Usted está aquí: miércoles 3 de enero de 2007 Opinión Nicaragua después de Bolaños

Víctor Tirado López

Nicaragua después de Bolaños

Ampliar la imagen El presidente electo de Nicaragua, Daniel Ortega, hace el signo de triunfo el 8 de noviembre del año pasado en Managua. A su lado aparece su esposa Rosario Murillo Foto: Ap

El pasado 5 de noviembre, Daniel Ortega resultó electo para la presidencia de Nicaragua. Contó con una minoría de votos que alcanzó 38 por ciento contra una mayoría que representa 62 por ciento, y ocupó un lugar de suma importancia. Pero bien, me pregunto, ¿cuáles son los retos que enfrentará en materia económica el nuevo gobierno? ¿Qué pasará cuando asuma la primera magistratura el próximo 10 de enero de 2007 y comiencen a reclamarle los sectores pudientes y no pudientes el compromiso que adquirió sobre diversos problemas una vez que se confirmó su triunfo?

La campaña proselitista diseñada por el equipo de Ortega estuvo basada sobre la reconciliación, el amor, la unidad, el triunfo y el cambio, y no fue más allá; no tuvo contenido económico. Entonces, ¿que se le puede reclamar? ¡Nada! Se sabe que los cambios económicos descansan sobre varios ejes y uno de ellos es la infraestructura energética barata; después de la infraestructura de transporte y comunicaciones, y de la educación, la energética es la más importante y ninguna cumplen condiciones para el crecimiento económico del país. Recuérdese: es la base del desarrollo económico del país y sin él no se puede echar a funcionar la estructura económica de Nicaragua ni cumplir con los compromisos que se contrajo. Pareciera una ley de nuestro desarrollo, ¿verdad? Pero así es.

Para mí, 38 por ciento de votos no admite discusión de si es legítima o legal la victoria electoral, eso no viene al caso; 62 por ciento de los que votaron en contra sabrá qué hacer posteriormente. Lo importante es que no se trate de volver al pasado con posiciones autoritarias o caudillescas para atender problemas y no seguir aplazando soluciones que están al alcance. No hay que perder de vista que la igualdad es un proyecto humano.

El gobierno de Enrique Bolaños se inició respondiendo a las demandas sociales y económicas con que se comprometió en su campaña electoral. Sin embargo, en lo fundamental no cumplió. Por el contrario, erigió el liberalismo conservador como el principio y el fin de su mandato. No fue capaz de remover viejas estructuras políticas y económicas en favor de los sectores más importantes del país y de los trabajadores. Tómese en cuenta que la mejor política distributiva es el empleo para ir borrando las desigualdades sociales, no la pobreza. Se trataba, aun ahora, de levantar la moral de la población y trazar la política de reducción de la pobreza como línea estratégica para aminorar las desigualdades sociales; ésta es la dialéctica del crecimiento.

Bolaños, incapaz de gobernar en lo económico, le imprimió a su gestión la continuación de la estrategia del FMI, sin reformas sociales, sin consenso y sin consultas a la sociedad civil, al extremo de no originar cambios en la infraestructura productiva; sin soluciones en salud, educación y salarios, en cierta manera lo anterior contribuyó al triunfo electoral de Ortega.

No obstante lo anterior, hay que destacar que la victoria Ortega la venía programando desde que perdió la primera elección, en febrero de 1990, con la idea de reconstruir la revolución sandinista. En las elecciones de 1996 se proclamó como estrategia continuar la revolución sandinista, que, según Daniel, aún no había sido derrotada. En esos comicios, al igual que en el anterior, salió derrotado ante Arnoldo Alemán. Con la ambición de llegar al gobierno, rápidamente participó por tercera vez en las elecciones de 2001, y otra vez fue fulminado electoralmente, pero ahora ante Enrique Bolaños, del PLC.

Daniel Ortega trató de demostrar en esa ocasión que en la década del 80 no pudo aplicar medidas económicas revolucionarias por la agresión estadunidense, y después de tres derrotas consecutivas, incluyendo la de Bolaños en 2001, trató de romper con la tradición de su maestro Sandino. Ahora, se preguntaba Daniel ­me imagino, desde luego­, si no llegó el momento de cambiar el programa imprimiéndole un cambio radical hacia la derecha, la manera de abordar el conjunto del proceso electoral haciendo a un lado los colores, el himno, creando nuevas alianzas, los rezos y las bendiciones, la religiosidad. Con esos cambios triunfó, acompañado de neopopulismo, con propaganda inusitada para alcanzar la victoria pues ya tiene intereses económicos fuertes que son producto de un sinnúmero de actividades empresariales que se vienen acomodando y que mueve su propio capital, lo que identifica el proceso electoral con sus bienes económicos y con los del PLC, el partido de Arnoldo Alemán, de ahí que el pacto continúe y es lógico que gobierne las entidades institucionales y las relaciones económicas entre ellos, por lo habría que investigar las fortunas. Un pacto que asume una ideología gubernamental y la defensa de intereses económicos creados, sosteniendo la tesis del pacto como solución para la estabilidad del país. No existe un movimiento político si detrás de él no subsisten intereses económicos fuertes y definidos: el pacto no está fuera de este objetivo, por ejemplo el estado de derecho, como forma democrática, no es garantía pues está controlado por el pacto y, en este caso, por Daniel Ortega.

Esa fue la estrategia de Ortega en la campaña electoral, es decir la del danielismo que rompe los símbolos sandinistas y la imagen del fundador del Frente Sandinista, Carlos Fonseca, pasándose al campo de la reacción y no de la izquierda sandinista, todo esto por ambición de poder. Desde aquí le digo que su campaña la basó sólo en mitos, colores, discursos sin contenido, reconciliación, unidad, progreso, rezos, comuniones, bendiciones. Sin embargo, no está claro qué remplazará ni cómo llenará el vacío al inicio de una etapa nueva.

Volviendo a lo anterior, no es sino hasta 2001 cuando hizo a un lado los principios del sandinismo; sin embargo, si bien es cierto que al gobierno que encabezará lo recibirá la sociedad con fuerte apoyo al comienzo, la crítica vendrá más adelante cuando los problemas y la modernización política no hayan conseguidos los logros esperados. Para lograr la anhelada modernización, tendrá que sustituir el pacto por una reforma total del Estado. No creo sea tarea fácil, pues atenta contra sus propios intereses. La revolución es la revolución

Entonces, ¿dónde podemos ubicar hoy a Daniel Ortega ante un victoria que contó con el apoyo de los desposeídos y que después de las elecciones se sumaron las fuerzas políticas liberal-conservadoras y económicas, que le ofrecieron su aval siempre y cuando responda a sus intereses. Claro que lo consiguió, desde luego, contando con el favor de la derecha liberal-conservadora. Los orígenes políticos e históricos en Nicaragua producto de las tradiciones ancestrales no han sido superados en pleno siglo XXI, aún persiste la herencia histórica de los partidos tradicionales y su influencia sobre los "revolucionarios", y la prueba más contundente y cercana es Daniel Ortega: de revolucionario evolucionó a liberal conservador. Al igual que Hugo Chávez y Evo Morales, los dos son, según ellos, portadores de socialismo del siglo XX1. Bueno, eso es otra cosa.

 
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