Usted está aquí: lunes 8 de enero de 2007 Deportes Dos orejas, seis vueltas y gritos de ¡torero!, a Rodolfo Rodríguez, El Pana

Se despidió en la México el último exponente del sentimiento mexicano del toreo

Dos orejas, seis vueltas y gritos de ¡torero!, a Rodolfo Rodríguez, El Pana

Se adueñó del escenario, de sus astados y del público, que realizó ayer una gran entrada

LEONARDO PAEZ

Ampliar la imagen El torero tlaxcalteca Rodolfo Rodríguez, El Pana, salió en hombros en su despedida de los ruedos, la tarde de ayer en la Plaza México Foto: José Pazos /Notimex

"¡Ah, qué pendejos han sido los empresarios taurinos mexicanos!", tronó un viejo aficionado al concluir la segunda, memorable y emotiva faena de Rodolfo Rodríguez, El Pana, la tarde de ayer en su despedida de la Plaza México.

­¿Por qué? ­se atrevió a preguntar una asombrada joven de bellos ojos.

­Porque no es posible que teniendo en México este tipo de toreros, los empresarios sigan contratando a tanto mediocre de aquí y de allá ­respondió, mientras enjugaba sus lágrimas con una servilleta.

­Ojo, El Pana siempre fue un torero muy irregular, ¿eh?, y además se fue de la boca ­terció el conocedor que acompañaba a la joven.

­Mira, irregulares han sido todos los toreros de inspiración, de intuición y de poesía, como El Pana, con el que también se va el último exponente de la creatividad torera de nuestro país, y se fue de la boca, como dices, luego de que Martínez y las empresas decidieron pararlo ­replicó encastado el viejo.

­¿Los otros toreros eran socios o qué tenían qué ver con las inversiones de los empresarios? ­volvió a cuestionar la bella, ignorante de la mediocridad que los ha caracterizado a todos.

Yo escuchaba sin oír, mientras en las fibras más sensibles de mi corazón, no de mi cabeza, se agolpaban las conmovedoras escenas que atestiguamos, a cargo de un alquimista del toreo, de un mexicano mágico vestido de luces y poseedor de una elocuencia de razas al que el enano medio taurino mexicano decidió detener, con la anuencia de la crítica y de ese público mitotero y desleal que hoy aclamaba a quien en su momento no supo respaldar.

Se entiende entonces, aunque indigne aceptarlo, que matadores como El Pana, más que sumarse a la mejor historia taurina del país, engrosen la bochornosa lista de toreros mexicanos desperdiciados.

Pensaba lo anterior luego de ver la esbelta figura del maduro tlaxcalteca rematar saleroso con una pierna flexionada varias verónicas y quitar luego por chicuelinas con el compás abierto y cerrar con una serpentina con el capote al hombro a su primero de Garfias, que había empujado en dos varas. Preámbulo luminoso y barroco a lo que vendría después.

Una vitolina de largo y enseguida derechazos muy, pero muy templados, en los que el sentimiento rebasaba el trazo; un trincherazo de la casa y el de pecho para que la gente se parara de sus asientos sin dar crédito a lo que había sido capaz de aplaudir en los últimos años.

Vino después un molinete con aromas belmontinos, más tandas con la diestra, con profundo sello no en repetitiva serie, otro soberbio pase de trinchera, un molinete invertido con la rodilla flexionada, un pinchazo por no haber asegurado, otro más, una media vitolina con delicado aroma, un aviso y media que basta. Arrastre lento al noble garfieño y segunda vuelta entre ovaciones de El Pana, que había dado la primera luego de hacer el paseíllo.

Con su segundo, ejemplarmente armado, como corresponde a un toro de lidia con edad, Rodolfo cogió los palos y dejó primero un cuarteo impecable, después uno traserito y finalmente su par de Calafia ­el brazo derecho por encima de la cabeza, no por el pecho, como el violín­, atrás y algo caído, pero que bastó para que la gente volviera a pararse de sus asientos. ¡Sentir y hacer sentir!

Dueño del ruedo como pocos en la historia de la México, El Pana recorrió el anillo en olor de consagración, se encaró con los pasmados de la banda de música, demandó una diana y se la tuvieron que tocar, con el beneplácito del público.

Y volvieron a sucederse, despatarrado o a pies juntos, las tandas con la derecha, largas, suaves, tiernas, sin más rencor que con el tiempo por no prolongarlas hasta el infinito. Y las notas de Las golondrinas, "esa puñalada sentimental capaz de hacer llorar a la piedras", tres naturales de sueño y que recoge un sombrero con el estoque y al dejarlo revisa la punta con los dedos para comprobar que no melló los filos, y el primer intento de matar recibiendo, y otro más en la inusual y difícil suerte que deja la espada delantera.

Dos orejas recibe el emotivo diestro, suficientes para despedirse y para establecer la enorme diferencia entre el sentimiento mexicano del toreo y el simple, ordinario cachondeo. Amén.

 
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