Usted está aquí: sábado 13 de enero de 2007 Cultura Triste, rara fonoteca

Juan Arturo Brennan

Triste, rara fonoteca

Carriles de Metrobús sin pavimentar. Ampliaciones aeroportuarias casi en obra negra. Distribuidores viales que comienzan a desmoronarse al primer día de uso. Megabibliotecas al vapor, en estado larvario. No cabe duda que uno de los deportes favoritos de la patética clase política mexicana (de cualquier signo, de cualquier color) es la inauguración de obras inconclusas. Quizá deberíamos nombrar a Franz Schubert ciudadano mexicano honoris causa post mortem.

En efecto, la controversial biblioteca José Vasconcelos sigue siendo, a tantos meses de su precipitada inauguración, una obra en proceso, un cascarón inhóspito y frío. Hace unos días, asumiendo plenamente que la crítica bibliotecológica específica corresponde a otras plumas y otros espacios, me encaminé hacia la gigantesca biblioteca para conocer y evaluar personalmente su fonoteca, de la cual tenía referencias que, por esporádicas y dispersas, no eran menos preocupantes. He aquí mi reporte de esa exploración.

La fonoteca de la biblioteca José Vasconcelos lleva el nombre de Esperanza Cruz de Vasconcelos, supongo que a falta de músicos valiosos en nuestra historia cultural. El espacio que ocupa, en la planta baja del inmueble, es pequeño, está físicamente bien organizado (al menos para la escasa concurrencia que observé ese día) y su iluminación deja mucho que desear. En los extremos de la sala se encuentran unos pequeños cubículos habitados por tres pianos verticales Yamaha, de los que más tarde me enteré que son "pianos mudos" para la práctica de estudiantes de música. Lo primero que llama negativamente la atención es que quienes atienden la fonoteca se permiten reproducir música constantemente en el sistema local de sonido, con la consiguiente molestia para quienes desean realizar audiciones personales del acervo. No sólo eso: en el mostrador colocan el consabido letrerito que informa que "este es el disco que está usted escuchando". Buena política para una tienda de discos, pero dudosa para una fonoteca pública. Gracias a ello, durante mi prolongada estancia en la fonoteca tuve el privilegio de oír, a un volumen bastante elevado, el Concierto para violín de Chaikovski y el Concierto para piano de Grieg. Junto a la entrada de la fonoteca, mal recargado en la pared, se encuentra un horrendo pizarrón hechizo en el que, con fea letra pintada a mano sobre fosforescentes etiquetas Post-It, se anuncian las efemérides musicales del mes. Así, el asistente puede enterarse, gracias a los multicolores papelitos pegoteados sin ton ni son (y no siempre con la ortografía más precisa del mundo), que en enero debe celebrar a Horst van Roebel, Roland Diggle, Henry Eichheim y Reinhard Keiser. ¡Fascinante!, como diría el señor Spock.

La fonoteca, para su tamaño, está bien provista de aparatos reproductores de sonido y audífonos para los usuarios. En el equipamiento de este espacio destaca la presencia de 10 flamantes reproductores de dvd y vhs, con sus correspondientes, elegantes pantallas planas. Lástima que en el acervo no existe un solo DVD ni un solo VHS. Ya llegarán un año de estos, supongo. Más allá de los avances tecnológicos, sin embargo, lo que importa de una fonoteca es su acervo, y a eso voy de inmediato.

Los cidís de la fonoteca están exhibidos (sólo caja y etiqueta, sin el disco, como debe ser) en un par de muebles al centro de la sala y, según mis cálculos, en esos dos pequeños muebles se encuentra todo el acervo actual de la institución. Los cidís están identificados con la más moderna tecnología: cuadritos de papel mal recortados, con su número de clasificación escrito a mano, pegados sobre las etiquetas. Pero, ¿qué contiene el acervo musical de la Fonoteca Esperanza Cruz de Vasconcelos? Recorrí pausadamente los estantes y, al azar, encontré varios cidís de la serie La música: Todo lo que hay que escuchar, así como otros de la serie Classical Plus, y algunos editados por el Reader's Digest. Más interesantes, sin embargo, me parecieron un par de compactos, uno con música de Respighi y el otro titulado Orchestral lollipops, en el anverso de cuyas etiquetas se lee con toda claridad esto: La tecnología láser aplicada a la salud de su paciente hipertenso. En el reverso de la etiqueta leí, con asombro aún mayor, Sistema gastrointestinal de liberación sostenida. ¿No estarán llevando al extremo en esta fonoteca el muy respetable principio de la interdisciplina? Admirables, sin duda, los rigurosos y profesionales procesos de selección del acervo. Pero los horrores no paran ahí.

