Usted está aquí: domingo 7 de enero de 2007 Opinión De los payanis a los carteros

Angeles González Gamio

De los payanis a los carteros

Hace unos años, en estos días, continuaban llegando las tarjetas con felicitaciones por la Navidad y el Año Nuevo. Con el correo electrónico y la complicación de la vida actual, esta costumbre se ha ido perdiendo, y ahora es raro recibirlas. Esto nos lleva a recordar la historia del sistema postal de nuestro país, que tiene antecedentes desde la época prehispánica, según nos recuerda la arquitecta Margarita Martínez en una interesante investigación, en la que menciona la primitiva forma de comunicación por medio del humo de fogatas y de las percusiones que emitían los teponaxtles.

En las culturas zapoteca, mixteca, tarasca, azteca y maya, el correo se desempeñó a través de postas, realizadas por grandes atletas que corrían largas distancias. Los aztecas construyeron albergues o postas llamadas techialoyanes, que consistían en torrecillas ubicadas aproximadamente a cada seis millas, para el descanso y relevo de los payanis o corredores ligeros y de los iciuchcatitlantis o mensajeros "que van de prisa".

Estos personajes presentaban insignias cuyas características dependían de la noticia que portaban: cuando se trataba de comunicar la victoria de alguna guerra, el payanis vestía un paño de algodón blanco, en la mano izquierda una rodela y en la derecha una espada que manejaba como si estuviera luchando; para demostrar su júbilo, los cabellos los llevaba atados con una cinta colorada; además, iba entonando los hechos gloriosos, el pueblo lo recibía y lo acompañaba hasta el palacio real. Cuando se trataba de comunicar una derrota en el campo de batalla, el correo se conducía en silencio, con la melena suelta y enmarañada llegaba ante el rey y semipostrado le relataba los hechos

Todos ellos se encontraban apostados en los techialoyanes, en espera de que llegara su antecesor para continuar el viaje, llegando a recorrer en un día hasta trescientas millas, y para desarrollar este oficio los ejercitaban desde pequeños en el atletismo y la memorización de complicados y largos mensajes. Los sacerdotes que se encargaban de su formación los alentaban premiando a los vencedores, para fomentar en su espíritu el amor al desempeño de este trabajo. Esta formación se recibía en el calmecac o telouchcalli.

Uno de los correos más famosos fue el de Moctezuma II, que le hacía llegar el pescado fresco, mismo que distaba por lo menos doscientas millas de la capital de Tenochtitlan; por medio de esta forma de comunicación se enteró el monarca de la llegada de los españoles a las costas del Golfo de México.

Al inicio del virreinato, no existía aún un servicio de correo organizado, la forma de enviar los mensajes era por medio de algún conocido, que lo hacia llegar al interesado y en casos urgentes contrataban un mensajero propio, como fue el caso de Hernán Cortés, quien envió en 1519 a Francisco de Montejo y a Hernández Portocarrero, a que le presentaran a los reyes de España, su primera Carta de Relación.

En el año de 1580 por cédula real de Felipe II, extendida al cuarto virrey Martín Enríquez de Almanza, se estableció oficialmente el servicio postal en la Nueva España y se le concedió el empleo de Correo Mayor del Reino a Martín Olivares, quien entró en funciones el 21 de agosto de ese año, y estableció sus oficinas en el número 28 de la calle que actualmente conserva el nombre de Correo Mayor.

Las primeras oficinas postales del país se establecieron en Veracruz, Puebla, Oaxaca, Querétaro y Guanajuato. Posteriormente, Alonso Díaz de la Barrera adquirió por cincuenta y ocho mil pesos oro el nombramiento, con lo que aumentaron a 15 las oficinas en la Nueva España.

En 1745 surgieron los correos semanarios, ampliándose la red. Durante la época colonial no se cobraba el franqueo por transportación de la correspondencia, la costumbre era que el destinatario pagara el porte, en el año de 1630 se cobraba un real por carta sencilla, más otro por cada onza que se excediera en el peso. Para facilitar el transporte de correspondencia entre México y España, se estableció un servicio de pailebotes que enlazaban estos países, haciendo escala en La Habana.

A principios del siglo XX, el servicio postal estrenó una elegante sede que mandó construir Porfirio Díaz y que es el majestuoso y extravagante palacio todavía dedicado a ese uso, del que ya hemos hablado, situado en la hermosa plaza, ahora llamada Manuel Tolsá.

En ese sitio se encuentra también el recién inaugurado restaurante El Mesón Andaluz, con deliciosos platillos creación del chef oriundo de Granada, Javier Peláez, como la crema de calabaza y camarones, el robalo con costra, relleno de tomate, perejil y ajo y de postre, el pionono de Santa Fe, que comieron los príncipes de Asturias en su boda.

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