Usted está aquí: domingo 7 de enero de 2007 Opinión Violación de domicilio

Carlos Bonfil

Violación de domicilio

Ampliar la imagen El actor Jude Law, en un fotograma de la película de Anthony Minghella

La violación de la vida privada y sus consecuencias es el tema central de la cinta más reciente de Anthony Minghella (El paciente inglés, El talentoso Ripley). El pretexto es un hecho delictivo en un barrio popular londinense: el robo repetido de unas oficinas de diseño urbanístico y los esfuerzos de un arquitecto (Jude Law) por descubrir la identidad de los asaltantes.

En realidad, Violación de domicilio (Breaking and entering) trasciende esta anécdota inicial para proponer una reflexión social sobre las transformaciones de la urbe multirracial y el dilema moral que vive el protagonista cuando se enamora de la madre de uno de los jóvenes ladrones. Madre e hijo son refugiados bosnios. Ella sobrevive con trabajos de costurera y el adolescente es manipulado por una mafia de inmigrantes que lo utiliza para robar equipos de cómputo.

¿De qué manera el arquitecto agraviado sucumbe a los encantos de la madre del delincuente, a quien desearía ver encarcelado, y pone en peligro su propia estabilidad conyugal? Ese es el misterio de la cinta de Minghella, combinación no muy sutil de cine de acción, reflexión social y melodrama cargado de lugares comunes.

La violación de un espacio privado (el robo) conduce, en esta cinta, a una revancha virtual del protagonista, quien a su vez invade la privacidad doméstica del delincuente adolescente, seduciendo a su madre y alterando la tranquilidad de los dos refugiados.

El espectador asiste a un juego de poder, donde los poseedores terminan sometiendo a los desposeídos ­sin proponérselo siquiera, en obediencia a las reglas del juego social dominante. Hasta aquí el tema parece atractivo. Sin embargo, la cinta naufraga lentamente en la rutina.

Juliette Binoche interpreta de modo poco convincente, al borde casi de la caricatura, a ese manojo de lágrimas, a esa vulnerabilidad extrema que es Amira, la viuda refugiada que por años no ha sido tocada por hombre alguno. Por su lado, Jude Law abdica de su malicia característica para encarnar a un esposo insatisfecho que descubre en la mujer extranjera un consuelo sentimental tan grande que le hace olvidar y casi perdonar los agravios de que ha sido víctima. Los demás agraviados en la oficina no tienen palabra en el asunto, pues los grandes sentimientos han reducido a la nada toda acción judicial. Lo que importa es mostrar que si violar un domicilio es un delito, violar un corazón ("breaking and entering a human heart") es una acción imperdonable.

Sorprende en un director con el talento de Minghella el tratamiento tan superficial de una historia, cuya premisa principal ­la violación de los espacios privados, la impunidad del infractor­ parecía más interesante.

Se describe un barrio popular, King's Cross, en vías de transformación urbanística, y se le señala como refugio de inmigrantes y delincuentes, pero poco se sabe de sus habitantes, excepto que son ladrones de poca monta o empleados ofendidos por la sospecha de ser ladrones, como la secretaria nigeriana a quien la situación del robo le parece "digna de Kafka". O pintorescos, como esa prostituta (Vera Farmiga) incapaz de ocultar, detrás de su cinismo, un gran corazón de oro. El tema de la guerra serbo-croata, con su enorme saldo de brutalidades y violaciones, aparece como mero telón de fondo de una anécdota sentimental entre amantes clandestinos que muestran poca energía y entusiasmo dentro y fuera de una cama.

Lo que prevalece en la cinta, por encima de toda complejidad o sutileza dramáticas, es el desgano de los protagonistas, su enorme carga de autoconmiseración, y la conciencia social satisfecha del cineasta.

El guión es del propio Minghella, quien, paradójicamente, ha mostrado mayor libertad creativa en sus adaptaciones de textos literarios ajenos.

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