Resulta que el catálogo del acervo de la Fonoteca Esperanza Cruz de Vasconcelos todavía no está en línea, y sólo se puede consultar en la computadora de la propia fonoteca. ¡Qué comodidad! Allí me senté un largo rato para apreciar cabalmente el contenido del acervo, y descubrí cosas harto interesantes. Sepa usted, lector, oyente, que no hay allí una sola obra de Machaut, Dufay, Ockeghem, Hildegarda, Tallis, Gesualdo, Palestrina, Josquin, Victoria o Praetorius, como tampoco hay una sola de Berio, Ligeti, Boulez, Maderna, Nono, Stockhausen, Glass, Adams, Gubaidulina, Schnittke, Pärt, Riley, Reich, y ninguna de Rolón, Carrillo, Huízar, Bernal Jiménez, Enríquez, Lavista, Ibarra, Gutiérrez Heras, Márquez, Lara, Ortiz, Rodríguez, Toussaint, Trigos, Rasgado, Sigal, Zyman y un larguísimo etcétera. Una sola obra de Sibelius, otra de Walton, una más de Shostakovich, poquísimo de música moderna, y nada de música contemporánea. Por fortuna, sin embargo, encontré discos de rock con The Stranglers y The Troggs, así como otros del Grupo Caña Real, los Tigres del Norte, Juan Luis Guerra, Michael Jackson, Chayanne y Luis Miguel. ¿Intérpretes mexicanos de concierto? Mejor suerte para la próxima, porque no hay nada de Mata, Cruzprieto, Ambriz, Laguna, Suaste, Canales, Nieto-Dorantes, Vázquez, Rivero Weber, y nada del Cuarteto Latinoamericano o del ensamble Onix. Hay unas cuantas grabaciones de Bátiz, Franco, Prieto, Diemecke, y ya. Para mayor congruencia de este singular acervo musical y discográfico, no hay un solo cidí del sello Urtext, y sólo un puñado de la etiqueta Quindecim.

La base de datos que contiene la información sobre esta extraña selección musical tampoco es muy afortunada. Parece que todavía no se entiende que, a diferencia de lo que ocurre en el ámbito de la música popular, el usuario de música de concierto busca, casi siempre, obras, y no discos. Así, las 1335 entradas de la base de datos se refieren a otros tantos cidís, por lo que encontrar obras específicas resulta un proceso largo, torpe y no siempre exitoso. Entre otras cosas, por ejemplo, porque hay al menos tres ortografías distintas para Mussorgski, amén de otros horrores de catalogación. Tampoco ayuda mucho al usuario lego que en una de las entradas del catálogo se mencione a Alexandre Soumet como autor de la ópera Norma. En otra entrada se lee: Arthur Schnabel, antes músico que pianista. Y en otra más, Herbert von Karajan, una vida dedicada a la música. Información indispensable en un catálogo de fonoteca, sin duda.

En fin, que después de calibrado el alcance y valor de la fonoteca, su acervo y su catálogo, subí a la biblioteca para constatar el estado de su contraparte natural, es decir, la sección de música. Encontré que los estantes están semivacíos en su mayoría, y que en al menos cinco estanterías marcadas claramente con la palabra Música hay libros de artes visuales y otros temas afines. Hay, ciertamente, algunos libros importantes, pero faltan muchos más, sobre todo los que se refieren a la música de México. De algunos libros, y no siempre los más relevantes, hay hasta una veintena de ejemplares. También hay partituras... pocas. Encontré 20 ejemplares de Tierra final, de Daniel Catán (catalogada en la base de datos como "monografìa"), y ninguno de Sensemayá o de la Sinfonía india. Evidentemente, el magro acervo de partituras se conformó con saldos y sobrantes de las ediciones musicales de la UNAM. Vi también varios ejemplares de la partitura de las Imágenes del Quinto Sol de Federico Ibarra, unas colocadas en un estante, otras en otro, lejano, y con diversos números de clasificación. La base de datos de la biblioteca no es mucho mejor que la de la fonoteca. Ingresé en ella por curiosidad y, luego de varias búsquedas al azar, encontré una referencia a una grabación con música de Revueltas (¿se encuentra en la biblioteca, o en la fonoteca?) pero ninguna a Beethoven, varias de cuyas obras sí se encuentran en la fonoteca. Busqué, asimismo, las fichas de algunos libros que encontré físicamente en los estantes, y varios de ellos no aparecen por ninguna parte en la base de datos.

Salí, pues, bastante consternado de la biblioteca José Vasconcelos y de su fonoteca. En el camino de regreso me quedé con la idea de que su única ventaja es que queda muy cerca de una estación del Metro y de una parada del Metrobús. Y... se equivocan quienes dicen que la megabiblioteca es un elefante blanco. Es, en realidad, un elefante gris, triste, desangelado, y por el momento no muy útil.

 
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