Usted está aquí: sábado 6 de enero de 2007 Mundo ¿Qué nueva estrategia en Irak?

Immanuel Wallerstein

¿Qué nueva estrategia en Irak?

Durante un mes, George W. Bush ha proclamado que está en busca de una "nueva estrategia" para la "victoria" en Irak, y que está haciendo amplias consultas acerca de lo que será esta estrategia. Dados los indicios y filtraciones, hay muy pocas personas que con el alma en un hilo esperen el discurso presidencial donde revele sus decisiones. La nueva estrategia promete ser la vieja estrategia, con tal vez unas cuantas tropas estadunidenses más en Bagdad.

Por vez primera, el presidente sí admitió que su país no está ganando aún en Irak, pero que tampoco está perdiendo. El número de personas, en Estados Unidos y otras partes, que están convencidas de esto disminuye más y más. Una encuesta realizada a principios de diciembre en seis naciones occidentales muestra que 66 por ciento de los estadunidenses está en favor de una retirada de las fuerzas de coalición, y en Italia, Alemania, Gran Bretaña, España y Francia las cifras están en el orden de 73 a 90 por ciento. Como dijera el Financial Times, "en muy pocas ocasiones Estados Unidos ha tenido tal necesidad de amigos y aliados".

El 7 de diciembre, aniversario de Pearl Harbor, un senador republicano, Gordon Smith, que desde el inicio de la guerra la apoya, anunció que había cambiado de opinión. "Yo, por mi parte, ya llegué al final de la soga en lo referente a respaldar una política que tiene a nuestros soldados patrullando las mismas calles, quienes de la misma manera son volados en pedazos por las mismas bombas día tras día. Eso es absurdo. Puede, aun, ser criminal. Ya no le puedo dar mi apoyo a eso".

Entonces, ¿por qué Bush hace tanto teatro acerca de una nueva estrategia si claramente pretende continuar su vieja estrategia? Dos, las razones: las elecciones de noviembre y el informe Baker-Hamilton. Las elecciones le mostraron a Bush que la política iraquí ha causado serias averías en la fuerza electoral del Partido Republicano. Es claro que se requiere más que despedir a Donald Rumsfeld para impedir el desplome de los candidatos republicanos, en particular si 2007 resulta en mayor proporción de bajas en Irak, mayor limpieza étnica, un descenso adicional del dólar y caída mayor en los niveles de vida de 80 por ciento inferior de la población estadunidense.

En cuanto al informe Baker-Hamilton, su frase inicial es: "La situación en Irak es grave y se deteriora". Mucho de la discusión de este informe ha sido qué tanto el Grupo de Estudio sobre Irak podía convencer a Bush de que siguiera sus numerosas y no tan audaces sugerencias de cambio. Pero nunca fue éste su propósito. Ni Baker ni Hamilton son tontos. Ambos son viejos adherentes de las políticas estadunidenses. El propósito del informe era legitimar la crítica a la vida política estadunidense, procedente del centro del establishment tradicional, y claramente desató esta crítica. La declaración del senador Smith da testimonio de esto. Otro testimonio es la creciente osadía de los oficiales militares al hacer público su profundo escepticismo.

Así que, ¿qué ocurrirá ahora? Bush pujará en favor de su plan de enviar más tropas estadunidenses. Como lo señalan todos los comentaristas serios, esto no hará diferencia alguna en lo militar. Por supuesto, si Estados Unidos enviara 300 mil soldados, podrían sofocar tanto la insurgencia como la guerra civil. Pero aun enviar 30 mil soldados significará un increíble desgaste de la viabilidad y la moral de los militares estadunidenses. Para junio de 2007, cuando mucho, será claro aun para los más tercamente ciegos como Bush y los neoconservadores que sobrevivan, que Estados Unidos se encuentra en un callejón sin salida y se desangra profusamente.

¿Por qué entonces Bush no pone fin a sus pérdidas? No puede. Su presidencia entera gira en torno a la guerra de Irak. Si intenta poner fin a sus pérdidas, tendría que admitir que es responsable de un desastre nacional. Así que no le queda sino blofear hasta 2009, para luego endosarle el desastre a alguien más. Es decir, no tiene otra opción aceptable para él. Pero Bush aprenderá algo en los siguientes 18 meses. La situación está fuera de control y aun el presidente de Estados Unidos puede verse forzado a hacer cosas que le resultan aborrecibles.

Primero que nada, está la presión del electorado estadunidense, y como tal, la de los políticos. El número de republicanos racionales y de tímidos demócratas que quieren apartarse de la guerra crece día con día. Lo vemos en la declaración de Joseph Biden ­uno de los senadores demócratas más conservadores, presidente entrante del Comité de Relaciones Exteriores del Senado­ en el sentido de que sostendrá audiencias (es claro que serán hostiles) sobre un aumento de tropas en Irak. Mi suposición es que, en la acalorada lucha demócrata por la nominación presidencial habrá un impulso ­lento al principio y después muy acelerado­ hacia una postura abierta contra la guerra. Esto lo observamos en las posiciones asumidas por los aspirantes a la presidencia, Barack Obama y John Edwards. Hillary Clinton no se quedará a la zaga por mucho tiempo. Y cuando esto ocurra, o igualan esto los aspirantes republicanos o se verán condenados a perder la elección.

Luego están los generales. Parece que al nuevo secretario de Defensa, Robert Gates, se le encomendó la tarea de alinear a los militares disidentes. El general John Abizaid se "retirará" en unos cuantos meses y el general George Casey ya limó su oposición abierta. Gates seguramente se presiona a sí mismo para mantenerse alineado también. ¿Pero cuánto tiempo puede durar esto? Seis meses, cuando mucho. La vida se vuelve difícil para un comandante en jefe que pierde guerras. Eso es verdad en todas partes y en todo momento. No será diferente en Estados Unidos de América.

Traducción: Ramón Vera Herrera

© Immanuel Wallerstein

 
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