el pasaje de un poema alquímico escrito en el siglo XIX por Antonio Allegretti y el principio del tercer acto del Rey Lear de Shakespeare.

Allegretti atribuye el arte de los metales al más célebre don de Prometeo: el fuego. Pero la autoridad de Alberto Magno advierte enseguida que el arte es una pura ayuda a la obra de la Naturaleza, que sin embargo es siempre el agente principal, y que la Naturaleza compone las semillas de la generación de los metales en lugares recónditos y de difícil acceso. Ahora bien, el mito dice que Linceo llegó a vislumbrar cosas para otros inaccesibles, por estar demasiado lejanas o demasiado escondidas. El llegaba a perforar con la mirada las más duras montañas y a ver hasta el fondo las profundas entrañas de la tierra, como a través del aire o del agua más transparente. Habiéndose percatado de sus poderes, Linceo quiso aprovecharlos, y partió a la conquista de lejanas regiones. Pero Tetis convocó a las diosas marinas: les advirtió que su secreta existencia estaba amenazada por un ojo indiscreto y mandó a una de ellas a avisar a Eolo, el rey de los vientos, cuyas apartadas espeluncas tampoco estaban ya seguras. Eolo desató entonces sus vientos, cielo y mar se confundieron, los elementos se rebelaron y una espantosa tempestad obligó a Linceo a refugiarse en los montes de Grecia, desde los cuales puso finalmente contemplar, dentro de los antros más cerrados e inaccesibles, los secretos de la creación natural de los metales.

También el rey Lear, al principio del tercer acto, es víctima de una rebelión de los elementos; antes bien, es él mismo quien invoca a la lluvia, al viento, al trueno y al rayo casi como demostración tangible de los ultrajes padecidos por sus hijas. Pero los elementos que así son evocados, cuales serviles ministros de las pérfidas Goneril y Regan, se rebelan en respuesta a una precisa y fatal iniciativa del rey, a ese acto inicial que da curso a los acontecimientos de la tragedia, y que consiste, en definitiva, en la repartición del poder y en la división del reino.

 
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