Usted está aquí: sábado 13 de enero de 2007 Opinión Cien años de literatura mexicana en francés

Vilma Fuentes

Cien años de literatura mexicana en francés

Le rêve est une deuxième vie, escribió Gérard de Nerval. Se dice que la noche es consejera, sobre todo cuando se ha pensado durante la vigilia. Porque si los sueños a veces pervierten, a veces dan luz. Esta noche soñé que cantaba con el aire musical de Blue Moon otras palabras con mis compañeras del Colegio Francés: "Sin ti / sin ti no puedo morir", y una de nosotras, Silvia T., se echaba a llorar cascadas de burbujas transparentes, límpidas, gotas de un manantial de risa. Me había dormido pensando, a causa de mi conversación con Jacques, sobre Cent ans de littérature mexicaine, repitiéndome versos de López Velarde, frases de Rulfo, líneas de Reyes, de Fuentes, de Rossi, de Mutis, Salvador Elizondo. En ese desorden que precede al sueño y donde las palabras brotan disparates como chorros de un géiser.

Me desperté a las dos de la madrugada cantando. El insomio: un placer que no se sabe gozar. En ocasiones me despierta mi risa. Volví a Cent ans de littérature mexicaine, publicado por los hoy mejores editores franceses, Joaquim Vital y Colette Lambrichs, quienes dirigen La Différence. Antología literaria, cierto, al mismo tiempo un libro sobre la historia mexicana del siglo XX. Lo digo: nadie ha hecho tanto antes por el conocimiento de la historia mexicana del pasado siglo en Francia, y tal vez en Europa. Ha habido exposiciones, algunas magníficas, de la pintura y la escultura mexicanas del siglo pasado. La mejor de ellas en Lille. Pero el arte visual asoma, deja ver, no habla, no posee la palabra, se ocupa de la luz en el silencio.

Cent ans de littérature mexicaine, gracias a su autor Philippe Ollé-Laprune, es una obra magistral, y delirante, sobre el pensamiento y la búsqueda de la identidad mexicana. La calificarán de fresco, de mural. Es ante todo búsqueda y encuentro: revelación y epifanía. Ochenta y tres autores, traducidos al francés por algunos de los mexicanistas más apasionados, autores seleccionados por Ollé-Laprune, quien no ha perdido su tiempo en México, forman el cuerpo de este volumen de casi 900 densas páginas. No fue un trabajo solitario, reconoce el autor: fue aconsejado por muchos mexicanos. El mismo debe haber leído la fundadora Poesía en movimiento, la cual cubría medio siglo de poesía, nada de otro género literario: Octavio Paz nunca fue un novelista, ignoro si lo intentó y conoció sus límites. Lo que sí sé, gracias a mi profesor de filosofía mexicana, Villegas, es que Samuel Ramos era y sería ocultado por años. Después de todo, El laberinto de la soledad se inspira en el libro fundamental de Ramos, El perfil del hombre y la cultura en México, sobre el "problema" de la identidad mexicana. Ramos ha sido, una vez más, olvidado en esta gigantesca antología, pero Ollé-Laprune es francés. Correspondía, ¡oh, Baudelaire!, a algunos de sus amigos mexicanos decirle al oído esta inspiración pazista.

Desde luego en Cent ans de littérature mexicaine se leen exclusiones de autores y grupos, el autor reconoce que son demasiados "los amigos" que habrían podido ser incluídos: una antología no puede constituirse sino con los excluídos. Si debo lamentar dos omisiones, son las de María Luisa Mendoza, porque es acaso nuestra mejor escritora viva, la heredera de Sor Juana y la manifestación moderna del arte barroco. Y la de Carlos Montemayor porque es el novelista, ensayista, historiador de la vida y la violencia del pueblo. Quizá haya otras exclusiones, se me olvidan también. Lo importante, lo fundamental, son las voces que se escuchan desde el México más profundo.

Todas esas voces traducidas, asunto tan arduo, a la lengua francesa y que constituyen encuentros de la identidad mexicana. Libro de historia de nuestro pensamiento y de nuestra vida gracias a los resúmenes del autor y sus asistentes sobre la época de cada escritor citado. Magistrales, dan al lector francés una visión clara, distinta del libro de Historia, de nuestra vida diaria en la historia mundial.

Los olvidados pueden decirse si no fue el olvido el último deseo del divino marqués de Sade, al hojear la obra de Ollé-Laprune, Vital y Lambrichs, libro fundamental para el conocimiento y el encuentro de la mexicanidad.

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