Usted está aquí: martes 9 de enero de 2007 Política Album de fotos

Luis Hernández Navarro

Album de fotos

Vicente Fox comenzó su sexenio con una fiesta popular. Felipe Calderón inició el suyo con una parada militar. Ha transcurrido poco más de un mes desde que el nuevo inquilino de Los Pinos asumió el cargo y lo que sobresale de su mandato es su afición por los uniformes castrenses, las fanfarrias y los actos públicos con las Fuerzas Armadas como telón de fondo. Ha sostenido con ellas cinco reuniones públicas en sólo 34 días.

Apenas el pasado 3 de enero, en Apatzingán, durante su primera actividad pública en este año, el jefe del Ejecutivo se hizo retratar con uniforme de campaña, con una gorra de campo de cinco estrellas y el escudo nacional. A su lado se encontraban el gobernador del estado de Michoacán, ataviado con guayabera, y los titulares de las secretarías de la Defensa y de Marina, de riguroso uniforme.

El presidente Calderón rindió así tributo a las Fuerzas Armadas que, aseguró, han logrado detener el avance de la delincuencia. "Vengo ­dijo enfundando en su vestimenta color verde olivo­ como comandante supremo a reconocer su trabajo". Apenas el día de su posesión anunció que les subiría el sueldo.

Una fotografía con grandes semejanzas se publicó el 30 de noviembre de 2005 en un gran número de periódicos del planeta. En la imagen, George W. Bush, presidente de Estados Unidos, vestía una chamarra de la Patrulla Fronteriza hecha en México. Lo acompañaban Rick Perry, gobernador de Texas, y varios agentes. A su espalda pudo verse un vehículo policial y la barda que separa la frontera en la ciudad de El Paso.

Bush describió la frontera con México como "peligrosa" y anunció la construcción de un nuevo muro. "Tenemos una cerca ­dijo­, pero vamos a tener una valla virtual cuando traigamos tecnología y los mejores agentes para custodiar la frontera, por la que lo mismo cruzan almas inocentes que sólo vienen a buscar trabajo que gente que busca pasar drogas".

La imagen se parece a las instantáneas que el mandatario estadunidense se toma cuando visita a sus tropas en Irak, en fechas como el Día de Acción de Gracias, mostrando un guajolote de utilería. El mensaje que ambas fotografías transmiten es el mismo: el del comandante supremo de las Fuerzas Armadas pasando revista a sus hombres en el campo de batalla.

El discurso de endurecimiento de Felipe Calderón busca mandar mensajes de dominio y disciplina tanto fuera de las fuerzas armadas como dentro. Enfrentado al fantasma de que en la mayoría de las casillas electorales cercanas a los cuarteles triunfó masivamente Andrés Manuel López Obrador, y de que parte de la oficialidad alejada de los privilegios de los mandos que despachan la ciudad de México simpatizaron con el Peje durante las pasadas elecciones, el nuevo jefe del Ejecutivo quiere hacer sentir su autoridad sobre el cuerpo castrense.

Acosado por manifestaciones ciudadanas que impugnaron su triunfo en la fase de presidente electo, Felipe Calderón desea romper su aislamiento social y carencia de legitimidad utilizando como pretexto la guerra al narcotráfico. Sin más apoyos que el de los poderes fácticos que lo hicieron mandatario, desde el inicio mismo de su administración ha pretendido hacer del Ejército su principal sostén.

Felipe Calderón no ha podido quebrar su propio cerco. La única forma de garantizar que sus actos públicos no sigan siendo un foro para las denuncias en su contra es la instalación de muros, vallas y grandes dispositivos policiales y militares. Sus apariciones tienen que ser organizadas en secreto, en medio de grandes medidas de resguardo. Su seguridad tiene más que ver con su aislamiento que con su protección. Y cuando, a pesar de ello, grupos ciudadanos protestan, se ha utilizado la fuerza pública para acallarlos.

Este aislamiento ha querido ser solucionado con mensajes divulgados en radio y televisión. El uso masivo de los medios de comunicación para proyectar la imagen presidencial, que tanto se le criticó a Vicente Fox, ha reaparecido en este sexenio sin contención alguna. Hay, sin embargo, una diferencia importante entre ambos. Mientras los promocionales del ex mandatario hacían de su contacto con la población una de sus tramas centrales, el mensaje de Felipe Calderón es unipersonal, está acompañado de fanfarrias militares como música de fondo y, en ocasiones, parece ser un simple y descarnado edicto.

Militarizar la política con el pretexto de una supuesta cruzada contra la delincuencia, polarizar más a la sociedad mexicana haciendo de la Presidencia de la República una figura inaccesible, y endurecer la respuesta gubernamental a las demandas sociales en nombre del Estado de derecho y el respeto a las leyes no harán al país más gobernable. Por el contrario. Si algo quedó claro con la intensa movilización popular de 2006 es que el país es un polvorín que puede muy fácilmente estallar, y que, el autoritarismo, lejos de alejar esa posibilidad, la acerca.

El álbum de fotos de sus primeras seis semanas muestra una Presidencia débil que trata de mostrarse fuerte. Evidencia una semiótica del autoritarismo renacido que no intimida, exaspera. En política la verdadera fortaleza es aquella que no teme negociar e incluir, y que no sólo lo declara, sino que lo hace.

 
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